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Alaa dejó su casa en Siria en 2013 y ahora piensa en volver: "Tengo grabadas en mi mente las atrocidades del régimen de Al Asad"

Publicado: diciembre 30, 2024, 3:10 am

Cuando Alaa tuvo que abandonar su tierra, su casa y todo lo que conocía tan solo tenía 24 años. En plena guerra civil de Siria en 2013, la joven no solo dejó atrás una infancia y una juventud en la ciudad de Alepo, también tuvo que decir adiós a sus padres. Su partida era la respuesta a años de represión bajo el régimen de Bachar Al Asad, que el pasado 8 de diciembre huyó del país ante el avance de los rebeldes sirios, que consiguieron derrocar al mandatario después de trece años de conflicto. «Vivir bajo el régimen de Al Asad era asfixiante, dominado por el miedo y la opresión. Las desgarradoras historias de atrocidades sufridas por mi familia, como las de innumerables otras familias sirias, están grabadas en mi mente», reconoce Alaa a 20minutos desde Egipto, país en el que se refugió tras su partida.

Según datos del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), 4,8 millones de sirios se encuentran refugiados desde que estalló el conflicto y los desplazados han pedido asilo en más de 130 países, aunque la gran mayoría vive en naciones vecinas dentro de la región: Líbano, Jordania, Irak, Egipto y sobre todo Turquía, donde hay casi 3 millones. En la Unión Europea, con 1,2 millones de refugiados, Alemania es el país que más acoge con 716.000, casi un 60% de ellos. Austria, con casi cien mil, es el segundo país de la UE con más sirios, por delante de Suecia, con casi 87.000; Países Bajos, con 65.000; y Grecia, con 50.000. España se encuentra a la cola con unos 16.000.

La memoria de mi padre llorando por primera vez todavía me atormenta. Tuve que abandonar todo lo que apreciaba

Para Alaa, irse de Siria fue «la decisión más difícil» a la que jamás se había enfrentado. Con el plan de recalar en Turquía para después reunirse con su hermano en Japón, la joven se vio con la visa denegada y en Egipto, donde no había pensado refugiarse. «La memoria de mi padre llorando por primera vez todavía me atormenta. Tuve que abandonar todo lo que apreciaba: mi hogar, mi vida, mis recuerdos, mi hermano, mis familiares y mis amigos y vecinos. Fue un salto hacia lo desconocido. De pronto me encontré en Egipto lidiando con la magnitud de mi pérdida», sostiene Alaa.

Antes de llegar al país africano, esta joven siria huyó de Alepo por tierra, en un microbús. La localidad aún estaba en asedio parcial. «Fue surrealista, rápido y aterrador«, dice. Unas horas después de entrar en Turquía, su ciudad cayó bajo el estado de sitio más duro que había experimentado hasta la fecha. «En la frontera turca nos retuvieron durante horas mientras las puertas se cerraban de repente. Era invierno, nos acurrucamos en la nieve rodeados de nuestro equipaje y esperando a que abrieran las fronteras», rememora.

La violencia y la represión

Por entonces, la batalla librada en Alepo, la ciudad más grande del país y la más relevante a nivel estratégico, llevaba ya un año enfrentado a las Fuerzas Armadas de Siria, apoyadas por Hezbolá, militantes chiíes y Rusia contra los distintos grupos rebeldes e islamistas que ahora mismo se han asentado en el Ejecutivo. No culminó hasta 2016, cuando los rebeldes se rindieron ante el régimen de Damasco. Aún se desconoce la cifra de muertes que causó el conflicto, que podría ascender a 30.000 solo en la población civil, según las informaciones difundidas por medios internacionales entonces. Aunque la situación, que llevó a la evacuación de la ciudad, no era más que la punta de un iceberg marcada durante medio siglo por la represión de El Baaz, el partido liderado por los Al Asad (padre e hijo).

Mi hermano fue detenido. Cuando finalmente volvió parecía un esqueleto, torturado y traumatizado, viviendo con un miedo constante a la represalia

«Uno de los peores momentos ocurrió cuando presencié el brutal asesinato de un joven cerca de mi casa que, simplemente, protestaba después de las oraciones del viernes pidiendo paz, unidad y libertad. Estaba grabando detrás de las cortinas de mi balcón cuando cayó muerto tras ser disparado por la Policía», detalla Alaa, que tiene muchas historias de terror grabadas a fuego en la retina. «Otra experiencia traumática fue durante mi último año en la universidad, cuando lanzaron gas lacrimógeno en el aula y estalló el caos mientras los estudiantes huían. Observé desde la distancia cómo los Shabiha armados (grupo paramilitar sirio leal al Gobierno y al partido Baaz) y los miembros del sindicato estudiantil imponían su control, incluso organizando una demostración para mostrar falsamente apoyo a Al Asad», agrega.

Pero lo peor estaba por llegar. Cuando Alaa ya dejó Siria su hermano desapareció durante dos semanas «agonizantes». La mujer tuvo que pagar por información para saber qué le había pasado. «Había sido detenido por la rama de Seguridad Política por protestar y comunicarse con fuerzas extranjeras. Pasaron tres largos meses hasta que fue liberado. Cuando finalmente volvió parecía un esqueleto, torturado y traumatizado, viviendo con un miedo constante a la represalia», cuenta.

«No queda nada»

A 180 kilómetros de Alepo, muy cerca de la frontera con Líbano, Mourhaf vivía a su vez su propio drama personal en Homs, la tercera ciudad del país. Con un español muy limitado que le impide detallar el horror vivido, ya que recaló en Alicante el 31 de enero de 2023, este padre de dos hijos cuenta a este periódico que de lo que conoció «no queda nada, todo está destruido». La localidad se encuentra ahora totalmente devastada tras la guerra civil.

No hay nada, no hay escuelas, no tenemos casa ni dinero… en un futuro igual sí podemos volver, pero aún queda mucho por hacer

En 2013 él decidió refugiarse junto a sus pequeños y su mujer en la ciudad libanesa de Trípoli, donde tenía familia. Atrás solo dejaba muerte y destrucción ya que había perdido a sus padres, a su tío… ahora, en Homs, solo queda su hermana. «Ella está bien, pero no hay dinero, Al Asad lo robó todo. Estamos contentos de que haya caído, hizo mucho mal. Me fui de mi casa porque tenía miedo», sentencia.

Tras estar unos años en Líbano, finalmente Mouhraf tuvo que venir a España con la ayuda de Acnur, la vida allí también era muy complicada, sobre todo tras el estallido de la guerra en la Franja de Gaza. Agradecido por haber sido acogido en nuestro país, el sirio no piensa, de momento, en regresar a su país. «No hay nada, no hay escuelas, no tenemos casa ni dinero… en un futuro igual sí podemos volver, pero aún queda mucho por hacer para que el país vuelva a la normalidad», sostiene.

En este sentido, Alaa, que durante estos once años ha tenido que «luchar con la etiqueta de refugiada» y que incluso ha llegado a sentirse «impotente y culpable» por satisfacer sus necesidades básicas mientras su familia permanecía en Siria, «cualquier cosa será mejor que Al Asad». La joven reconoce que «reconstruir el país esta lejos de ser fácil porque los desafíos, tanto externos como internos, son inmensos». Pese a esto, para ella «queda un rayo de esperanza: una visión de una nueva Siria libre y civil». Al contrario que Mouhraf, Alaa ya piensa en volver a su tierra, sobre todo ahora que espera un bebé junto a su marido. «Ya estoy planificando mi regreso«, sentencia.

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