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Psicofonías de Ana Redondo y la 'kufiya' de Belarra

Publicado: octubre 3, 2025, 1:07 am

Iba yo por capas al Congreso de los Diputados -digo «capas» porque paseo despacio y observo Madrid como se hace cuando uno explora o va de misiones-. En la Puerta del Sol escucho un jaleo gutural y me detengo en la desembocadura de la calle Carretas porque baja de allí ese rumor áspero de naturaleza caída. Al poco, unas decenas de hinchas radicales del KF Shkëndija Tetovo -equipo Macedonio que juega contra el rayo Vallecano- toma la zona. Como he leído que pertenecen a una organización neonazi los estudio con curiosidad de primatólogo -mis respetos a Jane Goodall- y cuando vuelven a gritar acelero el paso. A mí a cobarde no me gana nadie. Subo por la Carrera de San Jerónimo sorteando una superestructura peatonal de turistas. Caminamos por la misma pendiente de la vida. Así llego al Congreso.

Los jueves son mi día. Días de nadie. Este vacío da mucho juego. Pasan por la acera dos o tres flotillas de estudiantes con banderas palestinas. A su edad haría lo mismo. A la mía, también lo hago (sin bandera, por manía a los trapos). La Comunidad de Madrid y el Ayuntamiento no pueden justificar su oposición desamarrada a que los estudiantes expresen el rechazo al genocidio en Gaza. O a la masacre. O al crimen del Gobierno de Netanyahu. Cualquier fórmula en este asunto lleva a lo mismo: asesinatos masivos contra una población desabrigada. Qué tierna la escena de Trump sujetando el teléfono tras dar orden al primer ministro israelí de llamar a Qatar para pedir disculpas por atentar hace unas semanas contra seis miembros de Hamás en país ajeno. Qué bien mandao el asesino.

Me identifico en el control de la calle de Cedaceros. Accedo a la sede de la soberanía nacional. Escasean los representantes políticos y el peso del palacio recae en los trabajadores. Me miran como a uno que siempre aparece cuando nada ocurre. Creo que sospechan.

Al dejar atrás una tela formidable del pintor Miguel Ángel Campano (La grappa nº2, de 1986) me adelanta por la izquierda Ione Belarra, cubierta la espalda con una kufiya (pañuelo típico palestino). Le comenta a otro que lleva al lado: «Joder, ¿es que ahora votan a los socialistas o qué? No me lo explico». Me deja con apetito de saber más. Desaparece por una puerta y no los sigo, aún hay pasillos que desconozco. Unidas Podemos siempre está en guerrilla, desprendiendo una indignación dolorida, esa agitación pánica que precede al asalto del poblado. Los acuerdos les cuestan, herencia de la caduca guardia dominadora. En esto llegan al móvil ecos de la Asamblea de Madrid, donde Isabel Díaz Ayuso da cuerda al tema de la flotilla asaltada en aguas internacionales por el ejército de Israel. La presidenta desprecia la iniciativa humanitaria entre aplausos, gritos, risotadas y abucheos. Este uno de sus viejos ritos sagrados: ejercer de cola de alacrán contra la realidad. Da igual que el mundo flipe.

El Congreso está encalmado y resuenan ecos de la bronca (aquí y en el Senado) a la reprobada ministra de Igualdad Ana Redondo. La gestión de las pulseras contra maltratadores no hay por dónde cogerla. Llevar la política de protección de víctimas de machismo al terreno de la desidia es jugar con fuego, sobre todo cuando no hay ningún bombero a mano con la manguera preparada. De aquí salió más sola de lo que entró. Y del Senado, más suspendida. Sólo le queda mantener el tipo hasta el reemplazo. La expectación por cuándo ocurrirá es de canódromo: si a 30, a 60 o a 90 días. Otro manotazo a Pedro Sánchez en mitad del avispero.

A esta hora el presidente sólo puede confiar su salvación a la crecida de Vox, triste rayo que no cesa. Ni siquiera ya aprovechando el proverbial masoquismo de la izquierda. El futuro político del presidente tiene hoy la consistencia de una huella dactilar sobre una superficie con polvo. Eso es todo por aquí.

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