Publicado: agosto 15, 2025, 8:54 am
En México, como en otros países, se observa una tendencia a que la evolución de la pobreza desplace al crecimiento del PIB como el principal indicador de la gestión gubernamental. Por eso, cada dos años que hay resultados de la ENIGH (Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares), como ahora, los miembros del Ejecutivo Federal y del partido en el poder tratan de reducir los valores medidos y comunicados del nivel de pobreza en el país aun cuando no hayan podido reducirla en los hechos. Si la evaluación de un gobierno federal depende de si la pobreza bajó o subió, y si de tal “hecho” (real o inventado) depende (en parte) que el mismo partido permanezca en el poder, la tentación para cucharear las estadísticas en las que se basa la medición de la pobreza es enorme. Es por eso también que fue desaparecido el Coneval (Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social) y se trasladó su función de medir la pobreza al Inegi, institución que, aunque “autónoma” en derecho, casi nunca lo ha sido en los hechos. En 2016-2017 presenciamos una confrontación entre el Inegi y el Coneval. El primero modificó sus procedimientos de captación de la ENIGH que se levantó en 2016. Con eso, los ingresos de los hogares fueron significativamente más altos que en las encuestas anteriores, y la pobreza, si se calculara con ellos, hubiese sido mucho más baja y no tendría credibilidad social alguna. Hoy, en el segundo piso de 4T se ha vuelto a hacer lo mismo. El Coneval se negó por ello, en ambos casos, a medir la pobreza con esos datos, pues los resultados no serían comparables con la serie 1992-2014. Para salir del impasse, Inegi y Coneval hicieron un pacto: el primero mantuvo su “nuevo” procedimiento de captación de ingresos, pero el segundo no usó los datos de ingresos captados para calcular la pobreza, sino que usó datos “calculados” con un modelo estadístico (ME) diseñado por el Inegi, que imputa tales datos a los hogares. Se supone que estos datos eran comparables con la serie anterior de la ENIGH y reflejarían la realidad de la evolución de la pobreza. El Inegi (entonces encabezado por Julio Santaella, priísta) modificó, con procedimientos no explicados y, al parecer, caprichosos, los ingresos captados en la ENIGH 2016, pero no hizo lo mismo con los gastos. Éstos crecieron, en términos reales, 5% en los dos años de 2014 a 2016, mientras los ingresos ( cuchareados) crecieron 17.3% (3.5 veces). En años anteriores, el ingreso y el gasto habían evolucionado en proporciones similares, como lo prevé la teoría económica. ¿Por qué si el Coneval ya no podía medir la pobreza con los ingresos reportados por la ENIGH 2016, en lugar de aceptar hacerlo a partir de un ME basado en datos de ingreso de una encuesta (la de ocupación y empleo, ENOE) inadecuada para tal fin, no revisaron la bibliografía internacional sobre mediciones de pobreza para encontrar alternativas mejores? Hubiesen encontrado, al menos, dos opciones: a) medir la pobreza contrastando el GC de los hogares (captado en la propia ENIGH) contra la línea de pobreza (o línea de bienestar, LB, como le llama el Coneval), o b) ajustar los ingresos de los hogares a cuentas nacionales para hacerlos comparables. Centrémonos en la primera opción. La segunda la hemos usado, durante muchos años el Evalúa CDMX, Araceli Damián y yo. La postura de muchos autores, particularmente de economistas neoclásicos, es que, conceptualmente, el GC en consumo es una mejor variable para medir la pobreza que el ingreso corriente. Dicen el Banco Mundial (BM) y Ravallion: