Publicado: octubre 29, 2025, 5:00 am
Para María Laura Ortiz dejar Argentina atrás no fue fácil, aunque esto sería subestimar lo que su corazón tuvo que atravesar. Su padre había fallecido dos meses antes, su madre estaba en pleno duelo, y su marido, sus hijos y sus perros habían quedado en el hogar de su querida Mendoza. Y allí estaba ella, sola en plena pandemia, con lágrimas en sus ojos pero dispuesta a escribir un nuevo capítulo de su historia y la de su familia.
Pero los golpes al corazón no fueron los únicos que se atravesaron en su camino. Su destino era Madrid con una parada previa en Miami, donde sufrió un revés inexplicable. Antes de volar a Europa alguien se acercó a ella, y sin motivo, la atacó, le quebró la nariz y le dejó los ojos negros. No le robó nada.
“Dicen que fue un ataque de odio”, rememora María Laura. “A las cinco horas de ese episodio me subí al avión que me trajo a Madrid. Así llegué: golpeada, con la misma firme decisión con la que salí de casa y con la certeza de estar haciendo lo correcto”.
Madrid y un gesto que puede cambiar una historia
Madrid eligió a María Laura antes de ella la eligiera. En 2015, había llegado a Europa por trabajo y, tras recorrer varias ciudades del viejo continente, llegó a la capital española, donde un instante simple pero decisivo cambió el curso de su destino: un autobús se detuvo para que dos personas mayores pudieran subir con calma: “Ese gesto de respeto, de pausa, de humanidad… me conmovió. En ese momento supe que esta ciudad podía ser mi lugar en el mundo”.

Durante aquellos días, Madrid se metió en su piel. En su cielo encontró el mismo sol brillante de su querida Mendoza y, a pesar de las diferencias, pudo hallar un clima, sabores y sobremesas que le resultaron familiares: “Aquí también hay abuelas que cocinan sin medidas y comidas que nacen de la memoria”, relata.
La decisión de mudarse fue pensada en familia. María Laura se había recibido en Ciencias Económicas y Estadísticas, pero su trabajo como comunicadora, sommelier y perfumista la habían llevado a traspasar fronteras: a veces estaba hasta un mes fuera de casa. Atada a sus viajes, llegó a sentir que pasaba más tiempo en aeropuertos que en su hogar, una situación que la empujó a comprender que necesitaba reorganizar su vida.
Atraída por comprender los códigos del consumidor del lujo, su historia, sus símbolos, y su deseo de reinterpretar esa sensibilidad dentro del mundo del vino, buscó una excusa para comenzar el proceso de la mudanza: realizar un máster en lujo.
Sin embargo, la partida fue todo, menos lujosa. A Madrid llegó llorando, con su cuerpo golpeado como consecuencia del ataque en Miami y en pleno duelo por la pérdida de su padre. Pero no todo estaba en su contra. Tras presentar sus títulos, maestrías, reconocimientos de gobiernos y más de treinta artículos publicados, ingresó a España con una visa de `altamente cualificada´. Su recorrido profesional la sostuvo en un instante vulnerable, donde el dolor la atravesaba: “Llegué con COVID, mascarilla, soledad y una avalancha de trámites burocráticos que la pandemia hacía aún más lentos. Pero traía también un propósito, y eso lo cambia todo”, afirma hoy mientras recuerda aquellos días.

Prosperidad: armar un hogar, desarmar un hogar
Como extranjera, conseguir alquiler, abrir una cuenta bancaria y demás trámites, fue complejo. Como una señal, María Laura se mudó finalmente al barrio Prosperidad, aunque las razones eran más bien prácticas, estaba a pocas cuadras de la escuela de negocios donde estudiaba. Con alma de barrio y ritmo de ciudad, aquellas calles la conquistaron con sus terrazas, mercados y abuelos con sus perros que la saludaban en su camino. Prosperidad parecía ir sin prisa, al igual que las personas que de camino se sentaban en sus barcitos con una caña y una tapa, conversaban unos minutos y seguían su día: “Yo prefiero una copa de vino, claro, pero esa costumbre de detenerse un instante para compartir algo sencillo me parece maravillosa”.
“Los españoles tienen hábitos hermosos: los churros con chocolate, las tostas de jamón, las sobremesas interminables. Pero también tiempos distintos. En invierno todo se vuelve íntimo y amable; en verano, el calor y las horas de luz parecen no terminar nunca. Trabajo mucho en agosto, cuando el resto del país está de vacaciones, y a veces el día se extiende hasta las once de la noche, con el cielo aún claro. Me costó adaptarme, pero aprendí a disfrutarlo”, continúa María Laura. “Lo que más me costó fue la necesidad de planificar cada encuentro. En Argentina uno dice `nos vemos´ y se ve. Aquí hay que mirar agendas, cuadrar horarios, esperar semanas. Pero es parte de otra manera de vivir: más organizada, menos espontánea”.

