Publicado: abril 25, 2025, 4:07 am

La decisión del presidente Sánchez de gobernar sin la participación de las Cortes conduce al país a una mutación de facto del sistema constitucional. Sánchez demuestra que descoyuntar el reparto de poderes que establece la Carta Magna sin activar los mecanismos de su reforma es perfectamente posible. Y que la democracia representativa de España puede transformarse en presidencialista por la mera voluntad de quien es investido como jefe del Ejecutivo.
Sánchez gobierna sin el apoyo mayoritario de las Cámaras, sin poder aprobar leyes, sin Presupuestos y a garrotazos contra medio Poder Judicial. Pero nadie duda de que agotará la legislatura si algún acontecimiento no abre antes una ventana de oportunidad que le permita llamar a las urnas en posición de ventaja. Su debilidad institucional se presenta, desde el principio, como un problema para los demás, nunca para él.
En una de las operaciones de propaganda más personalistas y extravagantes de la historia de España, hace justo un año se encerró a reflexionar cinco días a la Moncloa por la investigación judicial a su esposa. Charles de Gaulle, frustrado por el sectarismo partidista de Francia tras la II Guerra Mundial, también se retiró a su casa de Colombey-les-Deux-Eglises. Pero estuvo allí ocho años, hasta que la República lo reclamó en plena crisis de Argelia.
Antes de ello, levantó un gigantesco monumento a los hechos alternativos en uno de sus discursos más conocidos, en agosto de 1944. «¡París! ¡París indignado! ¡París roto! ¡París martirizado! ¡Pero París liberado! Liberado por sí mismo, liberado por su pueblo con la ayuda de los ejércitos de Francia, con el apoyo y la ayuda de toda Francia, la Francia que lucha, la única Francia, la verdadera Francia, la Francia eterna», clamó el general sin mencionar a quienes liberaron París -sus aliados- y atribuyéndoselo a quienes, en buena parte colaboraron con el invasor, los franceses.
Con una ficción -la de una Resistencia que fue mucho más pequeña y mucho más comunista de lo que reconoce la leyenda-, una emoción -la de la libertad- y voluntad a raudales, De Gaulle construyó sobre una nación humillada el mito de la grandeur.
El general francés dirigió un ejército de pacotilla en la Guerra Mundial, pero desquició a Churchill, le dobló el brazo a Roosevelt y, años más tarde, vetó la entrada de los británicos en el embrión de la UE. Su política exterior siempre fue mucho más agresiva que su poder. Por contra, los puntapiés a la institucionalidad de Sánchez sólo hallan límites en los clubes internacionales en los que él representa al Estado. Ahí no hay bromas porque el precio es muy elevado.
Elevar el gasto en Defensa de un golpe protege su figura fuera y debilita a sus socios de Gobierno en el interior, a quienes reduce a la condición de parásitos. Después rompe un contrato con Israel para hacer como que pintan algo y tan contentos.
Tanto ruido sirve para que se olvide que todo se hace sin el preceptivo control del Congreso, a quien ya se le ha sustraído el debate sobre el Estado de la Nación y sobre la Ley de Presupuestos. Es inconstitucional, pero «la Constitución -dice- tiene matices». Los que él diga. Cándidamente.