Publicado: noviembre 23, 2025, 4:00 pm
La jubilación es, en el imaginario colectivo, un descanso merecido después de toda una vida laboral. Sin embargo, cuanto llega, muchas personas descubren que no es tan sencilla de gestionar. La estructura a lo largo del día y las rutinas marcan un ritmo y, en muchos casos, una identidad que, cuando desaparece, desconcierta. Y es que por primera vez en décadas, nadie espera nada de ti un lunes a las ocho de la mañana.
Por eso, la transición hacia la jubilación no puede verse solo como un trámite administrativo. Es un cambio vital profundo que requiere preparar la mente y las emociones. No se trata de llenarse de actividades sin sentido, sino de encontrar un nuevo equilibrio. Muchos jubilados coinciden en que, más que el tiempo libre, lo que realmente cuesta gestionar es la pérdida de interacción social y la rutina.
Sobre esta idea reflexionaba Mar Amate en ‘Herrera en COPE’, recordando un dato revelador: «Dice la ciencia que las personas que mantienen un propósito tras jubilarse viven de media siete años más con calidad». Es decir, no se trata solo de estar ocupado, sino de tener un motivo por el que seguir aprendiendo, moviéndose o relacionándose.
Afrontar la jubilación con salud mental
En 2025, quienes hayan cotizado 38 años y 3 meses podrán retirarse a los 65. Quienes no alcancen ese periodo deberán esperar a los 66 años y 8 meses. Esta escala continúa ajustándose hasta 2027, cuando la edad ordinaria quedará fijada en 67 años. Todo esto implica que la jubilación llega más tarde, y por ello es incluso más importante afrontarla con herramientas que ayuden a mantener la salud física y mental.
La relevancia del propósito vital está bien documentada, no solo a nivel psicológico, sino también biológico. Un ejemplo es el estudio dirigido por Celeste Leigh Pearce, de la Universidad de Michigan, que analizó a más de 6.000 adultos de 51 a 61 años. Estas personas completaron cuestionarios sobre sus metas y sentido de propósito y, posteriormente, los datos se compararon con registros de salud y mortalidad durante un periodo de ocho años, de 2006 a 2012.
Las conclusiones fueron claras, las personas que declararon tener un propósito sólido mostraron un riesgo notablemente menor de mortalidad por todas las causas. El estudio incluso señaló que la diferencia era especialmente marcada en muertes asociadas a problemas cardíacos, circulatorios y sanguíneos.
