Publicado: marzo 2, 2025, 9:03 am
Aun sin haberse ido de vacaciones, enero y febrero tienen un aire diferente. Alguna hormona anda suelta, un aroma distinto circula en el aire, la temperatura invita a poner un slow en la jornada, se organizan más planes con amigos… Será porque algunos sí se van, o porque las escuelas están cerradas, pero las calles están más calmas. Algo especial pasa en esos dos primeros meses del año. Pero, un día terminan y en el calendario cae marzo. Ese mes que impone que ahora sí empieza en serio la temporada. Todos esos proyectos que se procrastinaron esperándolo, ahora se ven obligados a ser agendados. Vuelven los chicos al cole, el calendario regresa con las anotaciones rutinarias, todo parece retornar a “la normalidad”, como si ésta fuera la palabra que define a aquello que no son vacaciones y que, a la par, divide aguas entre lo divertido y lo que no lo es.
Woody Allen dijo alguna vez que “la realidad cotidiana puede llegar a ser muy deprimente. Así que la gente tiene la necesidad imperiosa de buscar un sentido a sus vidas, de aferrarse a la idea de que hay algo especial esperándoles en algún lado”, que en términos de las épocas del año se divide entre el rooftop de enero y febrero, y las catacumbas de los demás meses.
¿Es posible que las vacaciones sean el único momento perfecto? “Es una trampa mortal creerlo así –indica Maritchú Seitún, psicóloga especializada en acompañamiento familiar–, porque de ser así lo pasamos mal la mayor parte del año. Le ponemos una expectativa altísima a esos días de vacaciones que después resulta imposible de cumplir”. Por eso es, según dice, tan dramático que se terminen, no solo por lo que hicimos y vamos a extrañar, sino por lo que no llegamos a hacer y tenemos que esperar otros once meses para que suceda. La profesional invita a estar atentos a la sociedad de consumo para no convertirnos en víctimas “no todo lo que soñamos es realmente nuestro anhelo –afirma–, sino contagio de publicidades y pantallas que gastan fortunas para conquistar nuestros deseos”.
En un discurso cuando era presidente de los Estados Unidos, Barack Obama dijo: “La mejor manera de no sentirse desesperado es levantarse y hacer algo. No esperes a que te sucedan cosas buenas. Debés salir y hacerlas”. ¿Será que hay que encontrar la manera de dejarte seducir por el día a día? En una entrevista dada a The New York Times, Steve Jobs, el creador de Apple, indicó: “Durante los últimos años me he mirado al espejo cada mañana y me he preguntado: ‘Si hoy fuera el último día de mi vida, ¿querría hacer lo que voy a hacer hoy?’. Y siempre que la respuesta ha sido ‘no’ durante demasiados días seguidos, supe que tengo que cambiar algo”.
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Una reciente investigación del Imperial College de Londres realizada sobre una comunidad de sus propios investigadores reveló que el 62% de ellos no trabajaba en un laboratorio de su gusto, pero que de ellos el 43% se sentía aun así conforme por haber encontrado otros atractivos concurrentes. De los frustrados optimistas, el 56% consideraba que esta actualidad era un paso previo para una situación futura más plena, mientras que el 44% restante había elegido una acción paralela que satisfacía de tal manera con su experiencia, que lograba equiparar el disgusto de no estar en el lugar esperado. “La vida está lejos de ser perfecta –explica Nejra van Zalk, directora del Laboratorio de Psicología del Diseño del Imperial–. Con la ambición de convertirla en tal, creamos escenarios que nos ubican en situaciones idílicas que, cuando las atravesamos, están muy lejos de serlo”.
Héctor Fernández-Álvarez, creador del modelo cognitivo integrativo en salud mental de la Fundación Aiglé, ha sostenido que a través de los significados entendemos y organizamos la realidad en la que vivimos. “Cuando damos un significado a nuestra experiencia –explica la psicóloga Marina Belén González, coordinadora del equipo de evaluación de adultos y del equipo de orientación vocacional de la entidad–, la entendemos a nivel intelectual y emocional, pero también juzgamos lo bueno y lo malo de cada situación. Esto quiere decir que tenemos pensamientos y sentimientos acerca de las situaciones que vivimos, pero además las valoramos como buenas o malas”.
