Publicado: agosto 28, 2025, 3:18 am
Las Fuerzas de Defensa de Israel acaban de explicar a los medios la razón por la que uno de sus carros de combate disparó cuatro proyectiles contra el hospital Nasser, en la Franja de Gaza, provocando la muerte de dos decenas de personas. Según sus portavoces, sus militares habían identificado una cámara instalada por Hamás para vigilar sus movimientos.
Vaya por delante que la declaración de guerra a Hamás no contraviene la Carta de las Naciones Unidas. El millar de civiles asesinados el 7 de octubre de 2023 es un irreprochable casus belli y, a pesar de que el cerco al que estaba sometida la Franja fuera jurídicamente muy discutible, la mayoría de las democracias del planeta —incluida España— reconocieron inmediatamente el derecho a la legítima defensa de Israel.
Puede que algún lector se pregunte por qué a una democracia como la israelí no le basta la acción policial para enfrentarse al terrorismo de Hamás, como ocurrió en España en los tiempos del GRAPO y la ETA. La respuesta es simple: porque, además de una organización terrorista, Hamás tiene una segunda naturaleza con la que ejerce el gobierno de la Franja de Gaza. Debido a esa doble naturaleza, el Código Penal deja de ser aplicable a su caso —como no es aplicable a los crímenes de Rusia en la guerra de Ucrania— y se ve sustituido por las leyes de la guerra que hoy, signo de los tiempos, preferimos llamar Derecho Internacional Humanitario.
Los militantes de Hamás son, además de miembros de una organización terrorista, soldados en una guerra y, por ello, un objetivo militar legítimo. Cada vez que deciden actuar desde un hospital —y crea el lector que lo hacen a menudo— cometen un crimen de guerra. Los Convenios de Ginebra son muy claros al respecto: «Las unidades sanitarias —ya sean hospitales, clínicas, enfermerías o farmacias— no serán utilizadas en ninguna circunstancia para tratar de poner objetivos militares a cubierto de los ataques«. Si lo que dice Israel se ajusta a la verdad, una cámara de vigilancia encajaría perfectamente dentro de lo que está prohibido hacer.
Con todo, Hamás es una organización terrorista. Hemos visto a sus militantes exhibir por las calles de Gaza a una de sus rehenes, malherida y semidesnuda. No esperamos nada de ellos. De una democracia como la israelí sí que esperamos más. ¿Qué es lo que sus tropas deben hacer en ocasiones como esta? Si existe de verdad, tienen todo el derecho a destruir la cámara de Hamás. Aunque esté en un hospital. También en esto son claros los convenios de Ginebra: «La protección debida a las unidades sanitarias civiles solamente podrá cesar cuando se haga uso de ellas, al margen de sus fines humanitarios, con objeto de realizar actos perjudiciales para el enemigo». Verde y con asas.
Olvidémonos, pues, de que la hipotética cámara estaba en un hospital. De ser cierto, eso sería culpa de quien la puso allí. A los militares israelíes lo que debería importarles, desde la perspectiva jurídica, es si había civiles a su alrededor. Aunque la «unidad sanitaria» pierda su protección legal, es importante recordar que los no combatientes —ya sean médicos o pacientes, periodistas o simples curiosos— conservan todos sus derechos.
No pueden ser objeto de ningún ataque deliberado, ni tampoco indiscriminado. Incluso cuando se trata de batir un objetivo militar, los soldados están obligados por los Convenios de Ginebra a «tomar todas las precauciones factibles en la elección de los medios y métodos de ataque para evitar o, al menos, reducir todo lo posible el número de muertos y de heridos que pudieran causar incidentalmente entre la población civil, así como los daños a los bienes de carácter civil». ¿Son necesarios cuatro disparos de un moderno carro de combate para destruir una cámara? ¿No bastaba el fusil de un francotirador?
Lo ocurrido en el hospital Nasser debería haberse evitado. El mando israelí que autorizó los disparos del blindado —los medios de ese país aseguran que no fue el Mando Sur, responsable de la operación— estaba obligado a «abstenerse de decidir un ataque cuando sea de prever que causará incidentalmente muertos o heridos en la población civil, daños a bienes de carácter civil, o ambas cosas, que serían excesivos en relación con la ventaja militar concreta y directa prevista». ¿Justifica la destrucción de una cámara una veintena de cadáveres palestinos?
No. No vale todo para derrotar a Hamás. No sin convertirse en la imagen especular del grupo terrorista. Y lo peor no es lo que ocurre sobre el terreno, que siempre encuentra un atenuante en la inmediatez y la presión, en el miedo al enemigo o en el propio fragor de la batalla. Lo peor es que, en el nivel político, donde es preciso tener la cabeza fría, también parece haber dejado de importar la proporcionalidad entre medios y fines que exigen los Convenios de Ginebra.
Voces del Gobierno de Netanyahu aseguran ahora que es necesario conquistar la ciudad de Gaza para destruir Hamás. Puede, pero cuando lo hayan hecho seguramente descubrirán que no es suficiente. En realidad, supongo que ya lo saben porque Hamás ha demostrado que puede sobrevivir en la Cisjordania ocupada. ¿Cuál será entonces el paso siguiente? ¿Expulsar a toda la población de la Franja? ¿Encerrarla en campos de concentración?
No. Aunque el fin esté justificado, no vale todo para derrotar a Hamás. Y, afortunadamente, es el propio pueblo israelí el que está empezando a decírselo a su gobierno. Esperemos que, más pronto que tarde, Netanyahu sepa escuchar su voz.