Publicado: octubre 7, 2025, 6:00 am
“Fuimos a una clínica de mi obra social y después de esperar un largo rato me atendieron. Me revisaron rápido, creo que en un momento pensaban que era una infección urinaria o algo así. Como ese diagnóstico se descartó, me indicaron que tenía que esperar unos días porque para ellos era algo viral que se resolvería solo. Yo me sentía bien y la verdad que no pensaba que podía ser algo más. Sin embargo, siento que esa primera consulta fue fallida, que algo no funcionó como debía y lo que estaba en juego era mi salud y la vida de otras personas”.
Una tarde de noviembre de 2012, Gabriela Araya estaba volviendo de juntarse con amigos cuando, de repente, la sorprendió un bulto muy grande en el cuello. “¿Te comiste una pelota de tenis?”, bromeó unos días después un compañero de trabajo.
Pero lo que se avecinaba no parecía ser un chiste. Más allá de eso, Gabriela se sentía mejor y hasta notó que el bulto iba disminuyendo su inflamación.
“Ya llegaban las vacaciones y yo no pensé en ese episodio de la pelota de tenis en la garganta y me fui de viaje. Sin embargo, ya en el 2013 empecé a sentir que algo no andaba bien. Comencé a transpirar mucho en las noches y el bulto seguía ahí. En realidad, nunca se había ido”.
La aparición de nuevos síntomas
Poco a poco, las noches se volvieron difíciles: se despertaba empapada en sudor y, muchas veces, tenía que levantarse para cambiarse de ropa o pijama, sintiendo el cansancio y esa incomodidad que lo acompañaba.
“También tenía calor y al rato frío, lo cual me interrumpía el sueño. Una noche que jamás olvidaré me asusté mucho por esos síntomas y dije: ´Si los médicos de mi obra social no me dicen qué es, me voy a buscar otro para que me diga qué era lo que tenía”.
Gabriela no lo dudó ni un instante. Con la ayuda de sus padres se cambió a otra obra social y sacó un turno con un especialista, que minuciosamente la revisó en silencio.
¿Vos tenés este ganglio inflamado hace más de seis meses? -le preguntó Guillermo, el doctor.
-Según mis cálculos, hace ocho -le respondió.
“Mi mente no sé dónde estaba”
“Me hizo otras preguntas que no recuerdo, y empezó a escribir órdenes médicas para hacerme estudios de todo tipo y una consulta al cirujano. Me acuerdo como si fuese hoy cuando me miró y me dijo: ´Mirá, esto no es una gripe, esto va a llevar un tiempo. Vos andá a hacerte todos los estudios´. Me dio su número de teléfono celular para que lo llamara si lo necesitaba. Ahí me cayó una ficha. Yo no pregunté nada más y me fui caminando hasta mi casa. Eran unas 10 cuadras. Caminé de memoria porque la mente no sé dónde estaba. Llegué a casa y cuando me preguntaron cómo me había ido, dije que bien, pero no estaba tranquila”.
Luego de largos días de espera y de enfrentar múltiples estudios, consultas y la biopsia, Gabriela finalmente escuchó su diagnóstico: Linfoma de Hodgkin en estadio III, con ganglios comprometidos en el cuello y el mediastino.
“Cuando el cirujano mencionó ´Linfoma´ se me quedó la mente en blanco, no pude escuchar ni la mitad de lo que dijo. Mi mamá me hablaba, pero yo no sabía lo que me estaba diciendo, es como que me ausenté unos minutos. Y todo era lento, todos hablaban alrededor, pero yo no escuchaba nada. Me sentí muy vulnerable y creo que fue la primera vez que lloré”, dice Gabriela. Y agrega: “Me dio bronca que ya había pasado un año sin tratarme y sentía que había perdido tiempo”.
Miedo, angustia e incertidumbre
Gabriela recibió una de las pocas buenas noticias en esos días difíciles: su enfermedad tenía un buen pronóstico, porque no era un tumor invasivo ni difícil de tratar y, además, aún no había avanzado demasiado. Además, le hicieron una punción de médula para saber si estaba comprometida. Y el resultado fue negativo.
Entonces, cuenta, el tratamiento iba a ser corto, pero intenso. Un protocolo bastante tradicional y básico: quimioterapia y radiología.
Gabriela sentía miedo, angustia e incertidumbre invadiendo su corazón, pero en medio de todo eso, su mente nunca dejaba de susurrarle con fuerza y cariño: “De esta vas a salir, Gabita“.
¿Cómo le resultaron las quimios?
Aunque el miedo estaba presente y la incertidumbre sobre cómo resultaría la quimio la acompañaba, Gabriela se sentía llena de fuerza. “Al llegar a la sala, compartía el espacio con otros pacientes. Vi muchas historias, algunas muy difíciles y otras parecidas a la mía. Escucharlas me dio esperanza y la certeza de que podía salir adelante. Me sorprendió la increíble fortaleza que algunos mostraban, y de ellos tomé la inspiración que necesitaba para enfrentar lo que aún estaba por venir”, confiesa con emoción.
