Publicado: noviembre 27, 2025, 5:00 am
En la escena del arte argentino contemporáneo, Ruth Benzacar es casi una divinidad: adorada por artistas, coleccionistas y curadores, la sola mención de su nombre provoca admiración, emoción y un respeto reverencial. Destacada galerista, pionera y visionaria, comenzó esta historia en 1965 en una casa del barrio de Caballito, y sentó las bases de un proyecto que, tras su muerte, en el año 2000, continuaron primero su hija, Orly Benzacar (69), y ahora también su nieta, Mora Bacal (42). Hoy, aquella apuesta alocada y vibrante, Ruth Benzacar Galería de Arte, cumple sesenta años y, en medio de los festejos (tan importante aniversario se celebra con muestra, documental y libro), su hija y su nieta –directora y codirectora de la galería, respectivamente– la evocan para ¡HOLA! Argentina entre recuerdos, anécdotas y risas, mientras van y vienen por la historia de este hito del arte local, de fuerte impronta familiar. “Pasaron veinticinco años desde que murió y sigue teniendo una presencia fuerte todavía. Dejó una huella muy profunda”, dirá Orly durante la charla quien, con la ayuda de Mora, continuó, sostuvo y profesionalizó la tarea que había iniciado su madre. De todo eso y más charlaron en esta entrevista.

–Cuando murió Ruth, ¿te sentiste en la obligación de seguir con la galería?
Orly: Yo soy bióloga y trabajé diez años de bióloga y, cuando Ruth murió, ya hacía diez años que trabajaba con ella. Fue una decisión importante incorporarme a la galería y también fue una decisión importante continuar después de su muerte. No tenía obligación de seguir, pero tuve el deseo de hacerlo y de tomar el desafío, porque en ese momento la galería no estaba muy bien. Ruth murió en el 2000 y después vino el 2001: tuve que remar un par de temporales feos.
–¿Qué fue lo que creías que tenías que mantener en términos de legado?
Orly: Creo que nunca hubo una decisión muy racional de pensar esto. Lo que sí tuve claro es que quería que nuestra galería siguiera siendo una galería contemporánea y que siguiera siendo una galería que proyectara el arte argentino hacia el mundo. Estar comprometidos con la contemporaneidad genera una suerte de adrenalina que funciona como un motor.
–La vara estaba altísima, ¿tuviste que dar examen?
Orly: Sí, claro. De hecho, hubo situaciones complejas en ese sentido, como que al poquitísimo tiempo de muerta Ruth un cuerpo de artistas muy importantes, que eran como el pilar de la galería, se fueron.

–No confiaban en lo que vos podías hacer…
–Claramente no. No fue el discurso en ese entonces, pero se fueron. Fue duro. Pero pasado poco tiempo agradecí eso, porque se me fue el enojo y pude darme cuenta de que era una oportunidad para refundar este proyecto con mi mirada, con mi estilo, con mi impronta.
–¿Qué fue lo más difícil?
Orly: Ruth establecía vínculos muy fuertes, tenía un don y un magnetismo tremendos, la gente la idolatraba, la adoraba, y yo no soy así.
Mora: Es muy gracioso que todavía hoy escuchás a alguna gente hablando de Ruth y sentís que ellos cumplían un rol muy importante en su vida, y Ruth cumplía un rol muy importante en la vida de ellos. Era esa gente que se vuelve casi imprescindible. No sé si era así efectivamente, pero ella lo hacía sentir así. Toda esa generación de coleccionistas que empezaron con Ruth la veían como a una madre.
–Qué difícil, Orly, vivir todo eso en medio de tu duelo porque, además de todo, se había muerto tu mamá…
–¡Obvio! Fue muy difícil. A veces siento que no sé cómo hice.
Mora: Porque es parte de tu personalidad. Yo, conociendo mucho a mi mamá, te diría que tiene una personalidad que puede sobreponerse con muchísima altura a esos golpes. No la afectan como podrían afectar a otros. Ella va siempre para adelante.
–¿Qué significa que la galería cumpla sesenta años?
Mora: Para mí, los sesenta años fueron una excusa para poder comunicar hacia afuera algo que estaba sucediendo adentro de la galería desde hacía mucho tiempo, que tiene más que ver con un fortalecimiento institucional, con un replanteo de formas de trabajo. Desde la pandemia veníamos trabajando en qué modelo de galería queríamos ser, cómo queríamos trabajar, qué sistema necesitábamos para responder a las demandas del mercado y proyectar al futuro, y con lo de los sesenta años, pudimos contarlo.
Orly: Todo eso sumado a la importancia de los sesenta años, porque se tributa el legado. Siempre mirando para adelante, reconociendo toda la historia, y viendo cómo sigue. Y rescatando esto de las tres generaciones de mujeres, de pasar una antorcha.
–Tres generaciones de mujeres, ¿Benzacar es un matriarcado?

