Publicado: diciembre 19, 2025, 5:00 am
Fabián Ferraro nació y creció en Sambrizzi, un asentamiento humilde de Moreno donde la vida se hacía cuesta arriba desde el primer día. Vivía con sus padres y cinco hermanos en una única habitación, sin privacidad y con un baño afuera. El hambre, la falta de ropa y la ausencia de oportunidades eran parte de la rutina diaria.
“Eso es la pobreza, no haberme bañado hasta los 17 años, higienizarme con un fuentón de agua hervida, ir al colegio sin zapatillas y acostarme muchas noches tomando solo un poco de leche”.
A los cinco años, movido por una mezcla de necesidad y coraje, empezó a subirse al tren Sarmiento desde Paso del Rey para pedir monedas y poder comer. Caminaba 25 cuadras para llegar a la estación y pasaba el día entre vagones. Y un día simplemente no volvió. “Empezás a encontrar más cosas afuera que adentro. Un día volvés a la noche, después dejás de volver y te das cuenta de que sobrevivís y que tenés libertad. Irme de mi casa me salvó la vida”.

Un vendedor del tren que lo “adoptó” como un hijo
La calle fue su escuela dura: noches frías bajo la estación de Once, ranchadas en galpones abandonados y la profunda tristeza de ver a su hermano Eduardo caer preso una y otra vez hasta morir a los 15 años. “Sufrí mucho su muerte, pero no tenía tiempo para lamentarme; tenía que seguir para sobrevivir”.
A los 12 conoció a “Quique” Villanueva, un vendedor ambulante del tren que lo “adoptó” como hijo y le enseñó un oficio. Gracias a él volvió a la escuela y aprendió a valerse por sí mismo. “Me fui convirtiendo de a poco en vendedor ambulante. Miraba a los ojos y sabía quién me iba a comprar. Cuando empecé a ganar mi propia plata, dejé de sentirme discriminado. Podía comprarme mis zapatillas, salir, sentirme parte”.
En paralelo, su hermana Norma lo buscaba sin descanso y el reencuentro llegó casi por azar, una mañana de lluvia. Volvió a tener familia: papá “Quique” y mamá-hermana Norma.

El fútbol, otra oportunidad en su vida
El fútbol había sido su pasión desde chiquito. A los 15 lo llevaron a probarse a Argentino de Merlo. Llegó desnutrido y con muchas carencias, pero rodeado de entrenadores que fueron más que eso.
“Mis técnicos me enseñaron no sólo a jugar al fútbol, sino a ser persona. Hasta me enseñaron a bañarme en una ducha. Yo no sabía lo que era eso”.
Con ellos encontró contención, cariño y un grupo de pertenencia. A los 17 ya entrenaba con la primera y a los 18 debutó oficialmente. El club también le dio acceso a terapia, una herramienta que lo ayudó a sanar. “La terapia me enseñó a vivir con menos dolor. Yo era audaz, pero por dentro no tenía autoestima. Aprendí a disfrutar”.

Intentó reencontrarse con sus padres, pero el tiempo había dejado heridas profundas. Su padre murió sin reconocerlo por un coma diabético, y con su madre el vínculo ya no pudo recomponerse. “Me dolió mucho, pero con los años entendí sus historias y que ellos nunca tuvieron oportunidades. Y también entendí que mi propia marginalidad fue la que me empujó a superarme”.

Fundó un club en un basural abandonado
Su carrera lo llevó a Andorra, donde jugó dos años y medio y hasta trabajó en centros de esquí para ganar un dinero extra. Pero la nostalgia pudo más y volvió a su barrio. Allí vio a muchos chicos tomando caminos peligrosos y decidió intervenir. Les propuso jugar al fútbol, entrenar, cambiar hábitos. “Quería que revirtieran lo que el barrio decía de ellos. Llegaban en jean, yo les prestaba shorts, les decía cómo comer, cómo cuidarse”. Y funcionó: en 1994 salieron campeones bonaerenses, invictos, después de 50 partidos sin perder. La noche de la celebración el barrio entero entendió que algo grande estaba pasando.

Ese fue el puntapié para fundar el Polideportivo y Club Defensores del Chaco en un basural abandonado. De un espacio lleno de basura, autos quemados y tierra dura, surgió un club que hoy tiene canchas profesionales, un teatro para 250 personas, un enorme centro cultural y recibe a 4500 chicos y chicas por año. Los jóvenes que habían sido “los peligrosos del barrio” pasaron a ser entrenadores y referentes. También construyeron un jardín modelo para 200 niños. Allí donde antes había abandono, ahora había proyectos, afecto y comunidad.
Fútbol callejero
Su vocación social siguió creciendo y en los ’90 creó el fútbol callejero, una metodología sin árbitro donde el comportamiento también define el resultado.
Con el tiempo esta disciplina comenzó a evolucionar y otros países empezaron a implementarla. Paraguay, Chile y Ecuador fueron los primeros que se fijaron en ese modelo. En el año 2005 se realizó el Primer Encuentro Latinoamericano de Fútbol Callejero en la avenida 9 de julio en el centro de la ciudad de Buenos Aires. Y el sueño de Fabián llegó más alto cuando en 2006 se realizó en Alemania el primer mundial de fútbol de esta disciplina en paralelo al mundial organizado por la Federación Internacional del Fútbol Asociado (FIFA).

Fundación Defensores del Chaco
Hoy Fabián continúa transformando realidades con el programa FUDE, que alcanza a 16 clubes de Moreno y más de 10.500 chicos y chicas. Lograron equipar canchas, poner iluminación, vestuarios y crear entornos de contención y comunidad que alejan a los jóvenes de la calle y la droga.
Además, creó La Fundación Defensores del Chaco que es una organización social en el barrio Chaco Chico, Paso del Rey y Moreno. Argentina.

“Nos basamos desde nuestros inicios en la construcción social del hábitat, buscando en los procesos autogestivos y colectivos la mejora integral de una comunidad a través de un modelo organizacional sustentable. Creamos un modelo de construcción comunitaria que recorrió el mundo a través de fútbol callejero y de la formación de liderazgos colectivos. Lo hicimos buscando un sueño, haciendo rodar la pelota y utilizando el deporte como motor de cambio social y comunitario”.

La historia de Fabián no es solo la de alguien que logró salir de la pobreza extrema: es la historia de alguien que, habiéndose salvado, decidió dedicar la vida a salvar a otros.
“Todo lo que hago es para que a ningún pibe le pase lo que me pasó a mí. Yo soy feliz: tengo a mi esposa, mis hijos, trabajo y reconocimiento. Pero uno no puede ser feliz solo si hay chicos que comen salteado. Yo quiero un país mejor, un país donde todos podamos ser felices”.
