Publicado: marzo 21, 2025, 3:07 am

Siguiendo el paso de Suecia, la Comunidad de Madrid ha iniciado esta semana el camino hacia la eliminación de las tabletas en las aulas. En Canadá, el Instituto Nacional de Salud Pública de Québec ha realizado una revisión de la literatura sobre la cuestión y concluye: «Los resultados a partir de datos científicos recientes sugieren que los dispositivos digitales en el aula, utilizados con fines personales o educativos, en el mejor de los casos no aportan ningún beneficio al aprendizaje y en el peor de los casos tienen un efecto negativo en la cognición de los jóvenes».
La digitalización de las aulas ha sido un error garrafal del que estaremos años recuperándonos. La pregunta del millón es: ¿por qué ni siquiera debatimos entonces acerca de la oportunidad de introducir las tabletas? Mucho se habla de los intereses económicos de la industria y de los que patrocinan sus contenidos, que ha sido el principal motor de la digitalización masiva. Pero hoy me gustaría describir tres estados mentales que han anulado la capacidad de pensar del educador, incluso del más culto.
El primer estado mental es el que nos lleva a creer que lo nuevo siempre es mejor que lo antiguo. Puesto que la tecnología era sinónimo de progreso y de modernidad, ni siquiera debatimos si tenía sentido introducirla en nuestras aulas. Tampoco fuimos prudentes en exigir evidencias antes del despliegue y templados en esperar tenerlas.
El segundo estado mental es el del trance de la novedad tecnológica, un estado de adulación casi religiosa a la tecnología que amenaza con hacernos perder la perspectiva y llevarnos a percibir la novedad tecnológica con una actitud de fascinación casi apocalíptica. Interpreta el cambio como radicalmente determinante y revelador del futuro. Ahora bien, si la relevancia y la fiebre de lo nuevo se desvanece con el mero paso del tiempo, era previsible que las tabletas fuesen eventualmente relegadas al baúl de la irrelevancia. Era previsible que, de forma repentina y sin movernos ni una pizca, los tachados de anticuados pasaríamos a la postura de vanguardia educativa.
El tercer estado mental que ha sido determinante para la digitalización ha sido el del tibio moderado. Para él, ni mucho ni tan poco, pues «todo es cuestión de equilibrio». Si las estadísticas de consumo apuntan a una cifra dada, la virtud consistiría en encontrarse en el punto medio entre esa cifra y la abstinencia. Entonces la meta no consistiría en buscar la excelencia, o en encontrar el sentido, sino en «evitar el abuso». Pero, como dice la catedrática de Ética Margarita Mauri, «no puede hablarse de la virtud como un vicio disminuido, o de éste como una exageración, por exceso o por defecto de la misma virtud». El tibio moderado entenderá por prudencia algo distinto de lo que es: silencio, tibieza o cobardía ante la actitud dañina; reducirá la templanza a una ley de mínimos, a un pacto con la mediocridad. Difícilmente logrará educar a sus alumnos o hijos en la vida virtuosa, pues desconoce en qué consiste: en el ejercicio de una disposición estable que permite escoger lo más excelente desde la prudencia, la fortaleza y la templanza. Crecer con un dispositivo diseñado para la adicción y la dispersión no parece ser el mejor medio para lograrlo. En definitiva, si queremos llevarnos una lección del error de la digitalización, convendría adoptar una actitud atemporal, aspirando a lo que ha sido, es y siempre será una buena educación.
* Catherine L’Ecuyer, es directora del Posgrado en Educación Clásica y Humanidades de la Fundación CLE y la primera experta en España en denunciar los problemas de las pantallas en los menores.