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Montoro, con el hacha y el cazo

Publicado: julio 20, 2025, 4:07 am

El 30 de diciembre de 2011, Rajoy reunió por primera vez a su Gobierno en Consejo de Ministros. Tras la sesión, comparecieron muy serios cuatro miembros del Ejecutivo: De Guindos, Sáenz de Santamaría, Báñez y Montoro. Explicaron el primer plan de ajuste, considerado de emergencia. El traspaso de poderes de Zapatero no había sido ejemplar, Rajoy se encontró con 20.000 millones de déficit más del previsto y ayuntamientos y autonomías quebrados.

El plan elaborado por los tecnócratas de Rajoy incluyó una sorprendente novedad: un despiadado aumento de los impuestos. Montoro justificó que las cifras que se encontró el PP requerían no sólo de medidas de ahorro sino de incremento de ingresos. El Gobierno aplazó hasta febrero un segundo paquete de ajustes. Adujo que esperaba a conocer el déficit real y definitivo. La fecha coincidía con las elecciones andaluzas. Arenas rozaba la mayoría absoluta. Se quedó sin ella y Rajoy perdió parte de su crédito con la dilación. La tabla de Excel sustituyó enteramente al plan de reformas [la única clara desde el principio fue la laboral]. Entonces, Feijóo dijo en privado: «Hemos perdido el solomillo de la legislatura», los 100 días de gracia.

Los 186 diputados de 2011 constituyeron, para un destacado líder popular, un «cheque en blanco» desaprovechado. A cambio, el Gobierno sostuvo con una mano la guadaña de la austeridad y con la otra, el hacha de la fiscalidad. Más allá del gran desengaño que supuso el autodesmentido de Rajoy [subir los impuestos «sería la puntilla para las familias»], forzado, acaso, por la cruda realidad, florece ahora la doble moral con el escabroso asunto Montoro, que prometió en su día una lucha implacable contra el fraude fiscal, que incluía algunas iniciativas de dudosa liberalidad. Mientras, Montoro se cebó con las clases medias.

Montoro se reveló durante sus años de ministro como un severo y ortodoxo socialdemócrata, inflexible, indolente, amenazante, arisco, sermonero y regañón [luce un sentido del humor particular]. También usó las dos manos: con una golpeaba a morosos y periodistas con su sartén y con la otra puso el cazo al despacho que fundó. El incorruptible -sobrenombre de Robespierre– Montoro aseguró tras la detención de Rato en 2015: «Sí, estoy enfadado y decepcionado». Una pose. Montoro y Sáenz de Santamaría eran expertos en colocar espantajos y desviar el foco y centro de gravedad de las críticas.

El auto del juez de Tarragona es demoledor y los indicios aplastantes. Los delitos serán difíciles de probar –Rus lleva siete años investigando- y Montoro y su Gobierno ya asumieron su responsabilidad política. Pero Montoro, sujeto de reprobación social, muestra, tanto como el procés, lo que nos pasa. Aquel PP renunció a sí mismo, a sus votantes y a contrarrestar la crecida antipolítica. El modelo de impavidez fue Rajoy; pero el referente del abandono, abulia y perfidia fue Montoro. Su caso plantea dos reflexiones: una sobre la regulación de los lobbies y otra, más compleja, sobre los límites de la profesión política. Quince años después, la clase media pone la otra mejilla y Montoro, sin sartén, le atiza con su cazo.

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