Publicado: diciembre 3, 2025, 3:07 am

Si separamos el grano de la propaganda que lo envuelve, resulta cada vez más evidente que el único capital político de Pedro Sánchez, la virtud y el acierto con los que ha construido su carrera, es haber colado y mantenido vivo el falso mito de la resistencia: una pretendida Odisea contemporánea y popular en la que un guapo chico de barrio madrileño, ajeno al sistema y sus mandarines, sorteaba casi en solitario todo tipo de dificultades y peligros.
Este relato de ficción progresista ha funcionado muy bien en una España con millones de viejos pero muy pocos adultos, logrando que incluso el antisanchismo interiorizara ese perfil del presidente como un personaje hercúleo, despiadado, de agudo instituto de supervivencia y casi imbatible. La escusa perfecta para el inmovilismo popular y el exabrupto voxero en el que se encuentra la derecha.
Pero la realidad, siempre más vulgar, con el goteo constante de casos de supuesta corrupción en su familia, partido y Gobierno, ha acabado ofreciendo un retrato del presidente bien distinto del que glosa la literatura sanchista: el de un oportunista, sin apenas ideología ni escrúpulos, que llegó al poder y se ha mantenido en el mismo alquilándose al nacionalismo vasco y catalán. Su manual político, por tanto, se ha escrito siempre desde Vitoria y Barcelona
Esa condición de presidente de alquiler (como un vientre político), que ha ido amoldando decisiones y discursos al dictado de quienes lo sostienen, y que ahora dudan sobre la continuidad de su contrato para protegerse de la corrupción sanchista, se mostró con toda crudeza en la entrevista que le hizo con oficio Gemma Nierga en RTVE.
Inicialmente planeada por Moncloa como un momento de gloria presidencial -para ello deberían haber escogido a Intxaurrondo o similares y no a una periodista-, y para lanzar una seductora oferta al nacionalismo catalán, la entrevista terminó siendo el retrato devastador para Sánchez: atrapado en su minoría parlamentaria y que reconoce su debilidad extrema al suplicar a Puigdemont el perdón por sus incumplimientos y pedirle otra oportunidad.
En su diálogo con Nierga hubo, además, otro momento revelador del estado crítico de Sánchez: su torpe intento de desvincularse del apestado Ábalos, el viejo «compañero» a quien calificó como un gran desconocido para él, resultó tan inverosímil que sonó como el reconocimiento indirecto de culpabilidad. Una suerte confesión.
Pero volviendo a Puigdemont y sus secuaces, la oferta que trasladó Sánchez en RTVE, con algunas cesiones de competencias menores para Cataluña -como ampliar el plazo de digitalización de los procesos de facturación de los ayuntamientos – pero sin garantizarle la total amnistía, el concierto económico a la vasca ni el reconocimiento del catalán como lengua oficial en Europa, son tan poca cosa que no debería a priori hacerle cambiar de opinión, especialmente en un contexto de auge de la Aliança Catalana de Sílvia Orriols.
Si bien la verdadera oferta de Sánchez a Puigdemont está en la desesperación y debilidad que mostró: son la invitación tácita a renovar el alquiler presidencial, con el compromiso de reeditar el Pacto de San Sebastián de 1930 entre la izquierda y el nacionalismo, y de culminar la mutación confederal del Estado. La reactivación del procés español hacia una República Ibérica.
