Publicado: noviembre 15, 2025, 7:07 am

La semana pasada, bromeando sobre los tics autoritarios del presidente, decía creerle capaz de intervenir la programación de Radio 3 o de retirar un cuadro del Parador de Sigüenza. No pensaba que la realidad correría a darme la razón: el jueves Pedro Sánchez apareció en Radio 3 e intervino en directo en el programa Generación Ya. Tomen nota, amigos del Parador de Sigüenza.
El presidente entró al estudio, vistiendo una camiseta y una chupa vaquera negra, y con impostada distensión habló de música indie y del último disco de Rosalía. Dijo que la música le permite desconectar y enriquecerse «de manera espiritual». Al presidente no debió gustarle que la familia Rubiales contraprogramara su favorecedora performance con una escena de huevos de lo más vulgar: la tarde apuntaba a monográfico sobre su sofisticación musical y la España macarra le robó el foco. Quizá una venganza taimada de la diosa de lo cañí de la que Sánchez fue costalero y de la que ahora reniega. Una venganza injusta, porque cualquiera tiene derecho a reinventarse, aunque sea falseando sus gustos y sus fobias.
Desde 2014, Pedro Sánchez se ha embarcado en una reedición en solitario de Pigmalión; el suyo es el intento más transparente de elevación intelectual y estética en la historia de la política española. My Fair Pedro. Casi lamento que no cuele, porque el esfuerzo es encomiable, pero el Pedro indie parece tan artificial como el Pedro doctor.
El verdadero Pedro sigue ahí aunque usurpe credenciales académicas o finja gustos boutique. Los TikTok de lectura, las estanterías de Instagram, las listas de reproducción seleccionadas con precisión quirúrgica… todos sus esfuerzos para sugerir refinamiento son fallidos. El presidente irradia una simplicidad instintiva. Es un hombre de apetitos directos -el poder es el más obvio-. Aunque su cosplay cultural insinúa una ansiedad más profunda: la sospecha de que, sin la pátina de sofisticación, podría ser visto tal y como es.
Nuestro Pedro es el que escribía esos tuits en los que demostraba por la ortografía la misma consideración que Ábalos por las mujeres: «Ser malos! Buenas noches colegas». Con esto no quiero decir que a una persona que tuitea «Buenos días in the morning» no le pueda gustar Restinga, pero ustedes me entienden. Digamos que no me imagino a Pedro discutiendo con Ábalos y Koldo por la música del Peugeot («José Luis, quita la cinta de Arévalo que me toca a mí»). Me gustaría creer que sus cuates lo traicionaron por la turra que les dio en el viaje con Arctic Monkeys y Sally Rooney, pero es improbable.
Ya dijimos una vez que el truco más sagaz del sanchismo fue convencer al mundo de que su naturaleza se expresaba en la finura de Borrell y Calviño y no en la tosquedad de Ábalos o Cerdán. Pero el sanchismo fino era un espejismo. Pedro Sánchez sigue siendo el tipo que firma libros que no escribe y firma tuits escritos sin puntos ni comas. No puedo negar que hay algo fascinante en un hombre cuya trayectoria vital se explica por el afán de parecer alguien que no es.
