Publicado: noviembre 13, 2025, 5:05 am
Para hacer honor a la verdad, no era un show, pero se vivió como tal. Desde temprano, en las inmediaciones del estadio se vendía merchandising no oficial del grupo (remeras, calcos, pines). Otros vendedores ambulantes ofrecían sándwiches y bebidas y en los bares cercanos sonaba música de la banda (algo habitual que estos locales cercanos al Movistar Arena hacen para atraer clientela). ¿Cómo llamaremos al evento? ¿Acontecimiento? Sí, porque la salida de un nuevo disco de estudio de Divididos, con canciones hasta ahora inéditas, es un acontecimiento. Pasaron 15 años del último CD. Y ante semejante acontecimiento, el Movistar Arena estaba lleno para un menú de tres pasos, que contempló un documental, la escucha del disco (pero sin música en vivo) y luego una charla con los músicos donde, además de los comentarios y las preguntas del filósofo Darío Sztajnszrajber, el público también intervino con sus inquietudes. Hasta hubo abrazos con los fans y un final de fogón, con guitarras acústicas en mano y un par de canciones, fieles representantes tanto del nuevo disco como de lo más medular de la historia de este trío integrado por el guitarrista y cantante Ricardo Mollo, el bajista Diego Arnedo y el baterista Catriel Ciavarella.

Todo eso ocurrió durante casi cuatro horas. Y si la oferta pudo ser comparada con un menú de tres pasos bien vale desglosarlo como entrada, plato principal y postre.
La entrada: el documental
Se llama Sonidos, barro y piel. Está tomado del verso de una canción. Realmente fue una antesala y sirvió de puesta al día de la banda y como anticipo del disco. No por datos formales sino porque refleja el espíritu de la obra. Y si bien, como se dijo, no fue un show de Divididos, el público aplaudió cuando la secuencia del film mostró, por ejemplo, el trip de Mollo, subido al wah wah y la distorsión de su guitarra.

El público aplaudía como si hubiera terminado una canción del trío en vivo. Y se quedaba en absoluto silencio cuando los músicos hablaban de su experiencia en los conciertos y la conexión con sus fans.
“Son muchos años, es la pareja que mas me duró”, se escucha decir a Arnedo, en tono de broma, sobre la larga relación que mantiene con su socio Mollo. Se conocen desde hace poco menos que medio siglo. Fue en 1978 cuando los hermanos Mollo (Omar y su hermano menor Ricardo) convocaron a Diego para que se sumara a MAM, la banda que habían formado durante su adolescencia. El resto es historia conocida: tanto la de Sumo como la de Divididos. Aun así, este “evento” que decidimos llamar “acontecimiento”, los acercó mucho más a una nutrida legión de seguidores. Porque los que estaban allí, colmando el Movistar Arena, fueron su fans de la primera hora, junto a esos otros que se fueron sumando en el camino y mantuvieron con la banda una relación de absoluta fidelidad.
El docu tiene, además, sus escenas graciosas, como cuando registra un momento de la grabación donde Arnedo toca la armónica y Mollo sostiene un viejísimo micrófono. Parecen dos niños jugando con un juguete nuevo. O cuando Ricardo evoca su infancia y revisita esos momentos en los que lo apasionaba jugar con hormigas. También aparecen los cuestionamientos. Las situaciones en las que la mente se impone frente a la pasión y cuando llega el momento de cuestionar esa victoria: “¿Por qué todo tiene que ser productivo?“, se pregunta el guitarrista. Más adelante, el Diego cuenta sobre la distención de ligamentos que lo obligó a cambiar la pelota de fútbol por un bajo y el ser de luz que hizo que la música sonara puertas afuera. ”Haber conocido a Luca [Prodan] fue una luz en el camino. Pero si llegaba en los setenta Sumo no salía de la sala de ensayo. Porque en ese tiempo no había bares, se tocaba en la sala de ensayo. Pero en los ochenta, Luca dijo: ‘salimos ya, a tocar a un bar’. Y tenía tanta autoridad que uno decía, sí está loco yo lo sigo.

Plato principal: el álbum
Se llama simplemente Divididos y no por una cuestión de vagancia o falta de creatividad al momento de elegir títulos. El trío jugó con esa palabra, más allá de que fuera el nombre del grupo, para unirla al arte de tapa del álbum, que muestra una bandera solo de dos franjas (pero se entiende que es la argentina) y los lienzos ( uno celeste, otro blanco) están unidos por una sutura. Durante el cierre del (digámoslo otra vez) “acontecimiento”, se les preguntó por ese detalle, y Mollo respondió: “Es una expresión de deseo, es lo que queremos. Que esa herida algún día sane. Hace muchos años, cuando era zapatero, se prendió fuego algo y lo apagué con un balde de arena. Pero me saltó un pedazo de plástico que se estaba derritiendo y me dejó una marca en el brazo que todavía tengo. Eso fue en el 79, más o menos. Al dormir con la cabeza apoyada sobre el brazo, cuando me despertaba veía que otra vez se abría la herida. Algún día esto va a sanar, pensé. Y un día sanó. Entonces, creo que esto significa lo mismo. Tenemos que sanar, pero eso es una construcción interna de cada uno, para tomar consciencia no solamente de nuestro ombligo”.
El álbum trae una docena de canciones que hacen honor al apodo de la banda: la aplanadora del rock. La música es absolutamente demoledora y tiene un par de cambio de pasos, con temas levemente más suaves y muy bellos (al promediar el recorrido y hacia el final). El resto es puro crujir de guitarras que no van en desmedro de lo que se quiere decir en cada canción.
Hay, a lo largo del disco más reflexión que narración, y una especie de deseo subliminal que apunta a correrse del engranaje de un sistema. Ya la primera frase del primer tema sentencia: “Lo que te demora es lo que te traiciona”.
Y a medida que se lo empiece a recorrer se podrán encontrar modos mayores y menores, introspecciones, desencantos y esperanza que van desde aquel “Mundo ganado”, primer tema que estrenó la banda hace seis años y que terminó dentro de esta producción, hasta otras piezas delicadísimas de guitarra acústica.
El postre: la charla y los fans
Después de la escucha del álbum completo, se dispuso sobre el escenario un living adonde los tres músicos y Sztajnszrajber conversaron hasta que el público tomó la palabra.

El filósofo abrió ese tercer acto (o plato) con un relato intervenido por lo dionisíaco y lo apolíneo, hasta arribar en una definición del grupo y el llamado a los músicos para que compartieran el escenario. Y lo curioso es que su disertación a veces fue alternada por los cantitos de cancha, de los más fanáticos de la banda. Por parte de los fans, desde el abrazo que un niño les dio cuando ellos lo invitaron a subir al escenario, hasta todo los mensajes de afecto y las reverencias, lo que comenzó con la presentación de un álbum terminó siendo una exaltación de fidelidad hacia el grupo.
Ahora solo resta esperar que Divididos comience a hacer sonar esa docena de canciones (o al menos buena parte de ellas) sobre los escenarios.
