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Aprendió a trabajar con desechos en el conurbano y terminó creando piezas para la realeza y Hollywood

Publicado: marzo 27, 2025, 5:00 am

Creció entre el esplendor de lo que alguna vez fue y la certeza de su desmoronamiento. Lo dice sin dramatismo, casi con fascinación. En Escobar, la infancia del artista Marcelo Toledo estuvo repleta de caños viejos, puertas de otro siglo, tirantes de pinotea, bandejas de cobre, camas talladas que habían sido testigos de otras vidas. Su abuelo tenía un negocio de compraventa de antigüedades, y él, todavía niño, lo acompañaba a recorrer casas que iban a ser demolidas, a ver cómo la opulencia se desmoronaba en polvo y esquirlas de bronce. “Para mí era como estar en una película”, dice. Había vitrales, mármoles, escaleras con pasamanos de bronce labrado, todo eso que una vez había sido símbolo de estatus ahora esperaba su destino entre montañas de escombros. Creación y destrucción en un mismo lugar.

Marcelo Toledo recibió encargues para el príncipe Carlos, la reina Isabel, el rey Juan Carlos, Robert De Niro o Madonna.

En ese universo encontró sus primeros juguetes: alambres retorcidos, pinzas, herramientas herrumbradas. “Empezaba a doblar los alambres sin saber qué estaba haciendo”, recuerda. Lo que comenzó como un juego se volvió una vocación. Antes de que pudiera ponerle un nombre, ya tenía un oficio que, casi sin proponérselo, lo llevaría a crear joyas, esculturas, y a recibir encargues para el príncipe Carlos, la reina Isabel, el rey Juan Carlos, Robert De Niro o Madonna. Y esas piezas de orfebrería que recorrieron el mundo, como por ejemplo la recreación de la bijouterie de Evita que utilizaron para el musical de Broadway, pueden verse en su bella galería de San Telmo, en Humberto 1º 462.

La recreación de la bijouterie de Evita que utilizaron para el musical de Broadway.

En los 90, Marcelo desembarcó en Buenos Aires con un puñado de piezas y un puesto en Caminito. Su primer taller. Pero el amor por los metales había nacido mucho antes. “Me fascinaba ese universo de cosas labradas, forjadas”, dice. “Veía esas piezas de cobre, de bronce, que por un lado tenían mucha vida y por otro estaban en desuso, condenadas a ser fundidas”. Entre esas sobras encontró su tesoro: los collares rotos de sus tías, las pulseras quebradas, los anillos olvidados. Aprendió a recomponerlos, a darles nueva vida. “Ver que esa producción mía podía gustarle a otra persona y que podía venderla… Eso creo que fue mi más temprana felicidad”.

Marcelo Toledo siempre trabajó con íconos. Mozart, Evita, el Che Guevara, Frida Kahlo, Marilyn Monroe, María Callas.

Su camino fue de autodidacta hasta que se encontró con un maestro. “Un día me di cuenta de que todo lo que podía aprender solo ya lo sabía, así que empecé a preguntar quién podía enseñarme”. Le hablaron de Edgar, un orfebre de Acassuso. “No sabía lo que significaba cincelado, pero ahí fui”. Durante seis años estudió con él, desde los 14 hasta los 20. “Era un Marcelo lleno de sueños, de expectativas, de proyectos. Quería mudarme a la Capital, me seducían las luces, el teatro, el cine, la moda, todo lo que brillaba. Creo que por eso me dediqué a los metales”.

Su carrera tomó velocidad en los años 90, cuando su trabajo fue descubierto por los organismos oficiales. En 1993, un artículo publicado en La Nación sobre su trabajo fue el trampolín. “A partir de esa nota empezaron a llamarme todos: ministerios, secretarías, presidencia. Me encontré, de un día para el otro, realizando los regalos oficiales del presidente de la Nación”. Eso lo obligó a elevar su estándar de calidad vertiginosamente. Había salido de Escobar apenas unos años antes y ya trabajaba para la primera línea del país.

