Publicado: junio 16, 2025, 1:07 am

No te acabas de ir y ya te echamos de menos. Tu frontalidad riojana. Tu generosidad de otra era. Tu ética del trabajo. Tus chistes entre malos y horrorosos. El arcabuz de tu risa.
No eras el mejor en todo (te prometí que así lo pondríamos), pero discúlpame si sinceramente te escribo que creo que eras el mejor en lo tuyo: barrer la basura de la calle; hornear un pan diario honesto de tinta y calambre; hacer más decente el mundo que -cada madrugada- salía de las rotativas.
Ya le podían dar por saco a alguno de los malos si tú te emperrabas en seguir las pistas del crimen. Ya le podían dar por jodido. Porque tú te tomabas ese marcaje como algo personal: un poco como aquellos centrales del Logroñés de los noventa que seguían a todas partes al delantero estrella.
«Claro que uno se puede equivocar», nos decías. «Pero lo que no puede hacer uno en este tinglado es engañarse a sí mismo: curra más».
Y entonces te leías 500 folios y te veías con cinco fuentes; acumulabas pruebas y grabaciones; repasabas fotos y sumarios; escudriñabas pantallazos y testimonios. Y así veías amanecer y llegabas sin afeitar a EL MUNDO con los ojos muy abiertos: ojos de niño al que le acaban de traer algo los Reyes. Cajas de bombones informativos que, luego, en Pradillo y en San Luis, compartías a cinco columnas.
Y cómo reías entonces. Y cómo molaba volver a comprobar que tenías razón. Y cómo te volvías a poner serio poco a poco, con el paso de los días, porque en el mundo seguía habiendo hijos de puta y tú entonces no dormías.
Fíjate que creo que por eso trabajabas. Para abrirle los ojos a él: en tu quehacer hasta el final, había algo de dejarle un mundo mejor a Río.
Tú nos enseñaste que este trabajo -sobre todo- es pasión. Que todo lo es en la vida, y hasta cuando asomó la muerte. Que sin pasión no hay nada. Que sin pasión no hay refugio. Que si no tienes una pasión, estarás jodido cuando vengan mal dadas y no sabrás dónde meterte. Y allá te veíamos todos estos años: tus exclusivas en mitad del cáncer; tu sonrisa cansada de camino al baño después de dar otro notición; la pasión que era desenmascarar a otro Joker; justo antes de sacar la cartera y -babeando- mostrarnos la foto de tu nieto.
Por él trabajabas. Estoy seguro.
Recuerdo un día en que nos medimos las cabezas con una cinta métrica a ver quién tenía el perolo más grande. Otro día en que me contaste tu amor a José Luis Perales y yo asentí y juramos guardar el secreto. Otro día en que casi llegamos a las manos con un debate entre el Rioja y el Ribera del Duero. Muchos te queríamos a pesar de tu madridismo. Y eso -para los que somos del Atleti- es mucho querer.
Tu último mensaje (ese humor tan tuyo) decía: «Los orcos se han hecho fuertes. Los medianos y sus aliados no logran contenerlos».
Lo demás fue solo silencio.
El periodismo pierde a un hombre honorable y toda esa basura de comisionistas y fulleros de ahí fuera vive un poco más tranquila. Tenías que haber visto cómo estaba ayer el tanatorio, tron. Viendo lo visto, creo que la gente no te podía querer más.
Pasará el tiempo. Moriremos otros. El papel se oxidará. Seremos olvido. Por eso déjame que le escriba algo a tu nieto, del que tanto presumías.
Cuando crezcas, Río, alguien tendrá que contarte que tu abuelo era de esa gente que lo iluminaba todo cuando entraba a una habitación. Alguien tendrá que decirte que nadie usó el humor de un modo tan dinamitero: si uno de nosotros estaba atribulado, triste o desconcertado, tu abuelo Fernando le sacaba un caramelo de la oreja y lo ponía en pie. Alguien tendrá que explicarte que habrá quien presuma de haber jugado con Maradona o de haber comido con Ferran Adrià.
Pero que muchos podremos decir que trabajamos junto a Fernando Lázaro.
Y que ese hombre sencillo de Logroño fue tu abuelo.