Publicado: noviembre 9, 2025, 3:07 am

Cuando regía la política convencional, que las primarias en los partidos contribuyeron a triturar, los líderes y cuadros eran pragmáticos; las bases ideologizadas y el grueso de los votantes, más o menos moderados y fidelizados, pero en absoluto fanatizados. Así que los impulsos se compensaban y las inercias desinflamaban a la militancia. En España -también ocurrió en otros sitios con otros factores desencadenantes-, el Pacto del Tinell, el 11-M, la cínica negociación de Zapatero con ETA, la crisis de deuda, la erección de Iglesias, el surgimiento de Vox y la institucionalización de la mentira, el impudor y la corrupción con Sánchez han transformado el ecosistema y relación de los partidos con los votantes.
Hoy, partidos y líderes radicales atraen al votante mediano. Antes, los programas se parecían para disputarse ese voto. Después, Podemos alcanzó su cima denunciando las semejanzas entre PSOE y PP; como ahora hace Vox. Podemos emergió cuando sus promotores hallaron un espacio yermo: según las encuestas de entre 2010 y 2014, el apoyo a los gobiernos decrecía sin que creciera el apoyo a la oposición (para Podemos fue estratégicamente esencial promover el descontento durante los estertores del Gobierno de Zapatero). De modo que Podemos activó el abstencionismo militante -la periferia de la política- y persuadió con sofismas y trampantojos a un nutrido sector de las clases medias -una parte, ahogada por la crisis y otra parte, confortablemente acomodada, que lucía «creencias de lujo»-.
Abascal no se muestra como alternativa a Sánchez sino al sistema que ha permitido el brote y duración de Sánchez
Las dos diferencias entre aquel Podemos y este Vox son que, por un lado, Vox ya está en las instituciones (además, Podemos no paró de caer desde 2015 y Vox no ha parado de subir, a pesar de sus altibajos; también, a Iglesias lo desgastaron las purgas y a Abascal, no) y, por otro, que Podemos jugaba con dos barajas (Iglesias defendió aquí la socialdemocracia… de Vladimir Ilich y las primarias que amañaba); por su parte, Vox no esconde ni suaviza sus planteamientos; tampoco convoca primarias: la fuente de legitimidad de Abascal es la fuerza de su liderazgo, no el origen.
Vox es un partido radical que atrae votantes templados pero hastiados. Aglutina el descontento y se descontaminó oportunamente. No sufrió los efectos de la simbiosis programática con el PP en las autonomías. Vox no necesita hacer nada porque se comunica sin intermediarios con sus votantes potenciales y porque el empuje motriz se lo concede la distancia que muestra respecto del PSOE y PP. Vox no se muestra como alternativa a Sánchez sino al sistema y enjuagues que han permitido el brote y duración de Sánchez.
La encuesta de hoy mantiene al PP en un porcentaje de voto similar a 2023. El PSOE compensa su caída con el ensamblaje de su frente amplio, afianza su voto y tiene menos indecisos (aunque en general, los indecisos repiten). Junts se desploma. Vox se dispara, presenta alta fidelidad y no tiene indecisos. Si bien, lo llamativo del crecimiento de Vox es el perfil no segmentado de su electorado: sus votantes son tanto de clase media baja como media y media alta y alta, aunque predominan los primeros -la lepenización ha dado sus frutos-. Y lo esencial: tiene el voto muy repartido por tamaño de hábitat y ha penetrado con éxito en la médula de la política convencional: las ciudades medias y pequeñas capitales de provincia. De modo que, cuando el PSOE se derrumbe, ahí estará Vox para recoger sus restos.
