Publicado: febrero 26, 2025, 12:32 pm
Cada sorbo que da con una pajita de plástico no solo contribuye a la contaminación ambiental, sino que también podría estar dejando diminutas partículas en su organismo, incluso en su cerebro. Un estudio reciente publicado en ‘Nature Medicine’ ha revelado evidencias alarmantes sobre la acumulación de microplásticos en órganos humanos vitales. Esta revelación se produjo pocos días antes de que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, firmara una orden ejecutiva para revertir la prohibición de las pajitas de plástico y eliminar las de papel. En la categoría de microplásticos entran aquellas partículas de plástico que miden menos de 5 milímetros de diámetro . Los llamados nanoplásticos son aún más pequeños, con un tamaño inferior a un micrómetro (la milésima parte de un milímetro). Debido a su diminuta escala, tienen la capacidad de atravesar barreras biológicas: se estima que una persona promedio podría ingerir decenas de miles de partículas de microplásticos al año. Los microplásticos y nanoplásticos han sido detectados en prácticamente todos los ecosistemas del planeta, desde los océanos hasta el aire que respiramos. Sus principales fuentes incluyen los residuos plásticos en el medio ambiente, como botellas, pajitas, bolsas y envases , que con el tiempo se fragmentan en partículas diminutas. La ropa sintética , elaborada con materiales como el poliéster y el nailon, libera microfibras plásticas con cada lavado, llegando a desprender cientos de miles de estas fibras en una sola carga de ropa. También están presentes en algunos productos de cuidado personal, como exfoliantes, pastas dentales y limpiadores que contienen microesferas de plástico. Otra fuente importante es el desgaste de los neumáticos de automóviles , que libera partículas plásticas en las carreteras. En el ámbito marítimo, las redes de pesca, cuerdas y otros equipos plásticos se degradan en el océano, generando microplásticos que afectan la fauna marina y eventualmente entran en la cadena alimentaria. Además, los envases de alimentos y las botellas plásticas pueden producir partículas diminutas con el tiempo, contaminando lo que consumimos. Incluso el aire urbano contiene microplásticos suspendidos en el polvo, lo que significa que también los inhalamos a diario. Los microplásticos pueden ingresar al cuerpo a través de la ingesta de alimentos y agua, la inhalación de partículas suspendidas en el aire y, posiblemente, la absorción a través de la piel. La vía más estudiada es la ingestión, ya que estos contaminantes han sido detectados en el agua embotellada y de grifo , en mariscos y pescados que los ingieren del medio ambiente, en la sal de mesa e incluso en frutas y verduras que pueden absorber partículas plásticas a través del suelo y el agua de riego. Además, el uso de envases y utensilios plásticos para almacenar o calentar alimentos puede transferir nanopartículas a lo que consumimos. La inhalación es otra vía de exposición. Las fibras sintéticas de la ropa, el polvo en interiores y las emisiones generadas por la fricción de neumáticos en carreteras pueden liberar partículas diminutas. Se han hallado microplásticos en los pulmones de personas vivas, lo que sugiere que pueden alojarse en el sistema respiratorio y, en algunos casos, migrar al torrente sanguíneo y alcanzar otros órganos. Aunque los efectos específicos en el sistema respiratorio aún están en estudio, la presencia de estas partículas en los pulmones genera inquietudes sobre posibles reacciones inflamatorias y problemas respiratorios. Por último, aunque la piel es una barrera eficaz, algunos estudios han planteado la posibilidad de que los nanoplásticos más pequeños puedan atravesarla, especialmente si hay heridas o si se encuentran en productos cosméticos como cremas y exfoliantes. También existe la preocupación de que el contacto con agua contaminada por microplásticos, como la de océanos y ríos, pueda ser otra fuente de exposición dérmica. Sin embargo, la evidencia sobre la penetración por esta vía aún es limitada. Una vez dentro del organismo, los microplásticos pueden ingresar al torrente sanguíneo y alcanzar órganos vitales como el hígado, los riñones y el corazón. El cerebro, protegido por la barrera hematoencefálica, tradicionalmente se ha considerado un entorno seguro contra muchas toxinas, partículas externas y microorganismos. Sin embargo, la investigación citada ha revelado que ciertos nanoplásticos , debido a su diminuto tamaño y composición química, pueden llegar al tejido cerebral . De hecho, los datos recientes indican que las