Dejó el gris de tribunales por el país ideal para reinventarse: “Observaba a colegas arrastrando legajos como cadenas“ - Argentina
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Dejó el gris de tribunales por el país ideal para reinventarse: “Observaba a colegas arrastrando legajos como cadenas“

Publicado: julio 2, 2025, 6:00 am

Si nos detenemos a analizar el concepto `sentido de la vida´ podemos descubrir un juego semántico, donde emerge la palabra sentido como un equivalente a dirección (¿Hacia la derecha o la izquierda? ¿Hacia el norte o el sur?) y sentido como sentir. Con este doble significado presente, el dilema acerca de qué es el `sentido de la vida´ se simplifica: el sentido de la vida yace ahí donde el recorrido de los sentimientos y deseos auténticos, y la dirección en la que uno está transitando efectivamente, coinciden. Es decir, si vamos por una dirección sentida, encontramos nuestro sentido de la vida.

Por ello, tal vez, Gustavo Costa, el protagonista de esta historia, estaba en problemas. A simple vista, para la mirada social, su andar era apreciable: iba por el sentido correcto; para él, en cambio, su paso era frustrante. Como abogado, cada amanecer repetía el mismo ritual, una danza mecánica entre expedientes y audiencias que, lejos de traerle una sensación de sentido, iban carcomiendo su espíritu.

“Los pasillos de tribunales, tanto en Capital como en provincia, se convirtieron en el escenario de un desgaste silencioso. Entre filas interminables, bajo el peso del traje y la corbata —insufribles cómplices del verano porteño—, observaba a colegas mayores, rostros marcados por el hastío, arrastrando legajos como cadenas. Y en ese instante, una certeza helada: eso no sería mi destino. Estaba sumergido en una existencia sin color, tan gris como las paredes de los juzgados que recorría”, reflexiona hoy al rememorar aquellos días.

Gustavo no era el héroe de su historia, sino el extra de fondo, ese que gracias a su apatía, exalta la luminiscencia de los que se animan a brillar. Sin embargo, como todo protagonista encubierto, cierto día el abogado argentino se levantó con la desgracia y la fortuna de saberse atrapado en un camino ajeno. Desgracia, porque a veces la ignorancia es una bendición: no hay peor castigo que saberse atrapado, pero incapaz de reaccionar por miedo y quedar hundido en la resignación.

Sin embargo, Gustavo tuvo la fortuna de llevar su sentir más allá para hacerse una pregunta: ¿Y si había otra manera de vivir? Entonces observó esa pasión y ese título de instructor de buceo encajonados, se armó de coraje, y se dispuso a averiguarlo.

Y así, un buen día, saltó. Lo hizo consciente del riesgo, pero con la certeza de que estaba corriendo tras una vida con sentido.

México, el lienzo perfecto para reinventarse: “Debía elegir entre el conformismo o la aventura de ser fiel a mí mismo”

En el mapa frente a él había un país que lo llamaba por razones profundas: México, una tierra que traía la promesa de convertir su pasión en una forma de vida.

El avión despegó cargado de emociones encontradas. Gustavo sintió el dolor desgarrador de dejar a la tierra que lo vio nacer atrás. El miedo, por otro lado, también acompañaba insistente: ¿Estaré haciendo lo correcto? ¿Podré labrar un destino distinto aquí, o terminaré regresando, derrotado, con la cola entre las piernas?

Con el título de instructor bajo el brazo, algunas pertenencias y muchos sueños, arribó a Cozumel deseoso de sumergirse en sus aguas cristalinas, reconocidas entre las mejores del mundo para el buceo: “Eran el lienzo perfecto para reinventarme”.

