Publicado: agosto 21, 2025, 3:00 am
Cuenta la leyenda que un fiero gato —llamémosle Vladimir, ya que la tradición no le da nombre alguno— tenía aterrorizada a una pacífica comunidad de ratones con la que compartía un viejo continente.
A medida que aumentaban las víctimas de Vladimir, los alarmados líderes de los roedores —me gustaría pensar que eran los más sabios pero, visto lo visto, no estoy seguro de que fuera así— empezaron a preocuparse por su seguridad; una cuestión, por cierto, que en las décadas anteriores a la llegada del felino habían tratado con la más absoluta negligencia. Vivían —o eso decían sus críticos— como si todos los gatos se hubieran vuelto buenos.
¿Qué se podía hacer para recuperar la tranquilidad de los viejos días? El «poder blando» del que habían presumido los ingenuos roedores hasta hacía pocas fechas se había convertido en agua de borrajas. ¿Podían enfrentarse directamente a Vladimir? Imposible. Es verdad que los ratones eran muchos más, pero el taimado gato tenía zarpas nucleares. ¿Contratar a un perro para que le ladrara? Se había intentado… pero el voluble can, después de cobrarles un 5% de su PIB, se había hecho amigo de Vladimir y se negaba a hacer el trabajo por el que se le había pagado.
Al final, uno de los ratones recordó la antigua fábula del cascabel y el gato. La idea sonaba, desde luego, infantil. ¿Quién puede imaginar al adusto Vladimir con un cascabel al cuello? Pero, inspirado por el relato de Esopo, el avispado roedor propuso algo bastante parecido: ¿por qué no sujetar al felino atándole al rabo un acuerdo de paz? No resultaría tan bonito como el cascabel de la fábula pero, sin necesidad de hacer ruidos desagradables, limitaría los movimientos del gato y quizá permitiría a los roedores recuperar su paraíso perdido.
Conscientes de lo difícil que suele ser encontrar quien le ponga el cascabel al gato —cuando eran pequeños, a ellos también les habían contado la fábula de Esopo— los ratones abrieron negociaciones con el felino, le halagaron, le amenazaron, incluso le ofrecieron quedarse con algunos territorios para que, si no un acuerdo de paz, aceptara al menos una tregua temporal… pero Vladimir, erre que erre, seguía a lo suyo. La operación especial —que así solía llamar el gato a sus expediciones de caza— debía continuar hasta alcanzar todos sus objetivos.
Incapaces de resolver el problema, los roedores se aplicaron a la tarea de buscar otra solución. Nadie sabe (la leyenda no da detalle algun) si, con el tiempo, lograron rearmarse o tuvieron que resignarse a vivir bajo la permanente amenaza de Vladimir. Pero si en vez de ratones hubieran sido políticos europeos, el final habría sido muy diferente. Mucho me temo que, en lugar de poner los pies en el suelo y centrarse en lo que todavía puede hacerse para ayudar a Ucrania a defenderse, nuestros gobernantes habrían programado una nueva serie de reuniones para decidir qué garantías de seguridad habría que implementar… una vez que el gato tuviera puesto el cascabel de un acuerdo de paz que, a lo que parece, nunca va a llegar.