Publicado: abril 19, 2025, 2:09 pm
Hay algunas situaciones que no aparecen en los libros de historia. Quizás porque no son tan relevantes dentro del contenido que ofrece el plan de estudios, porque pasaron hace demasiado tiempo o tal vez porque parecen a simple vista más ficción que realidad. Las monarquías siempre fueron un tema de interés. Hay algo en ese idílico, fascinante e intrincado mundo de príncipes y princesas que León Tolstói retrató en Guerra y Paz, que Walt Disney llevó al cine y que Shonda Rhimes adaptó a una serie de Netflix. Aunque, si se analiza el presente de las realezas aún vigentes, se podrá advertir que poco hay de esa representación que se instaló en el inconsciente colectivo de varias sociedades.
Pero, si hay algo que nunca se pudo erradicar del todo, ni hoy ni hace dos siglas atrás, fueron los escándalos y los eventos inesperados. Esta historia en particular incluye un conflicto familiar, un amor prohibido y una tragedia. La muerte de un rey hace 106 años cambió el destino de la monarquía griega y el responsable, curiosa, irreal o inconcebiblemente, fue un mono.
Para empezar a contar una historia, primero hay que situarse en tiempo y espacio. Grecia de 1915 en plena Primera Guerra Mundial. El Rey Constantino I llevaba la corona, pero, sus simpatías con la Triple Alianza (Alemania, Austria-Hungría e Italia) empezaron a poner en jaque su reinado. Si bien se mantuvo neutral durante la primera parte del conflicto bélico, su descendencia germana -al igual que la de su esposa, la reina Sofía de Prusia– lo llevaron a enfrentarse con el primer ministro griego Eleftherios Venizelos, que apoyaba a la Triple Entente (Rusia, Francia y Gran Bretaña). A raíz de las presiones y de la invasión francesa a Grecia, el rey se vio obligado a exiliarse. Y lo hizo, pero sin abdicar al trono.
Era imperioso encontrar a un sucesor. Por ley, su primogénito, el príncipe Jorge, era el primero en la línea de sucesión al trono, pero, al igual que su padre, las simpatías del joven heredero con los germanos no le caía nada bien a la clase política y también fue enviado al exilio. Fue por eso que eligieron una opción de respaldo, a alguien que no solo carecía de cualquier tipo de intención de sentarse en el trono, sino que además nunca fue preparado para hacerlo: el segundo hijo de Constantino, Alejandro, el protagonista de esta historia.
Un rey que no debió ser, una corona “prestada” y un final irrisorio
El 12 de junio de 1917, Alejandro fue designado rey ‘interino’ de Grecia y pasó a llamarse Alejandro I, rey de los Helenos. Su ascenso al trono fue considerado una jugada política del Primer Ministro más que el deseo de respetar la voluntad de los Dioses. No le correspondía la corona, puesto que era el segundo hijo del rey Constantino I y la reina consorte Sofía de Prusia, pero su carácter débil y escasa formación lo hacían un candidato perfecto para “manejarlo según las necesidades”.
Alejandro I reinó durante tres años. A pesar de no haber nacido para ocupar ese rol y de las limitaciones que le impusieron, lo asumió y lo llevó adelante… como pudo. Así como su ascenso fue abrupto y determinado por terceros, su muerte fue irrisoria y completamente evitable.
Un día, el monarca decidió dar un paseo por las inmediaciones del Palacio Tatoi, una construcción de 1870 y ubicada a 30 kilómetros de Atenas, acompañado por su perro, un pastor alemán llamado Fritz. Nada (o todo) podía salir mal en esa caminata, una más como las de siempre. Aunque se supone que la vivienda de un rey debe ser uno de los lugares más custodiados y seguros del mundo, en este caso la seguridad tuvo una fuga que dio lugar a una tragedia.
El 2 de octubre de 1920, mientras caminaba por el jardín, un mono, propiedad del administrador del viñedo ubicado dentro del palacio, apareció en la escena y atacó al perro del rey. Alejandro I se abalanzó para rescatar a su mascota y aquí es donde la historia tiene algunas discrepancias. Mientras algunas versiones indican que ese mismo simio atacó también al monarca, según lo publicado en un artículo en Vanity Fair fue un segundo mono el que se unió a la pelea y se tiró sobre el rey, mordiéndolo en la pierna y también en el vientre. Aunque no se puede precisar cuántos animales estuvieron involucrados, de lo que sí hay certezas es que Alejandro fue mordido por un primate y la mala atención de sus heridas terminaron por costarle la vida.
El monarca intentó que la situación se abordara con hermetismo, en el mayor de los secretos y con total y absoluta discreción. Sus heridas eran graves, pero les restó importancia. Se le hicieron las curaciones pertinentes, pero, en lugar de tratar las heridas en profundidad, solo limpiaron la superficie. Fue por eso que rápidamente comenzaron a aparecer las infecciones y la fiebre comenzó a subir. Los médicos pensaron en amputarle una pierna, pero, como nadie quería cargar con la responsabilidad de dejar sin una extremidad al rey Grecia, estas dudas, indecisiones y tardanzas agotaron el margen de acción. El 25 de octubre de 1920, después de tres semanas de agonía, Alejandro I murió de una septicemia. Tenía 27 años.
