Publicado: noviembre 4, 2025, 1:07 am

La balsa mide unos 50 metros de largo por 15 de ancho y se encuentra ubicada cerca del borde del acantilado que da a la playa de Berbes, parroquia de unos 90 habitantes perteneciente al concejo asturiano de Ribadesella. La laguna forma parte de una antigua mina de la que se extraía fluorita y que lleva varias décadas abandonada. Desde hace unos días, en ella flotan las dos boyas amarillas que la Policía ha colocado para marcar el lugar exacto en el que están los dos vehículos que sus buzos han localizado y que llevarían casi cuatro décadas allí sumergidos. Dentro de uno de ellos se cree que pueden estar los cadáveres de María Trinidad Suardíaz Suero y de su bebé, Beatriz. La madre tenía 24 años cuando desapareció en un día indeterminado del verano de 1987; la hija, 13 o 14 meses.
El caso, un histórico de los «sin resolver» en Asturias, ha resucitado judicial y mediáticamente varias veces desde que en 2002 -15 años después de la desaparición- el hermano menor de Mari Trini, Carlos, denunciara su ausencia y la de la niña. El suceso siempre se ha investigado bajo la sospecha de que ambas estaban muertas, que habían sido asesinadas, y que el presunto era el marido de Mari Trini, Antonio María Da Silva, apodado el Portugués por sus orígenes.
Como él no abría boca cuando se le interrogaba en relación a su mujer y su hija y en las búsquedas y excavaciones que se realizaron en sus propiedades no se hallaron sus cuerpos o indicio alguno sobre su paradero, se decretó el archivo del caso en dos ocasiones. En marzo pasado, sin embargo, gracias al empeño de los agentes de la Udev (Unidad Central de Delincuencia Especializada y Violenta) de Gijón -los mismos que resolvieron a principios de año el misterio del conocido como «el hombre deforme de Somiedo»-, la titular del Juzgado de Instrucción 4 de Gijón, Ana López Pandiella, dispuso la reapertura.
La Udev quería seguir la pista sobre la que les había puesto un vecino de la zona, que aseguraba que por la época de las desapariciones el Portugués había arrojado los dos vehículos que poseía por los 40 metros del barranco que hay sobre la balsa. Pese al visto bueno de la magistrada para llevar a cabo la búsqueda, no se pudieron inspeccionar de inmediato las aguas por ser época de lluvias.Hubo que esperar a que el caudal de la laguna bajara. Hace tres semanas, buzos del Grupo Especial de Operaciones (GEO) de la Policía Nacional la revisaron por fin y marcaron los dos lugares en los que, efectivamente, hallaron dos vehículos. Según ha podido saber este diario de fuentes de la investigación, los coches se encuentran a unos dos metros de profundidad y totalmente cubiertos por fango, por lo que se considera inviable la posibilidad de sacarlos con una grúa. Debido al tiempo transcurrido -38 años-, lo más probable es que los vehículos se partieran al tratar de elevarlos. Los expertos se decantan por drenar la balsa y averiguar si los restos de Mari Trini y Beatriz están dentro de alguno de los vehículos examinándolos sobre el terreno.
Los investigadores quieren que la operación de vaciado no se dilate mucho para que no coja de nuevo época de lluvias y la jueza le dio luz verde a la misma la semana pasada al dictar un auto en el que ordena que «se dispongan los medios necesarios para continuar los trabajos en la balsa de la bocamina de Berbes». En el citado auto se menciona además el «retraso mental» que padecerían Mari Trini y su hija, y que esta última, además, sería sorda.
