Publicado: septiembre 4, 2025, 10:07 pm

En un movimiento táctico brillante e ininteligible para la mayoría, incluso para la mayoría de los suyos, Santiago Abascal ordenó a sus cargos salir de las instituciones. No tiene mucha importancia si el pretexto fue la tolerancia de tal y cual gobierno autonómico con la inmigración, con las políticas de género o con cualquiera de las obsesiones de su librillo doctrinal. Aquel 11 de julio de 2024, Vox certificó su supervivencia, ya que no hay nada más corrosivo para el populismo que la moqueta, es decir, la gestión de los problemas reales.
Que se lo pregunten al tabernero Pablo Iglesias, que un día llegó a mandar sobre 69 diputados en el Congreso. Gestionar la ideología sale gratis. Uno dice que España sigue en manos de una oligarquía franquista o que se va a convertir en una república islámica y gana intención de voto. Afrontar un incendio, una inundación o una pandemia supone asumir riesgos distintos.
En este flamígero verano de 2025 el Gobierno de la Nación, con su presidente a la cabeza, ha copiado a su manera lo que hizo Vox hace catorce meses. En el terreno geopolítico, dejó de tener voz en los grandes foros para delegar la gestión del trato con Donald Trump a sus colegas. En el primer trumpismo, encerrarse en el baño con las manos en las orejas hasta que los votantes estadounidenses arreglaran el problema que habían generado era una opción. En la segunda, no. El bicho está aquí para quedarse y hay que lidiarlo.
Sánchez prefiere el aislamiento del baño a la tensión de la moqueta. Se ha autoproclamado antagonista ficticio del estrafalario presidente de la primera potencia del mundo y se hace cruces para no saludarle. La opción no mejora la situación de los ucranianos ni mitiga la amenaza rusa, pero refuerza la imagen ante los suyos como insobornable referente de la izquierda. Junto a Xi.
En política interna el líder socialista ha ratificado que aquel «si [la comunidad autónoma] necesita más recursos, que los pida» de la dana de Valencia no fue un desliz, sino uno de los ejes de la legislatura en minoría. Ante los incendios, el Gobierno ha vuelto a quedar reducido a una centralita, un ente subsidiario de último recurso.
Su pasividad casi ostentosa ante la catástrofe que ha provocado el fuego se convierte en una virtud al no exponerse al riesgo de la gestión de sofocarlo. Con su imagen pública ya abrasada, lo menos malo para encarar la segunda parte de su mandato parece dedicada a que se achicharren los líderes autonómicos populares antes de las elecciones. Y lo peor para el PP no es tanto la estrategia de Moncloa, sino que algunos de sus presidentes vuelven a dar muestras de no haber aprendido del pasado e, incluso, de no entender la transformación de su propio territorio.
Dimitido como ministro de Exteriores in pectore y limitada la gestión de Gobierno a una mera coordinación de las urgencias regionales cuando se lo pidan, todos los esfuerzos de Sánchez se concentran en la política territorial. La transformación de Cataluña en una comunidad foral no se hará con los votos de los españoles, sino con su Tesoro Público, es decir, con su deuda. Más que un Ejecutivo parecerá el Banco Central de la España Confederal. O algo así. Qué más da. Serà per diners.