Publicado: julio 7, 2025, 10:07 pm
Para comprender la magnitud de la crisis a la que se enfrentan el Gobierno y el PSOE, basta con reparar en lo siguiente: Sánchez necesita que los votantes se fíen de él. Que le crean cuando dice que sí, que sus colaboradores más cercanos estaban implicados en asuntos muy turbios, pero él nunca supo nada. Que no tenía noticia de las ‘sobrinas’ de José Luis Ábalos, ni de cómo pagaba sus servicios. Que nunca sospechó que Santos Cerdán pudiera estar metido en una trama de mordidas y amaños de obra pública. Y que nunca supo que otro de sus hombres de confianza, Francisco Salazar, tenía fama de acosador entre sus subordinadas.
Creer que Sánchez no sabía nada de esto exige un notable salto de fe. Ya no solo porque se presupone que el presidente del Gobierno dispone de fuentes de información a las que los periodistas -por no hablar del resto de ciudadanos- no tienen acceso. Hace unos días, por ejemplo, este diario informó de que el presidente de la Audiencia Nacional filtraba al Gobierno el contenido de sentencias políticamente sensibles. No parece que estemos ante un presidente que solo se entera de las cosas a través de la prensa. También se recogió en el ya célebre informe de la UCO que Cerdán sabía que la Guardia Civil investigaba a Koldo; cabe plantearse quién más tuvo acceso a esa información. Pero es que ni siquiera hay que sospechar de la existencia de chivatazos o de informes. Basta con ceñirse a cuestiones que ya sabe todo el mundo, y que vuelven aún más inverosímil la idea de que el presidente estaba en Babia. Sánchez compartió horas y horas de conversaciones con Ábalos, Koldo y Cerdán en el célebre Peugeot. Sánchez cesó de forma abrupta y sin motivo aparente a su hasta entonces ministro de Fomento y secretario de Organización. Sánchez conocía los rumores que circularon durante meses sobre un informe de la UCO que implicaba a Cerdán. Y Sánchez, según una información publicada en The Objective, tenía noticia desde 2018 de las quejas de varias mujeres por el comportamiento de Salazar.
Se dirá que, en realidad, da igual si Sánchez lo sabía o no; se le deben exigir responsabilidades igualmente. Pero el asunto de su credibilidad no es tan secundario como puede parecer. Al fin y al cabo, la afirmación de que el presidente no sabía nada es uno de los argumentos a los que se aferra el oficialismo para sobrevivir al escándalo. Claro que igual deberían haber elegido una estrategia distinta. Porque el debate no es si los ciudadanos se deben fiar de un político cualquiera; es si se deben fiar de un presidente que ya ha demostrado que su palabra no tiene valor. Desde la promesa de no pactar con Bildu hasta la afirmación de que la amnistía era inconstitucional, llevamos siete años comprobando que el presidente no tiene credibilidad. Peor: que no le importa perder su credibilidad siempre que, a cambio, obtenga algo más de tiempo en la Moncloa. Ahora pide a los ciudadanos que hagan aquello que ya les ha enseñado que no deben hacer: fiarse de él.
Así, el caso Cerdán enfrenta al sanchismo con su propio pasado. No es solo que haya caído un actor clave de las primarias que dieron a Sánchez la secretaría general del PSOE, de la moción de censura que le entregó la presidencia y de la amnistía que le permitió seguir gobernando. Es que ahora se comprueban las consecuencias de haber mentido tanto.
