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La historia del bar elegido por “un millonario paranoico” en una de las escenas de la película Homo Argentum

Publicado: agosto 27, 2025, 6:00 am

Son cada vez más los vecinos que se detienen a imaginar el interior de esos edificios instalados en la ciudad como presencias silenciosas desde siempre; parafraseando a Borges, tan eternos, hasta que un empresario sensible (y no es un oxímoron) decide transformarlos en negocio. Benditos los espíritus aventureros que todavía apuestan por el patrimonio urbano (y la economía local), porque sin ellos permanecerían ocultos los tesoros que guardan las alturas del Comega.

Un bar en el cielo: eso es, literalmente, Trade Skybar, la propuesta inaugurada hace unos años atrás en los pisos 19, 20 y 21 de la emblemática construcción proyectada en 1930 por los arquitectos Alfredo Joselevich y Enrique Douillet. Desde su apertura el lugar se convirtió en punto de encuentro y set de muchas producciones audiovisuales, la más reciente Homo Argentum, la película protagonizada por Guillermo Francella que ha despertado ciertas polémicas. Aunque la escena no se detiene en las características del espacio, el esplendor de la vista nocturna y la ambientación estilo Gatsby del bar (en la ficción “Piso 54”, aunque el Comega tiene 21 pisos) refuerzan la idea de lujo que rodea al personaje de Francella, uno de los estereotipos del masculino local sobre los que abunda el guion del exitoso equipo formado por Mariano Cohn y los hermanos Andrés y Gastón Duprat.

En el último piso, la terraza, tiene una gran barraEl salón se muestra en parte del corto llamado piso 54, en la película Homo ArgentumLa barra siempre marca presencia dentro de Trade

Emblema del art déco

Originalmente diseñado como salón de reuniones y confitería, el espacio que ocupaba el célebre “Comega Club” había cerrado sus puertas en 1969. En las últimas décadas distintos emprendimientos intentaron reflotar sin suerte el brillo de aquellos tiempos de vacas gordas y té a las cinco, hasta que el mismo grupo propietario de Nicky Harrison, Uptown y otros proyectos decidió aceptar el desafío. “Quedamos impactados cuando nos convocaron. Enseguida entendimos la magnitud y la importancia que tiene para la ciudad y el continente. Al ser un emblema del art déco vienen a visitarlo de todas partes del mundo”, explica Andrés Rolando, responsable de la puesta en valor junto a sus socios Pablo Fernández y Hernán Rosales.

“Es una verdadera obra de arte. Tiene rincones y detalles de esa Buenos Aires que nos enorgullece. Los administradores, que lo mantienen impecable, querían devolverle su esplendor y que mucha más gente pudiera conocerlo. Por ser una esquina y una arquitectura tan especiales pensamos que merecía un rooftop a la altura de las grandes metrópolis, así que pusimos toda la energía en hacer algo que fuera parte del patrimonio urbano. Los porteños tienen la oportunidad única de ver la ciudad como nunca la vieron. Ese es nuestro mayor capital», agrega.

Una sociedad de vanguardia

Los libros de historia recuerdan que el Comega asomó en el paisaje enjoyado de los palacios construidos cuando la arquitectura simbolizaba el prestigio y la grandeza del país ganadero. Desafiando las sudestadas de la zona del bajo, un escenario entonces siempre a punto de naufragar, ocupa un lote en esquina, y en barranca, casi cuadrado. Junto con el Safico y el Kavanagh, ilustra la vocación moderna que invadió la ciudad en la década de los treinta, según la Guía de Patrimonio Cultural de Buenos Aires. Fue de nuestros primeros rascacielos (en rigor, el primero fue la Galería Güemes, en 1915) y su estética “elude las referencias volumétricas y decorativistas del art déco que ostentan otros ejemplos de la época, acercándose más al purismo formal del racionalismo alemán, con dos cuerpos rectos, sin escalonamientos, de 14 pisos y un tercero que se prolonga hasta el 21, con una altura total de 85 metros» precisa el texto.

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Reconocible por la fachada de puro mármol travertino, sin un solo firulete, en su momento contó con la última tecnología: cinco ascensores ultrarrápidos, aire acondicionado, agua caliente, fría y helada. Había peluquería y baños en planta baja. Aún conserva el hall revestido en acero inoxidable bruñido (para suavizar las luces y facilitar su limpieza), y siguen ahí el mostrador de la portería en granito negro y el precioso buzón para la correspondencia conectado a las oficinas. Sobre Alem destaca una única ventana de curva saliente, ondulada y como un ojo de cristal, visible incluso desde la explanada del nuevo Paseo del Bajo. “Hay que imaginarlo entonces: un local gastronómico con mirador, y a esa altura. Era de vanguardia absoluta. También hay que imaginar Buenos Aires con un perfil mucho más bajo. El Comega fue uno de los gigantes de Sudamérica” dice la arquitecta Paula Peirano, convocada para la remodelación de los tres pisos. “Para estar al nivel del servicio que se quería ofrecer era necesaria una gran intervención, funcional y estética. Pero tratándose de una propiedad declarada de valor patrimonial, había que ser muy cautelosos”.

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La obra en cuestión demandó nueve meses y contempló, en principio, la reparación de los distintos niveles más la construcción de una gran cocina y depósitos para abastecer los tres sectores que conforman Trade. “En el piso 19 la gran decisión fue ubicar la barra de frente, dejando en su espalda los ventanales integrados a un inmenso fondo de siete metros de alto realizado en bronce, con capacidad para alojar 400 botellas. Todo el equipamiento se dispuso de tal manera que, estés donde estés, no te pierdas las vistas. En el piso veinte el desafío era mantener una escala íntima sin que perdiera identidad, y la terraza, sin duda, fue lo más complejo. Se planteó elevar y alejar toda la construcción del perímetro para conservar la lectura del volumen original del edificio, y ganar visuales, además de procurar estructuras resistentes al clima, 85 metros francos al Río de la Plata, lo que significó una fuerte inversión” aclara.

Estilo Gatsby

La atmósfera recuerda al Gran Gatsby.

Una decoración estilo Gatsby le hace guiños al perfil ejecutivo que circula por el distrito financiero. Sobre el sector de la barra cuelga una impactante lámpara diseñada especialmente, y la iluminación general es estratégica: ningún destello compite con el espectáculo exterior. Muros de espejos biselados y mobiliario de madera, pana y cuero (los originales eran de abedul y gamuza) se complementan, elegantes, con algunos pocos adornos de metal. “Participé de otras intervenciones en edificios antiguos, pero éste es algo especial e intimidante. Es un icono. Quienes estudiamos en la UBA lo veíamos a diario, ya que los planos de su fachada ilustran las paredes de la FADU. Fue una inmensa carga de responsabilidad, pero una experiencia sumamente inspiradora” agrega Paula, que trabajó en equipo con el arquitecto Gonzalo Benítez.

A partir de las 18 puede verse la caída del sol desde el piso más alto

El bar tuvo en sus comienzos a destacadas figuras de la gastronomía local al frente de la cocina y la coctelería. La carta fue variando con el tiempo, igual que los precios, y fue incorporando las últimas tendencias y novedades como las opciones veganas y gluten free. Los tragos nunca defraudan, pero en todo caso la gastronomía pierde importancia frente al espectáculo del crepúsculo, cuando a partir de las 18 se puede ver cómo el cielo cambia de color y el sol se pone detrás del Obelisco.

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