A Gabriela se le hizo larga cada aplicación porque, explica, tenía cuatro bolsas de distintas drogas que le colocaban por vía. Casi siempre entraba primera y salía última.
“Cada quimio fue peor que la anterior. Mi cuerpo ya estaba cansado, y se notaba que no estaba con la misma energía. Ya en las últimas me costaba salir de mi casa y le pedía a mí hermano (que había fallecido unos años atrás) que me diera fuerzas para afrontar la aplicación”.
¿En qué o en quienes te apoyabas?
En primer lugar, en mi mamá. Ella me acompañó a cada quimio, a cada médico y me sostuvo la vía mientras vomitaba en la clínica. Jamás voy a olvidar eso. Mi papá, mi hermana y mi familia también estuvieron siempre cerca.
Mis amigos y amigas, en especial Luli, Josefina y Miguel, que me abrieron las puertas de su casa cada vez que necesitaba. Siempre iba a abrir resultados de estudios importantes en su hogar porque creíamos que era de buena suerte.
También en la comunidad de la escuela donde trabajaba en ese momento. Me hacían llegar sus fuerzas y rezos.
¿En qué momento te dijeron que estabas curada?
Cuando completé los cuatro períodos de quimio protocolares, me hice un estudio para saber cómo estaban los ganglios. Se lo llevé a la hematóloga y me dio la gran noticia de que estaba en remisión completa. Me explicó que estaba curada, pero tenía que completar igualmente las sesiones de radiología.
¿Qué sentiste en ese momento?
Creo que se lo hice repetir a la hematóloga varias veces porque la emoción era mucha. El alivio también. Me abracé y celebré con mi mamá. También lloramos juntas. Lo haba logrado, y algo que parecía tan lejano, ahora era un sueño cumplido. Organicé una fiesta unos días después e invité a todo el mundo. Y fue la alegría más grande escuchar esa palabrita de que estaba curada.
“Descubrí una fortaleza que no sabía que tenía”
A finales de 2013, Gabriela ya estaba en remisión completa. En ese instante, lo primero que sintió fue un profundo alivio, seguido por una alegría tan grande e indescriptible que le llenó el corazón. Recordó cada paso del camino recorrido: los días de sol, las nubes que cubrían su horizonte, las lluvias intensas y los vientos fuertes que tuvo que soportar. Cada uno de esos momentos la hizo más fuerte, y esa emoción de haber superado tanto la abrazó con una fuerza única e inolvidable.
“Descubrí una fortaleza que no sabía que tenía. Transitar la enfermedad y ganarle la batalla me transformó en una mejor versión de mí misma, más alegre, más auténtica, y más agradecida. No todos los días estoy re positiva, pero cuando algún problema me quita el sueño lo comparo con las épocas de quimio y ahí cambia la perspectiva. Pienso que si pude contra el cáncer, puedo también con lo que sigue. También aprendí a valorar el hoy y las cosas más simples de la vida. Y sobre todo a agradecer. Agradezco tener un segundo cumpleaños desde que me curé y a toda la gente linda que se me cruzó y cruza en el camino”.
Gabriela confiesa que su mirada sobre la vida cambió por completo: la forma en que se relaciona con los demás, cómo trabaja, cómo se alimenta y, en general, cómo vive cada día. Ahora busca lo más sano en todo lo que hace y lleva una vida llena de salud y cuidado. Además, decidió estudiar una nueva carrera, licenciatura en Nutrición, porque con ese cambio profundo llegaron también nuevas inquietudes y desafíos que quiso abrazar con entusiasmo.
“También desde aquella época me siento un poco más atenta a mi salud, y ante la menor duda consulto al médico. A veces me asusto por demás, pero creo que con la ayuda de la psicóloga voy mejorando este aspecto. Hoy recuerdo esta etapa como si fuera ayer, y cada una de las enseñanzas que me dejó ser una luchadora de esta enfermedad”.
Gabriela es docente y desde su rol intenta acompañar lo mejor posible a sus estudiantes. “No siempre sabemos las batallas que está librando cada quien, por eso trato de ser lo más empática posible”.
Un mensaje para las personas que se enteran que tienen una enfermedad oncológica….
Sepan que no están solos, que llevan la fuerza de todos los que transitamos por lo mismo. Además, a mí me hizo muy bien estar en buena compañía por lo que aconsejo que busquen a aquellas personas que les hacen bien y las tengan bien cerquita. Las risas y el humor también son buenas medicinas.
También, mi humilde consejo es que busquen cosas lindas para hacer. Por ejemplo, pintar, leer un libro, escuchar música, ir al cine o ver películas, armar rompecabezas, lo que más les guste. El arte ayuda a sanar, así que buscá tu arte favorito y dale para adelante.