Fue enterrado en el Palacio Totoi y, debido al exilio y al rechazo que había hacia su familia, solo autorizaron a su abuela paterna, Olga, a concurrir a su funeral. La inesperada muerte del monarca dio vuelta la historia. Tras perder las elecciones y en un contexto de debilidad política, el primer ministro Venizelos se vio obligado a aceptar el retorno de Constantino I como rey, quien solo gobernó durante 21 meses. Tras una revuelta militar, abdicó y se exilió en Italia, donde permaneció hasta su muerte en 1923. Fue entonces cuando la corona cayó en manos del heredero legítimo: Jorge II, su primogénito, que reinó de manera intermitente entre 1923 y 1947.
Un amor prohibido, un casamiento secreto y (un fatídico desenlace)
La historia del rey Alejandro I de los Helenos no solo fue corrompida por los conflictos políticos que acechaban a Grecia, las disputas familiares y su fatídico desenlace, sino también por un amor prohibido. Su vida marital fue un tema de disputa entre la sociedad griega. El monarca se enamoró de Aspasia Manos, una joven ateniense hija del coronel Petros Manos, quien trabajaba para el rey Constantino I. El joven puso sus ojos en ella y aunque en un principio la mujer intentó ser inmune al “príncipe encantador”, no pasó mucho tiempo hasta que cedió ante sus encantos.
Aunque creció cerca de la realeza, Aspasia era considerada una plebeya. La familia real no aceptaba el hecho de que Alejandro se casara con una persona de una clase inferior, de hecho diversas versiones apuntan a que el primer ministro Eleftherios Venizelos quería que se casara con la princesa María del Reino Unido, bisnieta de la reina Victoria y tercera hija del futuro rey Jorge V, para forjar lazos entre ambas coronas.
Pese al qué dirán, la pareja se casó en secreto en noviembre de 1919. El silencio duró poco y rápidamente se vieron envueltos en un dejo de desaprobación y pasaron un tiempo exiliados en París. Su matrimonio nunca fue oficialmente reconocido y vivieron separados la mayor parte del tiempo. Cuando Alejandro murió, Aspasia estaba embaraza de su primer y única hija. Alexandra nació el 21 de marzo de 1921, pero recién un año después y por influencia de su abuela, la reina Sofía de Prusia, fue reconocida como hija legítima del difunto rey y nombrada princesa Alexandra de Grecia y Dinamarca, título que también le fue extendido a su madre.
En 1944, la única hija del rey Alejandro I se casó con el rey Pedro II de Yugoslavia y se convirtió en la última reina consorte del país, título que ostentó hasta 1945, cuando se abolió la monarquía tras la Segunda Guerra Mundial. Alexandra murió el 30 de enero de 1993 a los 73 años y fue enterrada en el cementerio del Palacio Totoi junto a padre y su madre, que falleció el 7 de agosto de 1972 en Italia. El matrimonio tuvo un único hijo, Alejandro de Serbia. En diciembre de 2023, el jefe de la Casa Real de Karadordević, que actualmente tiene 78 años, reveló que fue diagnosticado con un cáncer de próstata.
Ahora bien, ¿cómo influyó la muerte de Alejandro I en la historia de la monarquía griega? Si bien no nació para ser rey, las circunstancias políticas y sociales lo llevaron al trono. Su corona era “prestada” —por lo que existía la posibilidad de que en algún momento su padre retomara su rol— pero también su reinado pudo haberse prolongado.
Al momento de su muerte no tenía hijos varones, de hecho el nacimiento de su única heredera fue póstumo y recién un año después fue reconocida como tal. Tras el deceso de Alejandro, el rey Constantino I regresó al trono, el cual luego fue ocupado por su primogénito Jorge II, quien gobernó hasta 1924, cuando Grecia se proclamó una república. En 1935, Constantino I volvió a reinar hasta su muerte en 1947, aunque en realidad pasó más tiempo exiliado en Londres durante la Segunda Guerra Mundial.
El rey fue sucedido por su hermano menor Pablo I, padre de Sofía de Grecia, quien se casó con el heredero a la corona española. En 1975, cuando Juan Carlos I de España asumió como rey, se convirtió en reina consorte, rol que ocupó hasta el 18 de junio de 2014, cuando su marido abdicó a favor de su hijo, el actual monarca Felipe VI de España.
En cuanto a la monarquía griega, el último rey fue el segundo hermano de Sofía, Constantino II, quien se calzó la corona en 1964. Tres años después, tras un golpe de Estado, tuvo que exiliarse. Nunca más regresó, puesto que en 1974 se abolió la monarquía griega.