Publicado: mayo 8, 2025, 3:13 am
El mundo en que vivimos los seres humanos, hecho a nuestra medida, nunca ha gozado de buena salud. Sin embargo, no se puede negar que hemos tenido momentos mejores. La guerra de Putin le ha provocado a la humanidad una subida de la fiebre de al menos un par de grados. Todo se contagia, además, porque ¿cómo pueden las Naciones Unidas exigirle a la India y Pakistán que no luchen por Cachemira si en Ucrania se libra una guerra de conquista desde hace más de tres años?
Vaya por delante que no creo que nuestra especie sufra una enfermedad terminal. La guerra apocalÃptica que destruirÃa el planeta no comenzará en Cachemira ni en Ucrania. A pesar de las bravatas del dictador ruso, que dice que espera «no tener que usar armas nucleares» en el mismo tono que el atracador de un banco emplearÃa para decir que espera no tener que disparar a nadie, Putin sabe que él no tiene un revólver sino una bomba, cuya detonación se llevarÃa por delante su vida y su legado.
No debe, pues, el lector profano tomarse demasiado en serio las amenazas del cuatrero ruso, que es todo menos suicida. Si vuelve a patalear, después de unos meses sin hacerlo, es porque sabe que el cáncer que él provocó en Ucrania tiene tratamiento. Un tratamiento largo y penoso, es verdad, que es el que se le estaba dando hasta que el presidente Trump irrumpió en la escena prometiendo milagros con medicinas alternativas —en realidad, concesiones al agresor— que, por si habÃa alguna duda, se han mostrado incapaces de curar la ambición de su autocrático amigo ruso.
Esperemos que el magnate norteamericano no tarde mucho en rectificar. Pero, mientras él se lo piensa, se han ido produciendo metástasis en algunas regiones del globo. Una más entre ellas es el tumor del Yemen, desde luego no el más grave, pero sà uno de los más representativos del nuevo orden mundial que nos ha traÃdo la guerra de Putin.
¿De qué orden mundial estamos hablando?
¿Y cuál es ese orden? Los analistas solÃan hablar de un orden bipolar en la Guerra FrÃa y unipolar desde la caÃda del Pacto de Varsovia. Con su acostumbrado cinismo, Putin exige ahora un orden multipolar, reivindicación que apenas esconde el deseo de que China y Rusia hagan valer sus respectivos arsenales nucleares —de ahà las prisas de Xi Jinping para incrementar el suyo— para asegurarse un asiento en la mesa de los poderosos, junto a los EEUU pero sin Europa.
Sin embargo, lo que para mà define un orden mundial no es quién o cuántos se sientan capaces de imponer su voluntad sobre los demás, sino las reglas del juego que se verán obligados a seguir. Y el nuevo orden, por desgracia, carece de reglas definidas desde que Putin convirtió la carta de la ONU en papel mojado.
Dirá el lector que la humanidad sobrevivió hasta 1945 sin que nada prohibiera el viejo derecho de conquista. Y tendrá razón, pero entonces imperaba la ley del más fuerte. Y si hay algo caracterÃstico del mundo actual es que esa ley, antigua como el mundo, ha perdido casi todo su poder intimidatorio. Son pocos ya los que temen a Putin, a pesar de sus amenazas apocalÃpticas. Pero tampoco a Trump se le respeta mucho más. El dictador ruso le toma el pelo, los iranÃes le dan largas, Xi no se pliega a sus presiones económicas, Hamás pasa de sus amenazas y los hutÃes del Yemen… ¿qué decir de los hutÃes del Yemen? Su caso explica, quizá mejor que ningún otro, las caracterÃsticas del nuevo orden mundial de que estamos hablando.
El desafÃo de los hutÃes
Si los rebeldes del Yemen hubieran decidido antes de la guerra de Ucrania que iban a lanzar sus misiles contra el tráfico marÃtimo en el mar Rojo, el mundo entero se les hubiera echado encima. «¿A dónde van estos locos?«, nos habrÃamos preguntado todos mientras buques de guerra de todos los paÃses —como ocurrió cuando la amenaza eran los piratas somalÃes— trabajarÃan juntos para restaurar un comercio marÃtimo que a todos beneficia. Hoy, sin embargo, en la comunidad internacional dividida por la guerra de Putin, es fácil encontrar quien mire para otro lado… y también quien ponga misiles balÃsticos y drones a disposición de los hutÃes o de cualquiera que decida romper la baraja con la que antes jugábamos todos.
