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A los 76 años murió el escritor Daniel Samoilovich, creador de “Diario de Poesía”

Publicado: octubre 14, 2025, 6:09 pm

Ayer a la noche, en Ciudad de México, murió a los 76 años el escritor, editor y periodista argentino Daniel Samoilovich, tras haber sido internado de urgencia, informó el escritor mexicano Fabio Morábito a LA NACION; sus allegados confirmaron la triste noticia. Samoilovich había viajado para participar de una mesa sobre traducción de poesía, que iba a preceder la entrega del premio internacional de traducción de poesía al español, “M’ilumino d’immenso”, en el que había sido jurado (resultó ganadora la poeta venezolana Mariela Cordero). También iba a presentar, el jueves, su nuevo libro de ensayos, Estética del error. Apuntes sobre arte y poesía (Fondo de Cultura Económica), acompañado por Morábito y el antropólogo Néstor García Canclini.

Había nacido el 5 de julio de 1949 y era padre de tres hijos: Laura, Félix y Julia. Su cuerpo será repatriado.

Daniel Samoilovich

En 1973, publicó su primer libro de poemas, Párpado, al que siguieron El Mago, La ansiedad perfecta, Agosto y Superficies iluminadas, este último en el sello español Hiperión, en 1997. En 2003, dio a conocer una de sus obras más originales y celebradas por la crítica: El carrito de Eneas, donde dos cartoneros recrean la epopeya virgiliana en una “Nueva Troya” devastada que bien podría ser la ciudad de Buenos Aires, post crisis de 2001. También es autor de Las encantadas y Berisso, 1928. Rusia es el tema. Poemas reunidos 1973-2008, del sello Bajo la Luna, deja en evidencia la maestría poética de Samoilovich a lo largo de los años.

Samoilovich había viajado a México para dar una charla sobre traducción de poesía y presentar su libro de ensayos

Un poema debe empezar in medias res, debe arrancar, no comenzar; arrancarse a sí mismo de la nada convencido de que quiere existir, y aun de que es necesario que exista; esto último es evidentemente una barbaridad, un error, un pecado originario, en el sentido de que sin esta petulancia original el poema no podría existir”, postula en uno de los ensayos de Estética del error, que reúne artículos sobre autores como Arnaldo Calveyra, Edgardo Dobry, Ricardo Zelarayán y Leónidas Lamborghini (del que citaba el aforismo: “Si te la creíste, perdiste”), y artistas como Juan Pablo Renzi y su amigo Eduardo Stupía.

Tradujo al español al poeta latino Horacio y a William Shakespeare (con Antobio Tursi y Mirta Rosenberg, respectivamente). Con Stupía, publicó libros ilustrados, realizó una performance y grabó el video Cuaderno del Tigre, de 2002. Trabajaba en un libro con el historiador José Emilio Burucúa.

En simultáneo con su obra poética, se desempeñó como periodista en el diario Clarín (años después, colaboró en LA NACION) y comenzó a escribir notas sobre arte y poesía en la revista Punto de Vista, y entre 1986 y 2012 dirigió el irrepetible Diario de Poesía, cuyo consejo editorial estuvo integrado por Diana Bellessi, Jorge Fondebrider, Daniel Freidemberg, Martín Prieto, Elvio Gandolfo y Daniel García Helder, y al que luego se sumaron, entre otros, Osvaldo Aguirre, Josefina Darriba, Jaime Arrambide, Jorge Aulicino, Matías Serra Bradford y Mirta Rosenberg (a quien dedicó, in memoriam, Estética del error).

“Daniel fue uno de mis mejores amigos -dice el filósofo e investigador Ricardo Ibarlucía a LA NACION-. Nos conocimos en el verano de 1984-1985; cuando presentamos su último libro, en la Librería del Fondo, evoqué ese encuentro. Yo era editor del suplemento cultural del diario La Razón de Jacobo Timerman y publiqué un magnífico artículo suyo sobre Alfred Jarry. Nos hicimos amigos de inmediato. Teníamos muchas afinidades literarias y artísticas. Los dos fuimos socios del Club de Cultura Socialista. Un viernes por la noche, mientras cenábamos a la salida del club, me contó su proyecto de Diario de Poesía, una genialidad editorial, y me invitó a integrar el Consejo de Dirección. Fue un gran poeta, un ensayista muy agudo y original, como puede apreciarse en los textos reunidos en Estética del error”.

El editor y escritor Pablo Gianera formó parte de Diario de Poesía. “Es difícil, por supuesto, divorciar a Samoilovich de Diario de Poesía, porque el Diario fue también su obra -señala-. Una obra que cambió la poesía, y la prosa, del último tercio del siglo XX; sin esa obra, muchos no seríamos quienes somos. Pero Daniel fue también un poeta fuera de serie, con una sensibilidad formal muy infrecuente y con una inteligencia de escritura y de lectura como conocí pocas. Le debo muchísimo, también como lector de sus libros. Hay líneas suyas que me vuelven siempre. Por ejemplo, eso que decía de su poesía, que buscaba ‘el hilo más frío que lleva a una emoción’. O las de ‘Dante y los pájaros’ en Superficies iluminadas: ‘Todos los que van a morir esta noche, esta mañana amanecieron vivos. Esta, ¿es una obviedad o una paradoja? Que sea una o la otra quizás dependa si lo piensa uno que va a morir o uno que no. Pero, ¿cómo podría yo saber a qué bando pertenezco?’. Por ahí son esas intimidades la inmortalidad del poeta”.

“Tuvimos coincidencias y diferencias fuertes, pero buena parte de lo que hoy puedo decir de la poesía es resultado de conversaciones que mantuvimos durante años -dice el escritor Daniel Freidemberg-. Y además está su obra: bajo lo que parece sencillez y prosaísmo, en lo no explícito, hay puesto en juego mucho más. Una vocación reflexiva, cargada de interrogantes y gusto por la sorpresa y el juego, sometida a un cuidado tan extremo como discreto de cuestiones como el ritmo, los tonos, las sonoridades. Daniel apostaba a un lector inteligente, culto y, sobre todo, inquieto. En cuanto a lo que fue y es como fundador y director de Diario de Poesía: aunque fuimos varios los que nos comprometimos a fondo en esa aventura, el Diario fue, ante todo, obra suya, y sin la pasión que puso en esa tarea no puede entenderse el rumbo que a partir de ahí tuvo, nos guste o no, la poesía argentina”.

En un ensayo sobre el poeta Aldo Oliva, Samoilovich escribió: “La única cosa segura es la muerte, y la excitación surge de la incógnita de cómo se la hallará, haciendo qué en el demorado o breve mientras tanto. No de otro modo un poema se arranca del silencio y sabe que habrá de terminar; esto es lo obvio, la pavada: el asunto no es durar, sino jugarlo todo en la batalla, aprovechar el único tiro de que se dispone para hacer algo que valga la pena”. De su propio “combate literario” -en el que intervienen la historia, el humor, la política y el amor a la lengua- también se puede afirmar que valió la pena.

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