Publicado: mayo 25, 2025, 10:07 pm
«Leer un poema tuyo significa quedarte desnudo en la plaza del pueblo». La frase de Fernando Barbero resuena entre estas cuatro paredes de la cárcel de Madrid II- Alcalá-Meco, donde un puñado de internos se sienta en círculo cada lunes a escuchar y escribir poesía.
Desnudo en la plaza del pueblo se encuentra Álex, el preso elegante que lee sus versos con una sudadera amarilla de Lacoste y un bermudas beige o Raciel, el recluso tímido, que no termina de abrirse en canal porque en su cabeza «tiene un laberinto muy difícil de descifrar», según confiesa él mismo.
Este taller de poesía es mucho más que una escuela de letras: es un refugio, una forma de expresión emocional, una válvula de escape, una terapia y catarsis colectiva y una manera de desarrollar habilidades sociales.
Son versos para sacar los demonios que los condenados llevan dentro y para dar voz a lo más oscuro de su ser: la rabia, la culpa, la soledad y el desarraigo, que siente cualquier persona cuando entra en prisión.
En este círculo de reclusos están representados los delitos más comunes en esta cárcel madrileña, situada en el municipio de Alcalá de Henares: tráfico de drogas, robo, violencia de género, prevaricación, blanqueo de capitales y malversación. El reportaje de GRAN MADRID se realiza a cambio de utilizar sólo los nombres de pila de los presos para no desvelar su identidad ni las penas que cumple cada uno.
Leer para poder escribir
Salir de la rutina diaria en la cárcel es otra de las motivaciones para acudir a esta clase de escritura creativa, que consigue algo muy difícil de lograr: animar a redactar a gente que no ha leído nunca.
«Si quieres escribir, tienes que leer y adquirir la costumbre de la lectura. Por eso les aliento a que saquen libros de la biblioteca de la cárcel. Suelo recomendar a Julio Verne, porque es un autor que engancha», explica Barbero, poeta, escritor y voluntario de la ONG Ampara, especializada en ayudar a la reinserción social de los/as reclusos/as de los centros penitenciarios.
Tras la lectura de cada poema, Barbero emite su dictamen: puede ser sutil y divertido o duro e implacable. «Al próximo que escriba un pareado, le saco un ojo con un bolígrafo. Si tratas de hacer un verso en un poema y no tienes la calidad suficiente pueden salir pareados que son una verdadera mierda», critica sin piedad el escritor.
Otras veces deja el látigo y suelta algún que otro piropo.
-Álex es una máquina de escribir. También es músico y actor. Íbamos a representar una obra y se aprendió el papel en una semana. Es un preso elegante, que es sinónimo de pijo- se ríe el profesor, que ha publicado el poemario El viento, los vientos.
El humor es la marca de la casa en este espacio y las bromas se van enlazando una con otra. De hecho, Barbero obliga a sus pupilos a hacer un juramento con ceremonia incluida en el que se comprometen a respetar los signos de puntuación.
-El poema es muy bueno, pero no has acentuado la palabra lágrimas. No pasa nada: hay cosas peores- replica Barbero entre risas a un preso.
-Buena idea, pero caótica resolución- le comenta a otro.
Un preso lee un poema en el curso de Alcalá-Meco.
La mayoría de los miembros de este taller pertenecen al módulo de respeto, gestionado por los funcionarios y por los internos, que gozan de una gran autonomía gracias a esta fórmula.
De hecho, en este módulo los propios reclusos organizan su día a día y también regulan las actividades como el ajedrez, el inglés o la preparación para el día después al salir de la cárcel.
Por ejemplo, cuentan con una comisión de convivencia, donde se intenta mediar en los conflictos entre los presos; otra de acogida para ayudar al recién llegado a que se integre; una tercera de deporte, que se encarga de administrar el gimnasio y otra de limpieza.
Valores para la vida
«En este módulo existe una gran exigencia con los reclusos, que llevan una vida bastante normalizada. En las comisiones no hay presencia de los funcionarios y las celdas están abiertas durante el día porque hay confianza en que los internos no van a entrar a robar. Intentamos que desarrollen valores que luego les sirvan fuera de la prisión», afirma José Andrés Tomás Jiménez, subdirector de tratamiento de Alcalá-Meco.