¿Estaban locos los hutÃes cuando decidieron desafiar a la comunidad internacional? En absoluto. Igual que Putin, Jamenei, Xi y, en cierta medida, el presidente Trump, si los hutÃes se enfrentaron al mundo alrededor fue para reforzar su poder doméstico. Siempre ha sido asà en la historia de la humanidad. Después de once años de estéril guerra civil, el pueblo del antiguo Yemen del Norte estaba harto de malvivir bajo una administración incapaz de satisfacer sus necesidades. Sus lÃderes, como los de Hamás, Hezbolá o el propio Irán, preferÃan —y siguen prefiriendo, porque el acuerdo al que parecen haber llegado los hutÃes con Trump no incluye un alto el fuego contra Israel— mandarlos a la guerra antes de que empiecen a salir a la calle a cuestionarles.
«Un orden sin ley. Ni siquiera la del más fuerte. Si acaso, y por desgracia para todos, la del más malvado»
Todo vale por el poder y, reconozcámoslo, atacar barcos mercantes en el mar Rojo —bajo un pretexto, el de apoyar al pueblo palestino, que desde luego era tan bueno como cualquier otro— le dio poder al movimiento hutÃ. Si, probablemente bajo la presión de Irán —que negocia estos dÃas el futuro de su programa nuclear— han llegado a un oscuro acuerdo de alto el fuego con los EEUU es porque sus lÃderes tienen ahora una receta todavÃa mejor: lanzar misiles balÃsticos sobre Israel. Una vez que, bajo la fuerza de la estadÃstica, han logrado que uno de estos misiles superase el escudo israelà e impactase cerca del aeropuerto de Tel Aviv, ya tienen todo lo que necesitan para perpetuarse en el poder: un enemigo que les bombardee, al que puedan culpar de sus propias miserias.
Un orden sin ley
¿Qué puede hacer la comunidad internacional para intentar curar el tumor del Yemen? Irán, desde luego, podrÃa presionar al liderazgo hutà para que extienda ese alto el fuego del mar Rojo a los cielos de Israel… pero no va a hacer nada porque los crÃmenes de sus proxies también le dan poder, además de una posible carta negociadora de esas que el presidente Trump dice respetar. China, por su parte, podrÃa presionar a Irán… pero no va a hacer nada porque todo lo que debilite a los EEUU y a sus aliados conviene a sus intereses. Rusia, cómplice de China e Irán, podrÃa presionar a ambos… pero no va a hacer nada porque, además de que nunca está de más vengarse de sus enemigos europeos, necesita el apoyo de los comunistas de PekÃn y de los clérigos chiÃes para intentar salir del apuro de Ucrania.
¿Y los demás? Europa se habÃa dado por satisfecha con la defensa de las rutas marÃtimas, y aún en esa tarea, que casi podÃa calificarse de humanitaria porque los muertos eran marineros civiles, hubo desertores. Me duele recordar que entre ellos estaba España.
Queda, pues, solo Israel y, si finalmente decide ponerse de su parte —parece que Trump, fiel a su estilo, ha negociado con los hutÃes a través de Omán y sin informar a sus aliados israelÃes— también los EEUU. Son dos grandes potencias, cada una en su estilo, pero ¿pueden imponer su fuerza militar sobre las ganas de incordiar de los hutÃes? Esta es una pregunta que me han hecho a menudo y no me parece difÃcil de contestar. Piense el lector en Gaza, multiplÃquela por diez en población y distribúyala por un paÃs más grande que España y entenderá los problemas que se presentarÃan a los militares que, desde el aire o por tierra, quisieran neutralizar la ofensiva hutÃ.
¿Que se hicieron cosas mucho más difÃciles en la Segunda Guerra Mundial? Desde luego, pero a un coste que hoy nadie está dispuesto a pagar. Esa es la clave del problema del Yemen, y esa es la caracterÃstica que, nos guste o no, define el nuevo orden mundial. Un orden sin ley. Ni siquiera la del más fuerte. Si acaso, y por desgracia para todos, la del más malvado.