«No sé qué les pasaba exactamente, pero todos los hermanos tenían algo», dice Trinidad Vecino cuando le preguntamos qué tipo qué discapacidad padecía su ahijada. Trinidad y su marido, José María Sainz -primo hermano del padre de la desaparecida-, son los padrinos de Mari Trini y los familiares vivos más cercanos. Desde Villaviciosa (Asturias), donde reside el matrimonio de octogenarios, nos ayudan a componer la tortuosa y corta biografía de Mari Trini. Nacida en 1962 en Selorio, otra de las parroquias de Villaviciosa, era la mediana de tres hermanos, todos con cierta discapacidad intelectual y, todos prematuramente fallecidos. El mayor, atropellado en 1989 con 28 años de edad. El menor, Carlos, quien denunció la desaparición en 2002, estuvo varios años viviendo en la calle y mendigando antes de su muerte en 2017 con 47 años. La madre, Maruja -«muy buena mujer, muy trabajadora», dice Trinidad- murió en 1989; y el padre, Gonzalo, quien nunca estuvo muy presente en casa, fallecería años después en una residencia.
«La madre vivía en Bárzana [en el concejo de Quirós] y ella vivía con la abuela en Castiella [La Colunga, a unos 100 kilómetros]», cuenta Trinidad. «La abuela tenía miedo de morirse y dejarla desprotegida. Y vino ese mangante, ese asesino, porque tiene que haberla matado, eso lo tenemos clarísimo. La abuela, la mujer, estaba muy contenta, porque les llevaba bombones; era tan bueno…».
La boda se celebró en la iglesia de la Oliva, en Villaviciosa, el día de Reyes del año 1985, ya de noche, como de tapadillo. La novia tenía 22 años; el novio, 40. «A el Portugués lo conocí porque vinieron a casa a decirnos que se casaban. Pero a la boda no fuimos, ni nosotros ni sus padres ni nadie nada más que los que fueron los padrinos y arreglaron la boda: unos parientes americanos hijos de una hermana de la abuela», dice Trinidad.
Nada más casarse, el Portugués -muy corto de estatura, muy violento y pendenciero- mostró a la abuela y a la joven esposa su verdadera cara. «Las tiró por un barranco en el coche. Fue él porque me lo contó a mí la abuela», cuenta Trinidad. Aunque ambas sobrevivieron, la abuela sufrió quemaduras y estuvo muchos días hospitalizada.
Tras este episodio, el Portugués se llevó a Mari Trini a vivir a la parroquia de Berbes, donde solía tenerla en casa encerrada, hasta el punto de ella pedir ayuda a los vecinos tirándoles notas por la ventana en la que les decía que estaba secuestrada. Probablemente huyendo de esta mala fama, decidió el trasladarse a Matadeón de Otero, en la provincia de León, donde tenía una casa. Allí de nuevo Mari Trini pidió ayuda lanzando notas y acabó denunciando a su marido en el cuartel de la Guardia Civil. «La Guardia Civil nos llamó a nosotros y fuimos a buscarla a Matadeón y la llevamos al colegio. Ya entonces estaba embarazada», dice Trinidad en referencia a la casa de acogida de las Hermanas Adoratrices de Gijón.
Tras dar a luz Mari Trini en junio de 1986, dos asistentes sociales acudieron en busca de sus padrinos. «Querían que nos hiciéramos cargo de ella y de la niña, pero yo tenía un hijo recién casado en casa y no tenía ni sitio ni economía. La niña tenía algún problema de salud porque recuerdo que me dijeron que necesitaba ‘cuidados especiales’», cuenta Trinidad.
Alguno de los numerosos reportajes que se han dedicado al suceso recogen que Mari Trini volvió con su marido aconsejada por las monjas, por el bien de la niña. No debió de rectificar el Portugués su conducta porque en septiembre de 1987 se celebraba el juicio contra él por una denuncia de malos tratos que Mari Trini presentó. Ella no acudió a la vista y ya nunca se la volvió a ver.
«Ojalá la encuentren, por lo menos por tener un sitio donde llevarles flores», dice su madrina, quien alberga la esperanza de que el cuerpo de la niña no esté en el fondo de esa balsa. «Contaban que cuando estaban con las monjas iba una mujer por allí y miraba mucho a la cría. Quizás la adoptara y esté viva», dice.
El Portugués, de 81 años en la actualidad y a quien se sitúa en una residencia de ancianos de León, ya no se encuentra en condiciones mentales para aclarar lo sucedido. Y el crimen habría prescrito a los 20 años.
			