Publicado: julio 12, 2025, 6:05 am


La muerte surte un efecto curioso. Suele generar cierta clemencia en el prójimo, y le otorga un valor añadido a la vida que la precedía. Pero si el fallecer perdona pecados, el peligro de morir suma puntos hasta glorificarnos. Donald Trump se irguió como mesías después de haber sido atacado aquel 13 de julio de 2024, y por si fuese poco, dos meses después el destino volvería a poner en vilo su vida, esta vez, el 15 de septiembre de 2024. Ninguno de los dos atentados fue un plan meticulosamente orquestado, y los autores fueron, como se dice en inglés y como dicen los millennials, “muy random”.
La primera vez que intentaron matar a Trump, el estadounidense se encontraba en un mitin de campaña como parte de su candidatura para las elecciones presidenciales de 2024. Se llevó a cabo en un día soleado y al aire libre, en el recinto ferial de Butler, en Pensilvania. Durante su discurso, en mitad del fulgor, un francotirador abrió fuego desde el tejado de una fábrica cercana, a unos 130 metros del estrado.
Se escucharon entre 6 y 8 disparos, y uno alcanzó a Trump en la oreja derecha. Se agachó rápidamente y comenzó a emerger un fino pero aparatoso reguero de sangre bajando por su mejilla y cuello. El impacto fue leve, pero el proyectil pasó a un centímetro de su cabeza. Consciente de seguir vivo y ante el estupor de los asistentes, Trump no dudó en seguir su discurso y alzar su brazo al cielo. Y así, de repente, pareció haber sido bendecido y perdonado por los dioses, otorgándole un tinte mesiánico que él mismo usaría en sus discursos posteriores.
El atacante resultó ser Thomas Matthew Crooks, un veinteañero armado con un rifle AR-15. El chaval fue capaz de eludir la seguridad del hombre más custodiado del planeta. Lo abatieron los agentes poco después de disparar, y el fallo de seguridad se saldó con la suspensión de seis agentes y la dimisión a la jefa del Servicio Secreto de EEUU. Unos centímetros más, y habría muerto. Dos personas del público resultaron heridas y un bombero falleció por el impacto de una de las balas.
Imposible esbozar el número de personas que tendrían ganas de matar al presidente de los EEUU, pero que estuviese a punto de conseguirlo un estudiante en solitario, parecía burlar todo sentido común. Las autoridades confirmaron que no tenía antecedentes penales. Según el FBI, no tenía una ideología definida. Había buscado información en Internet sobre las convenciones de ambos partidos, estuvo registrado como republicano, pero en 2020 habría donado dinero en una causa demócrata.
Nada cuadraba. Y como no se halló explicación, se optó por la salud mental. Hubo gente que lo vio deslizarse por el tejado, y ya había sido identificado como sospechoso horas antes del suceso. Las autoridades encontraron explosivos rudimentarios en su vehículo, pero su motivación no quedó nunca esclarecida del todo.
Trump volvería a aparecer en público dos días después, con una venda en la oreja, en la Convención Nacional Republicana en Milwaukee, donde fue ovacionado y reafirmado como candidato presidencial. A partir del incidente, se rediseñaron los protocolos de protección presidencial: más drones, vigilancia aérea y mayor colaboración con la policía local. Incluso el Congreso abrió una comisión bipartidista de investigación sobre los errores del Servicio Secreto. Pero ni siquiera eso pudo evitar que otro individuo se le acercara dos meses después, también, armado.
Donald Trump se encontraba jugando al golf en su club privado de Florida cuando se produjo un nuevo intento de asesinato. Un hombre armado con un rifle de largo alcance logró acercarse a una zona con vista al campo, desde donde planeaba disparar. En esta ocasión, el atacante fue detectado a tiempo por antes de que pudiera abrir fuego. Tras un enfrentamiento con los agentes, fue herido de bala en la pierna mientras intentaba huir. Se trataba de Ryan Wesley Routh, un hombre de 58 años que según el FBI llevaba planeando el atentado desde febrero de ese mismo año.
Es un trabajador de la construcción, fue republicano, al menos, hasta 2020. Después, comenzaría a publicar por redes mensajes a favor de los demócratas. Con vasto historial delictivo, problemático, asiduo de las redes, pro-ucraniano, era un tipo cualquiera demasiado enfadado y posiblemente tocado. “Buen padre y buena persona”, dijo su hijo a los medios de comunicación. Está acusado de intento de asesinato, posesión de armas y asalto a agentes federales. El juicio se llevará a cabo el próximo septiembre, y el acusado ha pedido representarte a sí mismo. Durante el arresto, Routh no se resistió. Se mostró frio, desconectado.
Los entornos privados y de descanso de Trump se volvieron a reforzar, con detectores de drones, sensores térmicos y unidades tácticas, pero no parece necesario urgir un plan meticuloso con financiación extranjera para atentar contra el presidente, porque resulta que los que más cerca han estado han sido un veinteañero y un maleante. El mal está en todas partes, el mal es cualquiera. La historia puede variar por un centímetro, y mientras tanto, cuanto más cerca de morir, más lejos de perder.