Publicado: agosto 28, 2025, 6:07 am

Con un intenso amor digamos que vegetal, Antonio observa los altísimos pinos centenarios junto al río Arlanza.
Que, vistos desde aquí abajo, son alucinantes catedrales de madera, como uno imagina los bosques de Canadá o las selvas de Baviera. Aunque tienen bastantes años más que él, Antonio los mira como quien observa a sus hijos. Y se le llevan los demonios.
«¿Tú sabes lo que es esto? Esto es pura riqueza, ¡pura riqueza! ¡De aquí salieron vigas para la catedral de Burgos, y madera para los buques de la Armada! Y ahora, con España sin política forestal ninguna, los montes están completamente olvidados… Al menos aquí, gracias al reparto de los montes, a la Suerte de Pinos, esto está trabajado… Pero en general España vive de espaldas a la riqueza de los montes… Y, claro, luego lloramos cuando llegan los incendios, y todo está manga por hombro, y arde sin parar».
Recorrer el noroeste de España hace un par de semanas, de incendio en incendio -todos ellos fuera de control, destruyendo entornos y vidas-, era escuchar un único lamento prolongado en cada pueblo: «Si es que el campo está abandonado, ¡cómo no se va a quemar!».
Sin embargo, una aldea resiste, contumaz e indesmayable, al invasor de la desidia y el pasotismo institucional. O, más en concreto, un total de 36 pueblos: los que componen las comarcas de Pinares Soria-Burgos (27 municipios en la primera provincia y nueve en la segunda) y Pinares Llanos de Almazán.
Aquí, en el pinar silvestre más extenso de Europa, una costumbre -primero popular y después oficializada por las cartas reales- reparte desde el siglo XVI la riqueza del monte entre la población autóctona, a la vez que mantiene vivo el vínculo entre el hombre y su tierra, y por consiguiente la protección de ésta frente a las inclemencias de la naturaleza, el abandono, y finalmente el fuego.
Quintanar de la Sierra (Burgos) es uno de esos pueblos. Y no uno cualquiera: «La biomasa de nuestro monte vale un millón de euros, el 95% de este municipio es monte, y de él hemos vivido durante siglos», dice Antonio Martín Chicote, que es algo así como la conciencia forestal del lugar, después de trabajar entre sus majestuosos pinos, como agente forestal, entre 1982 y su jubilación en 2018.
¿Cómo se construye ese vínculo? «Pues cada 1 de mayo se sortea entre 800 vecinos el aprovechamiento de los pinos secos y desarraigados, y cada 1 de octubre el de los pinos verdes. Y a quien le toque no sólo aprovecha el monte, sino que lo cuida también. Ya no produce tanto como hace siglos, cuando a lo mejor una familia vivía de tres pinos. Pero algo sigue dando».
¿Cuántos incendios ha visto Antonio durante estos años aquí? «Nada, nada… Apenas nada. Todos los que he visto han durado como mucho tres horas, llegaban antes los vecinos que yo, y los apagaban. El único fuego para el que necesitamos un hidroavión fue uno en que el tío de la torreta de incendios se fue de voluntario a apagar otro en otra región, y no le dijo nada a nadie. Vino un hidroavión de Villanubla [el aeropuerto de Valladolid], echó agua y fuera».
Traducción: esta zona de 100.000 hectáreas de Soria y Burgos, el pinar más extenso de Europa y una de las áreas de España con mayor superficie forestal, lleva 20 años sin apenas grandes incendios, según los expertos, porque mantiene la relación entre sus habitantes y su campo gracias a esta especie de comunismo forestal llamado Suerte de Pinos. «Pero es que las cosas más importantes son comunales, no lo olvides: el aire y el agua», dice Antonio.
«Y ojo, es un sistema comunal que no sólo reparte madera, sino todo el aprovechamiento que da el monte: los pastos, la piedra, las setas, todo. Eso involucra a la gente y al final el monte está cuidado», zanja.
Defiende la misma posición Ignacio Pérez-Soba, del Colegio de Ingenieros de Montes: «Si queremos hacer frente a los incendios necesitamos una política forestal que no se hace, y revitalizar el que las poblaciones rurales estén vinculadas a su campo, una protección seria a los montes de utilidad pública. Los montes producen recursos renovables, no pueden ser vistos como parques temáticos de la ciudad. La cultura forestal se pierde, llevamos cuatro décadas de desconexión con el bosque».
Sigue Pérez-Soba: «Con un sector forestal fuerte habría incendios débiles, y viceversa. La Ley de Montes obliga a reinvertir el 15% del aprovechamiento del monte, pero aquí no se hace ningún esfuerzo por repoblar, por gestionar pastos, por los recursos hidrológicos. Todo se ha abandonado, y sólo nos acordamos cuando arde. Se aprobó un Plan Forestal Español en 2002. No se ha llevado a cabo. Llegó la crisis del ladrillo y nos olvidamos de él. Hay una Estrategia Forestal Española de 1999. Lo mismo. Hablamos de 28.000 millones de hectáreas, un 56% del territorio».
Cansado del olvido, Antonio intenta reunir a los ayuntamientos de los 1.500 montes de utilidad pública «más importantes de España» en Quintanar en octubre próximo. «Hay que pelear. Estos montes son una joya que tenemos. Todo se les quita, nada se les devuelve. El monte, por ejemplo, hace el agua, pero nada se reinvierte en él, nada. No podemos olvidarlo, hay que actuar», dice, y vuelve a levantar la cabeza hacia las ramas.