Publicado: diciembre 12, 2025, 9:31 am
En los últimos meses las redes sociales se han convertido en un laboratorio improvisado de inteligencia artificial. Desde que las imágenes ‘como si Pixar lo hubiera hecho’ o estilo Studio Ghibli se convirtieron en tendencia global, millones de usuarios han subido sus fotos personales para que ChatGPT las reimagine en versiones cinematográficas. Aquella fascinación —y sus riesgos, porque entregar fotos propias a un modelo nunca es del todo inocuo— anticipaba un cambio más profundo: el momento en que las grandes franquicias del entretenimiento tendrían que decidir si abrazar o contener a la IA generativa.
Ese momento ha llegado. Y lo ha hecho de la mano de Disney.
La compañía ha firmado un acuerdo de tres años con OpenAI que permitirá que ChatGPT y Sora generar vídeos e imágenes cortas con más de 200 personajes de Disney, Marvel, Pixar y Star Wars. Además, invertirá 1.000 millones de dólares en el gigante de la inteligencia artificial para impulsar nuevas herramientas creativas.
La empresa de Burbank explica que la alianza permitirá a los fans crear escenas personalizadas con sus personajes favoritos a partir de una simple indicación. Eso sí, Disney subraya un límite importante: no se autoriza el uso de voces e imágenes de artistas reales, una línea roja especialmente sensible tras las huelgas de Hollywood.
Robert Iger, director ejecutivo de The Walt Disney Company, lo resume así: “Unir las historias y personajes icónicos de Disney con la innovadora tecnología de OpenAI pone la imaginación y la creatividad directamente en manos de los fans de Disney de maneras nunca antes vistas, brindándoles formas más ricas y personales de conectar con los personajes e historias de Disney que aman”.
La compañía detalla además que Sora y ChatGPT Images comenzarán a generar este tipo de imágenes a principios de 2026, cuando se active plenamente la licencia multimarca. Entre los personajes disponibles para estas creaciones figuran algunos de los iconos más reconocibles del catálogo de Disney: Mickey Mouse, Minnie Mouse, Lilo, Stitch, Ariel, Bella, Bestia, Cenicienta, Baymax, Simba o Mufasa, así como protagonistas de los mundos de Encanto, Frozen, Inside Out, Moana, Monsters Inc., Toy Story, Up, Zootopia y muchas otras películas del estudio.
La licencia también incluye versiones animadas o ilustradas de personajes de Marvel y Lucasfilm, entre ellos Black Panther, Capitán América, Deadpool, Groot, Iron Man, Loki, Thor, Thanos, Darth Vader, Han Solo, Luke Skywalker, Leia, el Mandaloriano, Stormtroopers o Yoda.
Un acuerdo «responsable», según Disney; un ‘robo’, según los sindicatos
Más allá del anuncio, lo significativo es lo que implica. Disney no solo autoriza el uso de sus universos narrativos: reconoce que la IA generativa va a formar parte del futuro del entretenimiento y que vale la pena anticiparse. Pero con cautela.
“La innovación tecnológica ha dado forma continuamente a la evolución del entretenimiento, brindando nuevas formas de crear y compartir grandes historias con el mundo”, destaca Iger en el comunicado oficial.
Para él, esta colaboración amplía de manera “reflexiva y responsable” la narrativa de la compañía, “respetando y protegiendo” al mismo tiempo “a los creadores y sus obras”.
Por su parte, Sam Altman, CEO de OpenAI, muestra su emoción: “Disney es el referente mundial en narrativa, y nos entusiasma asociarnos para que Sora y ChatGPT Images expandan la forma en que las personas crean y disfrutan de contenido de calidad”.
Mientras Disney y OpenAI celebran el movimiento, los sindicatos de Hollywood han reaccionado con preocupación.
Según recoge EFE, el Writers Guild of America (WGA) calificó el anuncio como un gesto que “parece autorizar el robo” de su trabajo, alertando de que la industria corre el riesgo de ceder valor creativo a empresas tecnológicas que ya han construido parte de su negocio “a costa de los creadores”.
Por su parte, SAG-AFTRA aseguró que vigilará “de cerca” la implementación del acuerdo para garantizar que no se vulneren los contratos ni las leyes que protegen la imagen, la voz y la semejanza de los intérpretes. La IA fue uno de los puntos clave de su histórica huelga y el sector sigue en máxima alerta.
Fantasía sintética
Todo esto ocurre en un momento especialmente simbólico: OpenAI cumple diez años. Y lo hace convertida en una empresa muy distinta a aquella organización casi idealista que nació en 2015, empeñada en que la inteligencia artificial avanzada beneficiara a toda la humanidad y prometida incluso a frenar su trabajo si otro laboratorio estaba más cerca de crear una AGI segura. Durante años fue conocida por su estructura insólita, por sus crisis internas —incluido el sonado despido y recontratación de Altman— y por esa mezcla de ambición tecnológica y preocupación ética que la hizo única en Silicon Valley.
Hoy, a finales de 2025, poco queda de aquella rareza. OpenAI opera como una tecnológica más: Altman se mantiene firmemente al mando, la compañía ha adoptado una estructura empresarial tradicional y sus prioridades se parecen cada vez más a las del resto del sector. Ya no hablan tanto de riesgos existenciales, sino de retos muy terrenales: cómo crecer cuando el mercado se enfría, cómo evitar que los usuarios pierdan interés, cómo competir contra Google Gemini.
El lanzamiento de ChatGPT 5.2 resume ese cambio de rumbo. Llega con mejoras en razonamiento, programación y reducción de alucinaciones, fruto de un ‘código rojo’ interno por la falta de crecimiento. Pero estos avances también muestran la complejidad del momento: versiones anteriores del modelo tuvieron efectos negativos en la salud mental de algunos usuarios, obligando a la empresa a rebajar su ‘simpatía’ para limitar la dependencia emocional. OpenAI camina ahora por un equilibrio extraño entre seguridad, engagement y presión comercial.
Y es en este contexto donde surge la verdadera pregunta. Porque esta alianza no solo introduce a Mickey, Elsa o Buzz Lightyear en el mundo de la generación sintética: normaliza un nuevo modelo de creación, uno en el que los fans pueden producir fragmentos de mundos que antes pertenecían exclusivamente a los estudios.
Para algunos, es una oportunidad creativa sin precedentes. Para otros, una amenaza directa a la autoría profesional.
