Ser presidente electo es un estado de felicidad. El que goza de esa posición –ahora mismo, Donald Trump – tiene fresco el respaldo mayoritario en las urnas de millones de estadounidenses; no responde de los los errores y deficiencias del actual Gobierno, que no es el suyo; y es en sí mismo una posibilidad infinita: de cambio, de mejora, de solución, de, en su caso, ‘hacer a EE.UU. grande otra vez’. Ya vendrá -dentro de menos de seis semanas- el momento de empezar a cumplir con las promesas abundantes -algunas, ciertamente imposibles- de campaña. Trump está en esa luna de miel que dura desde la elección hasta la inauguración del 20 de enero y que está semana se ha materializado… Ver Más