De hecho, en este módulo les imparten clases de mediación en la que les enseñan cómo decirle a un preso que se tiene que duchar todos los días sin que se sienta ofendido.
«Aquí se demanda que los reclusos participen en las tareas diarias y adquieran hábitos de limpieza y de puntualidad. Es obligatorio ducharse todos los días y cambiarse de ropa. Cuando hay actividades, no se puede estar en la celda sin hacer nada y debe reinar el silencio absoluto de las 23.30 horas a las 7 de la mañana», indica Arturo, uno de los internos.
No en todos los módulos de la prisión reina tan buen rollo y los hay donde la convivencia es más complicada. «El módulo 3 es salvaje. O te haces respetar o te pisan. Tienes que ir a la selva para ver cómo son los monos. En el zoo te llevas una impresión equivocada. Por eso, soy más hijo de puta que ellos», declara otro recluso.
Otro de los reclusos que participan en la clase de literatura.
En esta cárcel de Alcalá-Meco se trabaja para que los 616 presos lleven una vida lo más normal posible y, de esta forma, se puedan reinsertar al salir del centro penitenciario.
Los reclusos pueden acudir a clase todas las mañanas para estudiar Secundaria, Bachillerato o FP de jardinería, albañilería o logística y también pueden seguir estudiando en la Universidad a distancia.
A diario entran unas 30 personas de ONG a la cárcel que imparten numerosos talleres de poesía, meditación o pintura y también se organizan conciertos y festivales, donde los presidiarios aprovechan para leer sus versos y donde han recitado poetas como Andrés Izu o David Benedicte.
Son poemas de verdad que salen de las vísceras y que, en ocasiones, resultan mucho más auténticos que los que se escuchan en cualquier recital de los cenáculos literarios.
-Y, ¿qué os aporta este taller?- les pregunta la periodista.
-Me ayuda a expresar cosas que tengo en mi interior y que cuesta hablarlas con los demás. Intento verme por dentro y me resulta más fácil plasmarlo en una hoja- asegura Domenico, que va a publicar próximamente un libro de poemas.
-Nos ayuda muchísimo. Es un rato muy divertido. El taller trasciende la escritura. Yo he redactado discursos públicos y ahora lo haría mejor- contesta Arturo.
-Incluso podrías hablar con Rajoy para que los mejorase- le responde Fernando, el profesor.
-Hay cosas que son imposibles- vuelve a replicar Arturo entre risas.
El taller ha logrado crear una unión y una conexión especial entre estos reclusos, lo que les ayuda a combatir la soledad de la cárcel y les sirve como catalizador para expresar todo aquello que les está carcomiendo por dentro a través de la escritura.
«La prisión te puede ayudar a hacer un cambio radical», afirma Arturo
Y, la pregunta del millón: ¿Existe algo positivo de estar en prisión? Las respuestas son variadas. Unos internos hablan del golpe de realidad que supone y de la posibilidad de volver a construir una nueva vida desde cero.
Otros valoran haber podido echar el freno o tener tiempo para reflexionar sobre los errores cometidos. Y, para algunos, ha sido una tabla de salvación porque iban por muy mal camino. «Nos enseñan que hemos cometido un error que se puede rectificar y reparar. No por eso eres mala persona», opina Javier.
«Hay mucha gente ahí fuera que tiene menos libertad que vosotros. Es una putada vivir entre barrotes, pero la libertad se tiene dentro», les anima Barbero.
¿Y lo negativo? El mayor sufrimiento para todos es estar separados de sus familias y no poder ver envejecer a sus padres o crecer a sus hijos.
«Para mí es horrible estar en la cárcel. No le veo nada bonito», se lamenta uno de los miembros del taller. «Lo peor es que todavía me queda un montón de tiempo aquí», se queja Domenico.
Entre verso y verso, este taller es un espacio de libertad que les ayuda a sobrellevar sus frustraciones diarias. «La prisión te puede ayudar a hacer un cambio radical. Yo aquí he conocido a personas fantásticas y veo el sufrimiento que llevan. Aquí puede haber gente muchísimo mejor que otra que no entra en la cárcel. Se puede ser feliz en prisión», concluye Arturo.