Publicado: noviembre 23, 2025, 5:30 am
Durante años, construir una cartera de inversión era cuestión de aplicar una fórmula. Repartir entre acciones y bonos, mantener el equilibrio con rebalanceos periódicos y esperar. Pero ese guion ya no garantiza resultados. Con tipos de interés imprevisibles, correlaciones alteradas y mercados que reaccionan más rápido que nunca, muchas de esas recetas han dejado de funcionar.
Hoy, el reto no es solo proteger el capital. Es hacerlo crecer con sentido, en un entorno donde las reglas tradicionales ya no bastan. Los grandes gestores han ajustado el enfoque. Fondos soberanos y patrimonios institucionales no se limitan a asignar porcentajes. Diseñan sistemas completos que responden al riesgo, se adaptan al entorno y se mueven por oportunidades reales.
El objetivo no es diversificar, sino diseñar
Una de las cosas más repetidas en los últimos años es que diversificar es la estrategia más sensata para reducir el riesgo. Pero en la práctica, muchos inversores acaban acumulando fondos o productos sin un criterio claro. El resultado es una cartera que parece diversificada, pero que en realidad concentra riesgos de forma silenciosa. Es lo que ocurre, por ejemplo, cuando varios fondos comparten exposición a las mismas grandes tecnológicas o a los mismos índices de referencia.
Este fenómeno, conocido como ‘falsa diversificación’, ha sido estudiado por firmas como Morningstar, que señalan que más del 50% de los fondos gestionados activamente tienden a coincidir en sus mayores posiciones con los principales índices de mercado. La consecuencia es una alta correlación entre activos que, en teoría, deberían actuar de forma independiente.
Algunos fondos de pensiones como el CPP Investment Board en Canadá han adoptado el enfoque de cartera total. En lugar de decidir cuánto invertir en acciones o bonos, diseñan la cartera como un todo orientado a un objetivo específico de rentabilidad ajustada al riesgo. Si un fondo o activo no aporta valor diferencial, se elimina.
Diversificar por escenarios, no por activos
A primera vista, una cartera que incluye acciones europeas, bonos globales y algo de emergentes parece bien equilibrada. Pero, ¿qué ocurre si todos esos activos reaccionan igual ante una misma amenaza? En 2022, con la inflación desatada y las subidas de tipos sincronizadas, tanto la renta fija como la variable cayeron a la vez. Y eso desmontó una de las premisas básicas del modelo 60/40.
La lógica actual ya no se basa tanto en tener muchas clases de activos, sino en cómo se comportan en distintos escenarios. Una cartera preparada para resistir necesita incorporar activos que reaccionen de forma distinta ante inflaciones inesperadas, recesiones técnicas, ciclos expansivos o tensiones geopolíticas.
El rebalanceo no es una rutina, es una herramienta táctica
Durante años, el rebalanceo se planteó como una tarea de mantenimiento periódico. Revisar los pesos una o dos veces al año parecía suficiente. Pero con mercados más volátiles y activos que se revalorizan o caen con mayor velocidad, esta tarea adquiere una nueva dimensión.
Después de un rally sostenido, por ejemplo, el peso de la renta variable en una cartera puede aumentar más de lo previsto. Si no se corrige, el riesgo total se incrementa sin que el inversor lo perciba. BlackRock, en uno de sus informes sobre gestión multiactivo, estima que una desviación del 10% sobre el peso objetivo puede alterar significativamente la exposición al riesgo sistemático, especialmente en perfiles conservadores.
Por esta razón, algunas gestoras han implementado algoritmos de rebalanceo dinámico, que no se basan en fechas fijas, sino en umbrales de desviación respecto al perfil inicial. Este tipo de ajuste reduce el riesgo de sobreexposición a activos que han crecido demasiado y permite capturar beneficios sin necesidad de decisiones subjetivas.
Menos productos, más visión
En muchas carteras minoristas aparecen 10, 15 o incluso 20 fondos diferentes, muchos de ellos con objetivos similares o solapamientos entre sí. La CNMV ha señalado en varias ocasiones que existe una preocupante falta de comprensión sobre la composición real de las carteras entre los inversores particulares. El regulador señala que la dispersión de productos no siempre equivale a una mejor diversificación, sino que, en algunos casos, dificulta la gestión activa y el seguimiento del riesgo.
De ahí que la tendencia observada en firmas de asesoramiento independiente y gestoras internacionales apunte a carteras más concentradas, pero estructuralmente sólidas. Productos como fondos multiactivo, ETFs globales o estrategias indexadas permiten simplificar la composición sin perder cobertura sobre diferentes regiones o sectores.
Un informe de Vanguard, publicado en 2024, concluyó que los inversores con carteras de menos de seis fondos tienden a mostrar un mayor cumplimiento de sus objetivos a largo plazo y una menor rotación de activos durante episodios de alta volatilidad.
Rentabilidad compuesta, tiempo y la regla del 7%
No está escrita en ningún manual oficial, pero la cifra del 7% anualizado sigue utilizándose como referencia para proyectar la duplicación del capital en una década. Esa rentabilidad media, aunque no garantizada, permite visualizar el impacto de la capitalización compuesta. Si se mantiene durante 30 años, cada euro invertido puede multiplicarse por más de ocho.
Según Morningstar, alrededor del 34% de los fondos con más de 15 años de historia han logrado superar el 7% anual de media. No todos lo han hecho de forma constante, y en muchos casos con una elevada volatilidad, pero los datos muestran que, con una buena selección y suficiente permanencia, el rendimiento acumulado es significativo.
El verdadero impacto, sin embargo, está en evitar interrupciones innecesarias. Un estudio de Fidelity sobre comportamiento inversor mostró que los inversores que permanecen invertidos durante los peores días del mercado tienden a recuperar antes su capital frente a quienes intentan predecir los movimientos.