Con el título de instructor bajo el brazo, algunas pertenencias y muchos sueños, arribó a Cozumel, deseoso de sumergirse en sus aguas cristalinas, reconocidas entre las mejores del mundo para el buceo: “Eran el lienzo perfecto para reinventarme”. (Foto: Gustavo Costa- @gustavocostaphotography)

Desembarcó entre manglares y arrecifes con una recepción cálida por parte de amigos argentinos que lo aguardaban colmados de emoción y menguaron el dolor inevitable de dejar a sus padres atrás: “Les costó asumir mi partida, la distancia les pesaba en el pecho, pero jamás dudaron de mi decisión. Ellos, testigos mudos de mi vacío en aquella vida gris, prefirieron mi felicidad, aunque eso significara verme partir”, dice Gustavo pensativo.

“No todos en la familia entendieron ese vuelo hacia lo desconocido: hubo reclamos, silencios incómodos, grietas que aún hoy persisten. Los asumí con serenidad, pero sin titubear. Sabía que, al final, la vida es un viaje de una sola mano, y yo debía elegir entre el conformismo o la aventura de ser fiel a mí mismo”.

Gustavo buscaba conectarse con su pasión por las maravillas del mar. (@gustavocostaphotography)

De la vida acelerada a la existencia sin relojes: “Aprendí a soltar las agujas imaginarias que llevaba clavadas”

En un comienzo, Gustavo se alojó en un espacio austero que le sirvió de refugio inicial para trazar su nuevo camino. Más tarde, junto a un compañero de trabajo, se mudó a una casa más cómoda y económica. Para el argentino, el pequeño progreso trajo consigo la sensación de haber comenzado a echar raíces.

Sin embargo, no se trató únicamente de tener un trabajo o dónde vivir; para ser parte, Gustavo tuvo que asimilar los impactos culturales de una comunidad que iba lento, sin prisas, una filosofía que al principio le resultó chocante. A pesar de asfixiarse en su rutina acelerada de Buenos Aires, la diferencia era tal, que en los primeros tiempos no pudo evitar preguntarse cómo hacía la gente para vivir sin mirar el reloj.

“Con los meses, aprendí a soltar las agujas imaginarias que llevaba clavadas. Descubrí que hay una belleza inmensa en vivir sin desesperación, en dejar que las cosas lleguen cuando deban llegar”, asegura.

Gustavo, junto a un apache: “Con los meses, aprendí a soltar las agujas imaginarias que llevaba clavadas. Descubrí que hay una belleza inmensa en vivir sin desesperación, en dejar que las cosas lleguen cuando deban llegar”.

“Y en muchos aspectos, los mexicanos me resultaron familiares desde el primer día: su calidez, su amor por la familia, su manera de celebrar la amistad. Sin embargo, no todo es color de rosa. En la Península de Yucatán, por ejemplo, la impuntualidad y cierta laxitud en los compromisos pueden ser un desafío para un argentino acostumbrado a otro ritmo. Y, por supuesto, está la sombra del narcotráfico, un mal que golpea con crudeza a este país”.

“Y sigo sin acostumbrarme al picante de sus salsas, pero me maravilla la pasión con la que los mexicanos viven su gastronomía. Y es que México no es uno, sino muchos países en uno: desde las raíces mayas y aztecas hasta el legado colonial, desde las playas caribeñas hasta los desiertos del norte. Es una tierra de contrastes, con un potencial tan vasto como el de Argentina, pero donde, pese a los problemas, se respira una calidad de vida distinta”.

Con su familia y amigos.

Trabajar en el mundo soñado y chocarse con la realidad: “Nervios hechos polvo”

“La calidad de vida es un espejismo que cada quien contempla desde su propio horizonte”, dice Gustavo, un hombre que al pisar tierra azteca halló un escenario propicio para su transformación radical.

Había llegado a Cozumel con un objetivo claro: trabajar en el mundo del buceo. A los quince días ya había sido contratado por una empresa líder, no solo por su preparación en el rubro, sino por el buen dominio de su inglés. En poco tiempo, su sueldo como instructor superó con creces lo que ganaba como abogado en Buenos Aires. ¡Por fin vivía de su pasión! ¿Había hallado su sentido de la vida?

