“Sí, llevaba una pala en el maletero. ¿Y por qué no? Al fin y al cabo, es lo más lógico en Rusia”. La primera línea de Un verano en el campamento, la novela juvenil recién publicada en castellano, sugiere lo indiscutible de la lógica (una pala es imprescindible en un país tapado de nieve) pero de una manera inesperada la ficción se emparenta con una realidad desprovista de razón. En la trama, la policía detiene al conductor del auto a pesar de sus argumentos irrebatibles. En la vida real, el libro despierta la furia de la policía moral y es prohibido después de vender medio millón de ejemplares.
Para colmo, fue escrito a dúo por una escritora rusa y una ucraniana, Elena Malisova y Katerina Silvanova: una tuvo que abandonar Rusia y la otra sigue en Ucrania, asediada por los bombardeos rusos. El campamento al que se refiere el título es el clásico encuentro anual que se hacía para los “boy scouts rojos”, donde los pibitos eran instruidos en los palotes soviéticos.
En 1986, un ucraniano de dieciséis años llamado Yura conoce a un ruso de dieciocho llamado Volodia y se enamoran; cuando termina el verano, cada uno vuelve a su casa y veinte años después, uno trata de encontrar al otro. Pero en un país donde cualquier manifestación pública de la homosexualidad se considera “propaganda” y está penada por la ley, la posibilidad del romance propone lo que a Putin le resulta intolerable: que el homo sovieticus sienta un amor que no osa decir su nombre.
Aunque la revolución bolchevique legalizó la homosexualidad en 1922, una década después el régimen de Stalin volvió a prohibirla y empezó la caza. “Las personas LGBT siempre han existido, también existían en la Unión Soviética, simplemente queríamos mostrarlo”, dijo Silvanova en una entrevista con el diario español El Mundo y si es falso eso de que lo que no te mata te hace más fuerte (“lo que no te mata te traumatiza”, compara ella), hay generaciones enteras de rusos perseguidos por sus sentimientos, dañados por los castigos, expulsados de sus trabajos y hogares o encerrados en el gulag.
Las leyes sancionadas hace más de una década condenan cualquier expresión de lo gay: se prohibió la Marcha del Orgullo como la que se hizo ayer en Buenos Aires, se eliminó el tema de todas las expresiones de la vida pública y el parlamento está discutiendo la posibilidad de restaurar los permisos oficiales para la publicación de libros después de la prohibición de Un verano en el campamento o la censura sobre las memorias de Pier Paolo Pasolini, que se editaron con párrafos tachados. En pleno siglo XXI, la visibilidad global de las diversidades no venció la homofobia de Rusia y muchos otros países. Según el teórico Byrne Fone, autor del ensayo Homofobia, una historia, el odio a los gays “permanece como el último prejuicio aceptable”.
¿La historia de Yura y Volodia tendrá final feliz? Habrá que leer las 656 páginas que circulan por toda internet en copias tan piratas como las cartillas contrarrevolucionarias que se fotocopiaban en la época de la Unión Soviética. Es que no existe nada más efectivo para volver una obra popularísima que prohibirla y así, el viejo refrán bolchevique adquiere un nuevo tipo de sentido: “No se tala un árbol sin que vuelen astillas”.
ABC
A.
En junio de 2013, el parlamento ruso aprobó una “ley contra la propaganda homosexual” que fue impulsada por el gobierno de Vladimir Putin.
B.
El objetivo era proteger a los niños de la exposición a “valores no tradicionales” pero se convirtió en una prohibición de facto de todo lo gay.
C.
Los controles editoriales están más duros: algunos libros se prohibieron, otros se publicaron tachados y se evalúa el regreso de los permisos oficiales.