Orly: Por ahora lo es, y medio que se dio así, no fue planeado. Obvio que cuando hay nietos uno se pregunta: “¿Quién será el que siga con esto?”, y surgen fantasías al respecto. En mis fantasías hay varones y mujeres: yo tengo dos candidatos, uno y una.
–¿Qué les dejó Ruth como mamá y como abuela?
Mora: Para mí no era una abuela normal, porque las abuelas normales eran muy con servadoras y mi abuela estaba muy aggiornada, más que yo en un punto.
Orly: Era cancherísima… ¡Pijamadas mixtas! En esa época no cualquiera hacía algo así.
Mora: Era compinche y pícara. Igual, yo la recuerdo también como muy formal, que era algo de la época. Toda vestida de seda, superelegante, pero sí sabía lo que era canchero y me compraba a mí la ropa canchera. Además, me abría el diálogo a temas que las abuelas no solían tocar: drogas, sexo y rock and roll.
Orly: Como mamá era más normal, dentro de lo atípica que era mi familia.
Mora: Para nosotros lo normal es esto, para mis hijos lo normal es ir todos los fines de semana a un museo o a la inauguración de una muestra. ¿Me odian un poquito? Y sí… después quizás me lo agradezcan.
Orly: Vivir así para nosotros es lo normal. La pijamada de los nietos es acá, en esta casa. Es lo que nos tocó y nos parece un privilegio haber crecido en esa vida. Yo me iba con mi mamá de la mano al Di Tella, era casi obligatorio. El Di Tella, la Galería del Este… Para mí ese era el mejor paseo.
–¿De chica tenías conciencia del privilegio que era eso?
Orly: No, en absoluto. De vuelta: para mí era lo normal.
Mora: Mi casa era más normal que lo que fue la de la infancia de mi mamá, porque mi papá no deja de ser un químico que laburaba de químico y mi mamá fue bióloga durante diez años. Había obras y los sábados a la mañana yo iba con mi mamá a Florida 1000, y los fines de semana pasaba mucho tiempo en lo de mi abuela, incluso con mis amigos. Ella tiraba un millón de colchones en el living y en ese living había un Berni gigantesco. También tenía una mesa de comedor enorme, en la que nos recibía con un desayuno que era un verdadero banquete… Y a mis amigos les encantaba ir: a todos los marcó muchísimo tener como una cotidianeidad con esa casa y esas obras, muchos lo reconocen al día de hoy.
–Manejan más de treinta artistas. ¿Cómo se hace con tanta gente?
Mora: Hay momentos. Los artistas que tienen muestra durante ese año requieren más atención o más seguimiento, igual que los que tienen proyectos institucionales muy grandes. Hay artistas más demandantes que otros, hay personalidades, hay estilos…
–¿Funcionan un poco como psicólogas?
Mora: Funcionamos como todo. Creo que tenemos un montón de roles, desde tramitarle la visa para el hijo porque necesita viajar, pasando por contener a un artista en crisis emocional porque lo dejó su pareja, hasta acompañar el proceso de una muestra, con los subibajas que puede generar.

–Que la galería tenga el nombre y el prestigio que tiene, ¿hace que todos quieran estar?
Mora: Un poco sí, pero yo rescato también que el medio creció mucho y hay competencia. Eso es sano. Durante muchos años fuimos la única galería de arte contemporáneo saliendo al mundo, y eso es medio un bajón y una responsabilidad enorme, porque no te permite mucho movimiento. Hoy, en la escena del arte de Miami, por ejemplo, somos entre dieciocho y veinte galerías argentinas presentes, y eso representa a la producción local con fuerza, altura y calidad. Está buenísimo no ser la única.
–¿Cómo imaginan el futuro de la galería?
Orly: Creo que más que imaginar, lo deseamos. Es difícil imaginarlo porque vivimos donde vivimos, cuesta proyectar.
Mora: También yo siento que hacer mucha futurología puede generar desilusiones. ¿Qué sabés lo que va a pasar en el futuro? Estoy segura y contenta con la galería que tenemos hoy, y tengo la certeza de que construimos bases sólidas para proyectarnos veinte, cincuenta, cien años más. Hasta donde queramos, hasta donde se pueda llegar y nos dé satisfacción.
–Mora, ¿cómo es trabajar con tu mamá?
–Tengo la suerte de que mi vieja tuvo una buena experiencia con la suya. Y si hay algo que marcó el vínculo generacional tanto de Ruth con Orly como el de Orly conmigo es la generosidad y la apertura para escuchar nuevas voces. Mi mamá tiene flexibilidad, permite la escucha y el cambio. Es generosa, toma riesgos, y eso facilita un aggiornamiento constante. Esa misma flexibilidad es muy necesaria en nuestro proyecto de ser una galería de arte contemporáneo, es la única manera de seguir contemporáneos.
Orly: Nosotras creemos que la galería mantiene la frescura de una galería de arte contemporáneo, con todo el peso de la historia y el legado, pero sigue siendo una galería fresca.
–¿Cómo es la dinámica de la relación de ustedes en el trabajo?
Mora: Nos escuchamos, no nos peleamos, fluye bien.
Orly: Creo que nos complementamos bien, yo la escucho mucho a Mora. Hay respeto, escucha, amor. Mi mamá no me enseñó a mí a hacer una transición de señora grande a hija, porque se murió. Y yo creo que estoy más cerca de hacer esa transición hacia Mora. No me voy a retirar ni mucho menos, porque me encanta ir a la galería, me encanta estar, pero no tengo la misma energía. El tiempo va pasando y medio naturalmente lo estamos haciendo, lo aprenderemos a hacer.
Mora: Por ahora venimos bien.



Maquillaje y peinado: Nahuel Puentes para Sebastián Correa Estudio

