Publicado: febrero 25, 2025, 1:07 am
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Si Pedro Sánchez fuera alemán, quizá ya no sería presidente del Gobierno. El líder socialista dio un discurso este sábado en el que aludía a la actitud de los democristianos de Merz -y su negativa a alcanzar acuerdos con la derecha radical- para criticar que el PP pacte con Vox. Feijóo debería portarse como un político alemán, dice el presidente; no contempla que él también podría aplicarse el cuento.
Cabe reprochar, por cierto, que Sánchez se refiriese a los acuerdos PP-Vox como «colaboracionismo», y que argumentase que la Historia sería igual de dura con los colaboracionistas del siglo XXI que con los del siglo XX. Incluso si aceptáramos una comparación tan burda entre la Europa de los años 30-40 y la de hoy, conviene recordar al presidente que la etiqueta de «colaboracionista» no se refiere a los conservadores germanos que aceptaron gobernar con los nazis en su propio país, sino a aquellos franceses, belgas, daneses, noruegos etc. que aceptaron participar de la ocupación alemana de sus naciones. No se era colaboracionista por cooperar con la extrema derecha, sino por hacerlo con el invasor. Luego se sorprenderá Sánchez de que tantos desconfíen de sus esfuerzos por ilustrarnos acerca de la memoria histórica.
Pero el reproche más sustancial es el que ha señalado Manuel Arias Maldonado: asombra que el presidente apele al caso germano, cuando en ese país los socialdemócratas han apoyado tres veces a los conservadores tras ganar estos las elecciones, y están a punto de hacerlo de nuevo. Es decir, justo lo que el sanchismo lleva rechazando desde que su líder pronunció el «no es no». Y justo aquello que Sánchez pudo haber hecho después de las elecciones de 2023, tanto las autonómicas como las generales, y que en ningún momento parece haberse planteado.
El ejemplo alemán demuestra, si acaso, que los cordones sanitarios deben ir acompañados de una predisposición de socialistas y conservadores a gobernar juntos. Sin lo segundo, es muy difícil exigir lo primero. Scholz estuvo dispuesto a ser el vicecanciller de Merkel; Sánchez nunca ha estado dispuesto a ser vicepresidente de Rajoy o de Feijóo -por ceñirnos a quienes obtuvieron más votos en elecciones a las que el propio Sánchez se presentó-, ni tampoco a que los dirigentes regionales del PSOE prestasen sus votos para impedir acuerdos entre las derechas. Esto, sin entrar siquiera en la dificultad de dar lecciones sobre alianzas indeseables cuando uno ha pactado con Otegi, Junqueras y Puigdemont.
Si Sánchez fuera alemán, en definitiva, no estaría intentando sacar adelante una legislatura a base de cesiones a socios radicales y minoritarios; cesiones que implican cambios en el funcionamiento del Estado, pero que solo se justifican por una necesidad política coyuntural. La gobernabilidad de nuestro país no dependería, por ejemplo, de la condonación de 17.000 millones de deuda de Cataluña anunciada este lunes para contentar a ERC; o del traspaso integral de las competencias de inmigración prometido a Junts. El presidente reprocha al líder popular que no sea como sus correligionarios de la CDU, cuando él nunca ha querido comportarse como alguien del SPD. Pero no cabe duda de que todo esto es bien sabido por parte de quienes diseñan consignas y estrategias en Moncloa; y a la vista está que les da igual.