“La realidad, como siempre, impuso sus matices. Descubrí que el `sueño del buceo profesional´ tenía su lado menos romántico”, revela Gustavo. “El desgaste físico era brutal: bucear tres a cuatro inmersiones diarias, cargar tanques, lidiar con corrientes fuertes y clientes inexpertos dejaba mis articulaciones y nervios hechos polvo”.

“La realidad, como siempre, impuso sus matices. Descubrí que el `sueño del buceo profesional´ tenía su lado menos romántico” (En la foto: Gustavo fotografiando un tiburón).

“Estaban los riesgos de seguridad: en México, las normas de buceo a veces son más `flexibles´ que en otros países. Tuve que aprender a imponer mis propios protocolos, lo que generó roces con operadores locales que priorizaban el dinero sobre la seguridad. También está el tema de la temporalidad del trabajo”.

“Si bien amaba el buceo, no podía ser mi única fuente de sustento a largo plazo”, continúa Gustavo. “Fue entonces que el amor me llevó a Campeche, donde la vida me presentó un enorme regalo: una esposa que transformó mi camino. Allí, trabajé un tiempo en la constructora de mi suegro, donde aporté mis conocimientos legales para agilizar trámites y contratos. Pero mi mente seguía en el mar”.

Gustavo, junto a su mujer y su hija.

Lograr vivir de dos amores: “Encontré oportunidades que, en Argentina, con su inflación crónica y su mercado laboral saturado, jamás hubiera soñado”

En 2007, con ahorros y esfuerzo, Gustavo finalmente abrió su propia escuela de buceo, donde ofrece cursos de calidad, con grupos reducidos y seguridad extrema. En paralelo, rescató otra pasión dormida: la fotografía. Junto a ella, se sumergió en la fotografía subacuática para capturar la magia del mundo marino.

En un comienzo este nuevo camino fue complejo, con los desafíos técnicos y las habilidades requeridas: “pero la práctica hace al maestro”, afirma Gustavo, quien con el tiempo ganó reconocimiento y fue premiado con una mención honorífica en el Concurso Nacional de Fotografía de la Naturaleza, un hito que le abrió las puertas al mundo profesional, donde hasta la actualidad es solicitado para trabajo editorial y de ONGs.

“Finalmente dejé la constructora para vivir enteramente de mis dos amores, el buceo y la fotografía”, cuenta Gustavo, que hoy, a 18 años de inaugurar su propia escuela de buceo, ha certificado cientos de alumnos.

“Y tras la crisis sanitaria por el COVID 19, un verdadero mazazo, emergí con una nueva propuesta: liderar expediciones fotográficas por el mundo. Guío a otros apasionados hacia paisajes submarinos y terrestres, combinando mi experiencia con la gratificación de compartir vivencias únicas”, cuenta Gustavo.

“Lo cierto es que en las últimas dos décadas encontré oportunidades que, en Argentina, con su inflación crónica y su mercado laboral saturado, jamás hubiera soñado”, continúa. “Socialmente, descubrí un sentido de pertenencia que, en Buenos Aires, con su ritmo frenético e individualista, se había diluido. Y emocionalmente, por primera vez en años, sentí que estaba construyendo una vida con propósito, no simplemente sobreviviendo”.

Gustavo, como guía en África.

“Si Argentina me enseñó melancolía, aquí el luto se pinta de colores”

Si el sentido de la vida habita ahí donde el recorrido de los sentimientos y deseos auténticos, y el camino que alguien está transitando efectivamente, coinciden, entonces, el protagonista de esta historia halló su sendero.

Veinte años atrás, Gustavo dejó al abogado frustrado en Argentina, pero algo más sucedió: más allá de los kilómetros y los años, Argentina nunca lo dejó a él. Porque Argentina -suele decir Gustavo- es el olor al pizarrón de su colegio secundario, el sabor del primer mate de la mañana, el eco de las risas en las reuniones familiares que aún resuenan en su memoria. Argentina fue parte de su sentido, hasta que un día el camino se desdibujó y supo que era tiempo de desplegar las alas para migrar hacia allí donde el corazón respira con mayor calma.

