El padre accedió a la presidencia de Siria a través de un golpe de Estado en 1971 y, el hijo, Bashar al Asad, ha perdido el poder de la misma manera, esta vez con el desgaste extra de 13 años de guerra civil. Padre e hijo ejercieron una dictadura personalista y criminal, dependiente de Irán y Rusia y con el matiz respecto a otros regímenes vecinos de que se permitía el culto a otras religiones más allá del islam. Ahora toca el turno a Abu Mohamed Al Jolani, líder de una exfilial de Al Qaeda, que se dispone a dirigir otra dictadura, esta vez de corte integrista islámico y que quizá no controle todo el país. Nada permite garantizar que será un régimen mejor que el anterior, ni para sus ciudadanos ni para Europa.