Las vacaciones pueden ser ese tiempo alocado en el que colgamos demasiados cartelitos de cosas para disfrutar. “Que no se cumplan las expectativas del tiempo de descanso, también supone una frustración que se arrastra por un tiempo del resto de la temporada”, completa van Zalk.
Algo de magia
En 2020 Jason Crawford publicó el libro El problema del reencantamiento, donde explica que “nuestro mundo se ha desencantado y necesitamos volver a encantarlo”. Allí explica que ese toque de magia no requiere de una tecnología particular a implementar, ni de políticas sociales que deban convertirse en ley, sino que “se trata de una forma de ver el mundo y relacionarse con él que se da a nivel individual”.
De hecho, van Zalk sugiere que “quien ve con curiosidad el mundo y encuentra satisfacción en aquello que hace, aun cuando no sea el ideal que sueña, es porque se ha tomado el tiempo de observarlo con una mirada activa, interesada, comprometida en encontrar la cara que no siempre se muestra. Es porque ha asimilado la magnífica belleza de los detalles, como la naturaleza, o el placer de una buena compañía, y ha abierto su mente a esas posibilidades”.
Nuestra realidad es una proyección de nuestra mentalidad, “una construcción de nuestra percepción, moldeada por nuestros pensamientos y creencias –añade Fleur Corbett, también especialista del Imperial College–. Tratar de bajar la interpretación de lo que nos pasa al átomo del presente, en vez de dimensionar en grande, puede ser una manera de conectar realmente con lo que nos pasa y detectar los pequeños milagros diarios”.
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Para la Universidad de Oxford, la satisfacción personal se equilibra poniendo en juego dos variables. Una de sus investigaciones sobre la sensación de conformidad personal realizada hace unos meses sobre una comunidad de profesionales entre los 25 y los 50 años se basa en un equilibrio entre la proyección y el presente.
Con el análisis de los resultados, los científicos lograron detectar algunas variables que permitirían construir una percepción del mundo que nos acerque a ese equilibrio de perspectiva y presencia. “La mayoría de las veces –explica Matthew Rushworth, uno de los responsables de la investigación–, cuando hablamos de concientizarnos del aquí y el ahora, nuestra propia naturaleza neurocerebral nos resalta lo negativo. Pero en realidad es bastante sencillo cambiar ese prisma. Solo basta ejercitarse en la puesta en valor de lo positivo que nos toca”. Tomar nota de dos o tres hechos relevantes y positivos de la jornada es una práctica muy difundida entre psicólogos, neurocientíficos y coaches.
Chrystalina Antoniades, profesora de neurociencia clínica de Oxford y coautora de la investigación ofrece algunas otras estrategias. “Proponerse una intención matinal que se vincule con un disfrute particular de alguna de las etapas de la jornada. Cuando le imponés al cerebro cierta dirección estás tomando el control en lugar de permitir pasivamente que el día te pase por encima”, dice.
“A veces no trabajamos de lo que nos gusta y otras quedamos atrapados en nuestras obligaciones familiares –relata Seitún–. Recuerdo haberme quejado mucho hasta que un día reevalué todo lo que hacía, y para mi sorpresa retomé todo con una nueva actitud, salí del ‘tengo que’ para decir ‘elijo y quiero’, y realmente me fue mucho más fácil sostener las rutinas. No me pasaba con el trabajo, porque me encanta lo que hago, pero es igual para el que no le gusta, volvería a elegirlo porque es lo que le permite alimentar a la familia, irse de vacaciones u otros objetivos que conseguís a partir de eso que hacés”.
Crear el escenario
El síndrome de estrés postvacacional como tal no está recogido en el manual de diagnósticos psiquiátricos, “pero sí que es cierto que el cuerpo por los primeros días va a notar cambios que se producen entre estar sin reloj y con una sensación mayor de libertad y el regreso a la trama cotidiana”, advierte Silvia Alava Sordo, psicóloga. Algunas condiciones potencian esa brecha.
“Cuando el descanso no reportó una relajación total porque seguiste conectado de alguna manera con tu trabajo, porque no hiciste lo que realmente tenías ganas o porque hay niños muy pequeños en casa de los que ocuparse, entonces es posible que aparezca una necesidad de más tiempo libre”, explica Ayelet Fishbach, docente de la Universidad de Chicago y autora del libro Hazlo bien: lecciones sorprendentes de la ciencia de la motivación.