“Vivir sola fue un aprendizaje. Armar una casa desde cero, elegir los platos, las tazas, los cuadros, contratar electricistas, enviar fotos a mi familia mientras les contaba que todo iba tomando forma… Fue un proceso de construcción simbólica: levantar un hogar mientras ellos me esperaban al otro lado del océano desarmando nuestro anterior hogar”.
El verdadero lujo: “Por fin estamos todos”
El hijo menor llegó nueve meses después. Su esposo y su otro hijo, cuando se cumplió el año. Su gata, que vivió hasta los 19 años, también llegó a casa, y cuando por fin todos estuvieron juntos, María Laura sintió que Madrid ya significaba estar en casa.
A su llegada, con una valija, ella había traído lo esencial, y cuando cada uno de los miembros de su familia llegó con su propio equipaje, supo hasta qué punto nada de lo material era imprescindible. Salvo por sus libros que llegaron a manos de su hermano, un peluche rojo que le regaló su esposo cuando eran novios y una colcha tejida por su abuela, lo demás quedó en Mendoza.
“Madrid es sol, calidez, ritmo y respeto. Es el lugar donde volví a construir mi vida con paciencia, como se elabora un vino de guarda. Y supe que estaba realmente instalada cuando llevé a mi familia a su primer recital de rock, cuando caminamos juntos por la Gran Vía y pensé: aquí, por fin, estamos todos”.

El ADN argentino y los desafíos de trabajar en Europa: “Es un ejercicio de constancia, pero también de humildad”
Para María Laura, trabajar en Europa fue como aprender un nuevo idioma dentro de un idioma que ya conocía: las reglas eran otras, en especial en relación al ritmo y la estructura, con procesos más largos y formales. Ella supo apreciar la previsibilidad, pero extrañó las formas de accionar de su tierra: “Los argentinos tenemos ese ADN resolutivo, esa flexibilidad para actuar. Sabemos adaptarnos, cambiar de plan, reinventarnos”.

En relación al lujo -su expertise- en Europa, María Laura halló otra dimensión, universos simbólicos distintos, un lenguaje diferente con códigos fascinantes. En la atmósfera profesional encontró un respeto real y tangible: “Trabajar con culturas distintas me enseñó más de lo que imaginaba. He trabajado con ingleses, japoneses, franceses y españoles, y en todos los casos encontré seriedad, método y reconocimiento por el esfuerzo. Valoran el gesto de ir más allá, el overdeliver, algo que para mí es natural. Los ingleses, sobre todo, son meticulosos y correctos, y aprecian cuando uno combina precisión con sensibilidad”, describe la mujer de 52 años.
“Reconstruir una red profesional desde cero fue quizás lo más desafiante. Tenía algunos contactos, sí, pero no bastaba. En este entorno es necesario estar presente: asistir a ferias, congresos, cenas, saludarse, volver a verse. Que te reconozcan, que asocien tu nombre a tu trabajo, que tu cara se vuelva familiar. Es un ejercicio de constancia, pero también de humildad”, continúa María Laura quien en la actualidad escribe para Great Wine Capitals; Canopy, en Inglaterra; La Gaceta del Vino, en España; y ahora también para Wine Searcher.

“Mi rutina actual es intensa y fascinante. Hay semanas en que vivo entre aeropuertos y maletas. Madrid es mi eje, mi punto de retorno. Y si tuviera que describirla con un aroma, sería el de magnolias. El aeropuerto de Madrid es, de todos los que conozco —y son más de ochenta—, el único que huele bien. Ese perfume es mi señal de llegada, mi bienvenida. Cuando lo respiro, sé que estoy en casa”, afirma María Laura, quien pronto partirá al congreso de Great Wine Capitals para debatir sobre el futuro del enoturismo, y luego viajará a Australia, a la premiación de los World’s Best Vineyards.
Volver a los viñedos mendocinos, un propósito y los aprendizajes en el camino: “No extraño Argentina porque la llevo conmigo”
Años atrás, María Laura llegó a Madrid en pleno duelo, desgarrada de su familia y golpeada, pero con la certeza de estar haciendo lo correcto. Tanto ella, como los suyos, anhelaban expandirse, y en el corazón de España, encontraron un hogar para desplegar sus nuevas metas. Argentina, mientras tanto, jamás dejó de ser parte de sus vidas.
Uno o dos meses al año, María Laura los transcurre en su patria, vuelve con la excusa de trabajar, pero sobre todo visitar amigos y compartir mates. Ella siente que su casa es Argentina y también, Madrid: “Cada regreso me recuerda quién soy; cada partida, hacia dónde voy”, dice.
“Y cada visita me confirma que hay talento, pasión y creatividad, pero también la necesidad de abrir la mirada al mundo. Desde Europa puedo cumplir mi propósito, tender puentes, conectar realidades, ayudar a que nuestras historias se escuchen en más idiomas. Creo que ese es mi papel hoy: ser una voz que traduzca, que comunique, que una”, continúa María Laura, quien a Argentina llevó una franquicia y creó un proyecto que reconoce a todos los protagonistas del vino argentino.

“Vivir en Madrid me dio una calidad de vida distinta. Seguridad, previsibilidad, diversidad gastronómica, y algo más difícil de medir: tranquilidad. Camino por la calle sin mirar atrás. Trabajo con foco y disfruto del tiempo libre sin sentir culpa. Esa sensación —la de tener calma, de vivir bien— también es un lujo. Madrid también me enseñó a observar, a escuchar otras culturas, a abrirme. Mi primera amiga fue una colombiana encantadora; después llegaron argentinos, americanos, japoneses, franceses. Desde Madrid, todo es más cercano: Francia, Italia, Alemania. Hoy soy más eficiente, pero también más consciente de cada paso”.
“Vivir lejos me enseñó que la identidad no se pierde, se expande. Uno no deja de ser de donde es, simplemente aprende a mirar a su país desde otra perspectiva. No extraño Argentina porque la llevo conmigo: está en mi manera de hablar, en el mate que comparto, en la comida que preparo, en las canciones que suenan de fondo. Paso la puerta de mi casa y es Argentina: huele a especias, suena a Soda Stereo, tiene la calidez de un domingo familiar”, concluye.
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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