“En ese momento me di cuenta de que necesitaba un lugar estratégico. Tenía que mostrarme desde Buenos Aires hacia el mundo”. Dudó entre dos amores: La Boca, donde había vendido sus primeras piezas, o San Telmo. “Me decidí por San Telmo porque encontré una casa fascinante: el Palacio de los Nobleza Piccardo, frente a la Plaza Dorrego”. Le gustaba la historia del lugar, que había sido la residencia de los dueños de la tabacalera, hoy convertida en el Museo de Arte Moderno. “Me recordaba a mi infancia en la compraventa de Escobar”.

Si hubo un nombre que le abrió definitivamente las puertas del mundo, ese nombre fue Evita. La muestra sobre Evita recorrió el mundo: Shanghái, Londres, Nueva York, Moscú, Brasil.

El primer gran hito internacional vino con la Fragata Libertad. “Me invitaron a exponer a bordo. No recuerdo si fue en el 95 o el 98, pero lo cierto es que cuando la fragata pasó por Nueva York, una de mis obras fue obsequiada al alcalde Rudolph Giuliani”. Luego, en 1999, recibió otro encargo: una pieza para el príncipe Carlos. “Estaba en mi taller, en la terraza, y me llamaron: ‘Necesitamos que estés en media hora en la Casa de la Cultura’. Cuarenta y cinco minutos después estaba entregándole mi obra al príncipe”. Esa foto, esa noticia, recorrió el mundo. “Después vino la reina de Inglaterra, luego Máxima, el rey Juan Carlos, los actuales reyes de España, Madonna, Robert De Niro, Michael Douglas, Ricky Martin, los últimos papas…”.

Siempre trabajó con íconos. Mozart, el Che Guevara, Frida Kahlo, Marilyn Monroe, María Callas. “San Martín nunca lo trabajé”, dice. Pero si hubo un nombre que le abrió definitivamente las puertas del mundo, ese nombre fue Evita. “Buscaba un personaje que me ayudara a insertarme en el exterior”, dice. Investigarla fue descubrir su estética, sus objetos, sus joyas. Lo convirtió en una muestra que recorrió el mundo: Shanghái, Londres, Nueva York, Moscú, Brasil. “En la Exposición Universal de Shanghái la vieron más de cuatro millones de personas”. Y luego vino Broadway: Toledo fue el responsable de las joyas del musical “Evita”. “Al principio no estaba convencido porque nunca me gustó trabajar con nada vinculado a la política, pero entendí que Evita trascendía eso. Su figura emblemática como mujer, como ícono de la moda, era lo que quería representar”.

El desafío de escalar fue natural. “Pasé de hacer anillos y prendedores a candelabros, luego a esculturas de 2 metros, después a obras públicas de 15 o 20 metros”. Hoy, la tecnología es parte de su proceso. “Hice una obra de 3 metros para Lollapalooza, diseñada con inteligencia artificial”. Lo ve como una herramienta más: “El arte es el mensaje, el material es el medio”.

Y agrega: “De alguna marea manera los las galerías y los grandes museos alrededor del mundo están revalorizando el trabajo artesanal; hoy la cerámica, el textil, el trabajo en en metal son más valorados y de hecho hay una gran tendencia a nivel global en presentar en exposiciones en grandes museos obras de arte contemporáneo que tengan que ver con el trabajo manual”Uno de sus últimos trabajos fue el más colectivo de todos.

En plena pandemia, creó una obra que sintetiza lo que, para él, es Argentina. “Estábamos encerrados. Pedí a través de redes y amigos que tejieran pequeños fragmentos de tela en colores celeste y blanco. Yo les mandaba los materiales por correo. Cuando la cuarentena terminó, los uní”. La pieza estuvo en la Usina del Arte, en el Museo de Bellas Artes de Corrientes, en el Kennedy Center de Washington, en la embajada argentina en Estados Unidos. “Gracias a eso me declararon personaje destacado de la cultura”. “Tejer de manera colectiva fue una alquimia que me ayudó a sanar”, dice.

El futuro lo entusiasma. “Hoy quiero trabajar en proyectos de gran envergadura, plasmar lo que siento sobre lo que pasa en el mundo. Como siempre digo, la mejor obra está por venir”.

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