Gustavo, en el sur argentino.

Aun así, dos décadas después de su gran salto al vacío, cada regreso a su suelo natal significa una pequeña travesía existencial, donde Ezeiza es el portal donde por un instante Gustavo se desdobla.

“El adulto que construyó una vida en México y el pibe que alguna vez corrió por las calles de su barrio”, reflexiona. “A Argentina le debo lo más valioso: mi identidad. Por eso, aunque mi cuerpo esté lejos, mi corazón sigue haciendo check-in constantemente: sigo las noticias con esa mezcla de preocupación y cariño, celebro los triunfos de mi equipo de fútbol como si estuviera en la tribuna, y guardo como tesoro los mensajes de esos amigos que, contra viento y marea, siguen siendo los pibes, aunque los años pasen”.

Gustavo encontró su sentido de la vida.

“Y abrazar a mi madre duele y cura al mismo tiempo, sus arrugas nuevas son un recordatorio del tiempo robado, pero sus sonrisas siguen siendo mi puerto seguro. Caminar por Buenos Aires es un diálogo con mis fantasmas: allí me enamoré por primera vez, tomé decisiones que me marcaron, en una esquina soñé con un futuro que hoy es realidad. Una realidad donde mi hija es fanática de Soda Stereo, los asados que hago para mis amigos son como un tratado de paz gastronómico, donde el guacamole convive con el chimichurri y mis noches de nostalgia se curan con un partido de fútbol transmitido desde allá”.

“Volver a Argentina a vivir parece improbable, pero no porque haya dejado de quererla, sino porque la vida me llevó a florecer en otro suelo”, continúa. “En México me convertí en el buzo que aprendió a leer las corrientes, el fotógrafo que descubrió que la luz es el tesoro más preciado, como lo es la luz de esta vida, en el esposo que encontró en el amor no solo un refugio, sino un nuevo continente por explorar cada día, en el padre que aprendió que la paternidad no es un destino, sino un viaje compartido, donde los pasos más pequeños dejan las huellas más profundas. En el extranjero que entendió que ser `fuereño´ no es una desventaja, sino un superpoder: ver con ojos nuevos lo que los locales dan por sentado”.

Gustavo, dando una charla TEDx

“En México aprendí el arte de la paciencia y el uso del color como antídoto contra la grisura. Si Argentina me enseñó melancolía, aquí el luto se pinta de colores, los muertos bailan, y un mercado callejero es una explosión de piñas, chiles y flores que gritan: Mirá qué hermosa es la vida”.

“Y básicamente me enseño y dio el regalo más grande: la libertad de reinventarme. Argentina me hizo, pero México me rehízo. Y si las raíces son importantes, las alas lo son más todavía. Hoy, cuando miro atrás, sé que ese salto al vacío, aunque doloroso, fue el mejor regalo que pude hacerme. Porque al final, la vida no se mide por la seguridad de lo conocido, sino por el coraje de perseguir lo que realmente nos hace vibrar. Y yo, aquí, en este rincón del mundo, he encontrado mi vibración”.

“En conclusión ¿valió la pena el riesgo? Absolutamente sí. México me enseñó que los sueños, como los corales, crecen en direcciones inesperadas, pero siempre hacia la luz. Aquí, entre el azul del Caribe y el clic de mi cámara, encontré lo que tanto busqué: una existencia con propósito, donde cada día es una inmersión hacia lo desconocido y cada foto, un testimonio de que valió la pena nadar contra la corriente. Los sacrificios fueron muchos: la distancia de mi familia, los años de incertidumbre, los tropiezos económicos. Pero al final, como dice el refrán `El que no arriesga, no gana´. Y yo, al menos en esta vida, me siento ganador”.

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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.

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