Investigaciones sobre la motivación intrínseca lideradas por Fishbach sugieren que un interés genuino en el propio trabajo y el entendimiento de que tiene un propósito y un impacto positivo de alguna manera, “contribuye a conseguir niveles más altos de satisfacción”, indica.
“El tengo que –sigue Seitún– nos hunde, cuando cambiamos la actitud sonreímos más, lo pasamos mejor nosotros y los que nos rodean, y hasta puede que logremos elegir ese trabajo que tanto nos disgustaba unos días atrás. La queja no nos permite ver nada bueno, como la compañera de trabajo que nos hace reír o el particular sabor del café en la oficina”.
Ese encuentro con la cotidianidad configura lo que la psicopedagoga especialista en educación emocional Mariana de Anquin llama pozo de la amargura. “A veces, el problema está en la tarea misma, el entorno, la falta de reconocimiento, la remuneración, los conflictos con superiores o compañeros –desarrolla–. Más allá del motivo, cuando regresamos a una situación que no nos es placentera, solemos caer en un pozo emocional. Es algo natural, ya que regresar a un lugar que no nos resulta bien genera un gran desafío. Sentimos que nuestra vida se reduce a una sucesión interminable de tengo que y debo hacer”. Ese es el pozo al que se refiere la profesional: “un espacio emocional en el que el estrés y la obligación parecen dominarlo todo, llevándonos a un sitio de desgano y frustración”, aclara.
Sin embargo, es posible salir de ahí. Coincidiendo con la sugerencia de Seitún, de Anquin propone dejar de pelear contra lo irremediable. “La aceptación no es conformismo –señala–; es un acto de poder. Es entender que, aunque no podemos cambiar la situación, sí podemos gestionarla de manera diferente”. Al aceptar lo que no se puede cambiar, se deja de batallar contra lo inevitable y empezás a transformar lo que sí está bajo tu control. “Toda la energía que utilizabas para resistir –completa la psicopedagoga–, ahora la tenés disponible para ocuparla en lo que está bajo tu dominio: tus pensamientos, acciones y emociones. Esta es una fase liberadora, porque te permite tomar las riendas de la situación y avanzar con claridad”.
A veces la motivación no llega por sí misma, “hay que buscarla internamente –añade González–, por ejemplo, resaltando lo bien que nos hace acompañar a nuestros hijos en su crecimiento y en sus actividades, los motivos por los que elegimos un trabajo, que no siempre es porque nos hace plenos, tal vez lo hicimos porque nos da reconocimiento, nos permite crecer y desarrollarnos, ayudar a otros, nos brinda seguridad o recursos económicos para hacer otras cosas que sí nos gustan”.
Todos los especialistas coinciden en quedarse con un testimonio de algún ritual de las vacaciones para mantener durante el año, como si se tratara de una carrera de postas: “una noche de juegos de mesa en casa, una vuelta en bici el sábado a la mañana, algo que hayamos disfrutado durante el descanso se puede convertir en nuestro pulmón de oxígeno para recuperar energías para lo que tenemos que hacer”, enumera Seitún. Porque como decía Vincent van Gogh “lo grande no sucede solo por impulso, es una sucesión de pequeñas cosas que se juntan”.
Tres estrategias para implementar en el día a día
- Ser agradecido. “Agradezco lo que tengo mientras voy por lo que quiero”, propone Mariana de Anquin. La gratitud tiene el poder de transformar la perspectiva. “Es la fuerza que nos permite ver las oportunidades que antes pasaban desapercibidas”, completa.
- Hacer planes. “Es muy importante que entendamos que los buenos momentos no tienen que estar reservados exclusivamente a las vacaciones porque son cortas –indica Silvia Álava Sordo–. Puede haber buenos momentos siempre que los busquemos y nos reservemos el espacio».
- Usar la agenda. “Las situaciones gratificantes no aparecen solas, hay que darles un lugar en la semana –dice Marina Belén González–. De manera precisa y explícita. Esto incluye actividades personales como un deporte o un hobby, pero también los encuentros con amigos y familia”.