Publicado: agosto 28, 2025, 3:17 am
En 1963, un 28 de agosto, el pastor Martin Luther King, delante del monumento dedicado a Abraham Lincoln en el Mall de Washington, pronunció su discurso más famoso y, probablemente, uno de los más icónicos de la historia: «Yo tengo un sueño». Fueron con exactitud 1.666 palabras, para desahogo de los supersticiosos, en los que el pastor inauguró una nueva forma de comunicación política donde la emoción venció definitivamente a la razón.
En esa métrica, convertida en poética, de un discurso que tenía que ser de lectura obligada en todos los colegios del mundo, había una concentración de ideología y de convicción que nada tiene que ver con los discursos pragmáticos y mediocres de la política actual. Entre metáforas, comparaciones, aliteraciones, y guiños de proximidad, Luther King se reveló como un gran comunicador, con un texto vigoroso que hacía triunfar el interés colectivo frente al individualismo. Una síntesis casi perfecta entre estética emocional y valores, capaz de movilizar a las personas.
Hace unos días, paseaba por la explanada del memorial en un clásico día de tórrido calor, mientras recordaba a Forrest Gump (Tom Hanks) protestar contra la Guerra de Vietnam en ese mismo paraje característico de la epopeya moderna norteamericana. Por cierto, para los amantes del cine, hay una escena eliminada en esa película en la que Forrest distrae a varios perros que intentan atacar al doctor Luther King y a otros manifestantes.
Mientras recorría de un extremo a otro el Mall, pensaba que la política actual se compone de mensajes vacuos, dosificados en cápsulas para redes sociales. Es evidente que no puedes poner en boca de lerdos buscavidas las palabras que nutren las ideas. Porque lo primero que hay que aceptar es que no hay un solo político nacional capaz de enhebrar por sí mismo un discurso inteligente. Déjales un folio y un bolígrafo, y pasadas tres horas el resultado será evidente: nada. Como mucho, una llamada de emergencia para que un escribidor retribuido componga la prosa de un discurso mil veces leído.
Por otro lado, la política actual, aquí y ahora, ya no habla de valores, sino de estrategias. Estrategia es el vocablo más estúpido que parió el siglo XXI plagado de comunicadores y analistas de poca monta. A quien habla de estrategia, no se le pueden pedir ideas, porque lisa y llanamente, no las tiene. Por supuesto, que nadie les pida un sueño, porque, como mucho, tienen un plan. El plan de vivir cada día a costa de nuestros sueños insatisfechos.