Publicado: octubre 24, 2025, 1:07 am

Los vecinos del edificio aún están en shock por el trágico final de Albert W., el octogenario que el pasado martes decidió poner fin a su vida ante un más que inminente desahucio. Todos saben lo sucedido, pero ninguno se siente cómodo hablando de ello. «Lo que ha pasado en el bloque no es plato de buen gusto para nadie», reconoce una de las vecinas del inmueble.
«En este edificio compraron piso apartamento muchos extranjeros, sobre todo alemanes y escandinavos», comenta otro propietario, Sidnei Comanda, que llegó al vecindario con su pareja hace solo unos años. Ellos no tenían ningún trato con el fallecido, al que solo conocían de vista, de cruzarse con él en el portal o en el ascensor, relata Sidnei, y lo poco que sabían de Albert es lo que les habían contado los propietarios más antiguos ya que ellos son «de los nuevos», aclara.
El fallecido y su mujer, de origen alemán, se mudaron al edificio de la calle Murillo Bracho de este turístico municipio de la Costa del Sol a principios de los años setenta, poco después de que se terminara la construcción, que data de finales de los sesenta. En aquel momento el matrimonio era de los propietarios que más tiempo pasaban en España. Albert llegó a ser presidente de la comunidad y, en aquella etapa, el propietario se granjeó algunas enemistades.
Albert había enviudado recientemente y, aunque tenía hijos, no recibía demasiadas visitas. Caminaba con dificultad desde hace años y lo hacía ayudado de unas muletas o de un andador por lo que no solía salir mucho. Cierto es que de vez en cuando «venía un chico a verlo o lo recogía con el coche en la puerta», relata Sidnei.
A ninguno de sus vecinos se le escapa que la situación económica de Albert no era buena ya que llevaba tiempo sin pagar las cuotas de comunidad. Con el paso del tiempo, la deuda se había hecho mayor y la comunidad de propietarios había optado por demandarlo.
A sus 83 años Albert no tenía otra propiedad con la que responder de lo pendiente, de los intereses y las costas judiciales que el proceso había generado, así que el juzgado le había embargado el piso en el que vivía y lo había subastado para pagar la deuda que este octogenario alemán había contraído con sus vecinos.
El piso se vendió por unos 80.000 euros, comenta Sidnei, un precio bastante inferior al de mercado, ya que en la actualidad un bajo de 56 metros cuadrados en el mismo edificio se vende por 185.000 euros.
Con la subasta quedó saldada la deuda de comunidad de Albert, pero por el camino el anciano había perdido la que había sido su casa durante las ultimas décadas.
Al poco tiempo de confirmarse la venta, el piso del octogenario fallecido salió a la venta en el portal inmobiliario Idealista por más de 120.000 euros, recuerda Sidnei. Eso sí, el vendedor avisaba de que el inmueble tenía ese precio porque estaba «ocupado», precisa el vecino. Ocupado por su anterior propietario, un anciano de 83 años que se iba a quedar en la calle y sin muchas opciones de comprar o alquilar otra vivienda.
Hombre serio y de pocas palabras, al parecer no había comunicado su situación a nadie ni tampoco había solicitado asistencia a los servicios sociales del Ayuntamiento de Torremolinos, según han confirmado a EL MUNDO fuentes municipales.
Nadie en el Consistorio era consciente de la situación por la que atravesaba el octogenario, al que este martes se le acababa el plazo que le había dado el juzgado para desalojar su vivienda. En el momento en el que la comitiva judicial, el representante del nuevo propietario y la Policía Local se presentaron en su casa para desahuciarlo, el hombre tomó la drástica situación de acabar con su vida de un disparo.
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