concentraciones de microplásticos en el cerebro pueden ser más altas que en otros órganos, lo que sugiere una acumulación preferencial o una menor capacidad de eliminación en esta región. Se ha propuesto que el transporte de estas partículas puede ocurrir a través de la circulación sanguínea o incluso mediante la migración a lo largo del nervio olfatorio desde la cavidad nasal . Una vez que estas partículas atraviesan la barrera hematoencefálica, pueden alterar el equilibrio celular y desencadenar respuestas adversas. Los mecanismos principales involucrados incluyen daño oxidativo y estrés celular, inflamación y activación del sistema inmunológico, así como posibles asociaciones con enfermedades neurodegenerativas como la demencia . Datos del estudio publicado en ‘Nature Medicine’ indican que los microplásticos pueden generar un ambiente prooxidante en el cerebro , favoreciendo el daño a proteínas, lípidos y ADN neuronal. Esto puede comprometer la integridad de las células cerebrales, alterar la señalización neuronal y predisponer a la muerte celular. Además, algunas partículas contienen aditivos químicos que pueden interferir con procesos celulares fundamentales. Se ha observado que la exposición a esas sustancias en modelos animales altera la plasticidad sináptica y afecta la función cognitiva. La presencia de microplásticos en el cerebro parece activar crónicamente las células de la microglía, especializadas en la respuesta inmune cerebral, desencadenando una respuesta inflamatoria sostenida. La investigación citada sugiere que los niveles elevados de estas partículas pueden aumentar los marcadores de inflamación, lo que podría contribuir al deterioro neuronal progresivo y la alteración de circuitos neuronales esenciales para la memoria y el aprendizaje. Uno de los hallazgos más preocupantes en la investigación sobre microplásticos es su posible relación con enfermedades neurodegenerativas, ya que su concentración fue mayor en cerebros de personas con demencia. Aunque no se ha determinado si existe una relación causal en los seres humanos entre los microplásticos y la demencia, la inflamación crónica, el estrés oxidativo y la disrupción en la comunicación neuronal son mecanismos clave en dolencias neurodegenerativas como el alzhéimer y el párkinson . Si bien el cuerpo humano posee mecanismos naturales de desintoxicación y eliminación de sustancias extrañas, como el sistema linfático y los procesos hepáticos y renales, no está claro en qué medida pueden manejar los microplásticos. La estrategia más efectiva actualmente es minimizar la exposición. Ante la creciente preocupación por la presencia de microplásticos en los alimentos, especialmente en los productos marinos, ¿deberíamos entonces dejar de comer pescado y mariscos? Definitivamente no. Son fuentes esenciales de proteínas, ácidos grasos omega-3 y otros nutrientes clave para la salud cerebral y cardiovascular. Sin embargo, sí podemos reducir la ingesta de microplásticos provenientes de estos productos. Por ejemplo, es recomendable lavar bien el pescado y retirar su tracto digestivo y abdomen antes de consumirlo, ya que en estos tejidos se acumulan más microplásticos. Optar por peces más pequeños , como sardinas y anchoas, es otra buena estrategia, dado que los ejemplares grandes suelen acumular más contaminantes a lo largo de la cadena trófica. También es importante elegir productos de origen sostenible y con certificaciones que prioricen la salud de los océanos, evitar el consumo de mariscos filtradores como mejillones y ostras y preferir envases y embalajes libres de plásticos. En segundo lugar, para minimizar el riesgo por inhalación, se recomienda utilizar purificadores de aire de alto rendimiento capaces de capturar partículas en suspensión, evitar calentar alimentos o líquidos en envases plásticos y reducir el uso de textiles sintéticos como poliéster y nailon. Optar por fibras naturales como algodón, lana y seda puede ser una alternativa más segura. También es recomendable aspirar el polvo en lugar de barrer y eliminar correctamente los residuos plásticos. A nivel individual, algunas medidas adicionales incluyen reducir el uso de vasos y pajillas de plástico, evitar juguetes con alto contenido de este material, minimizar el consumo de alimentos ultraprocesados y fomentar la educación sobre el impacto ambiental de los plásticos. Desde una perspectiva más global, reducir la contaminación por microplásticos requiere cambios a nivel de políticas y prácticas de consumo. La promoción de prácticas pesqueras sostenibles y el uso de guías como Seafood Watch pueden ayudar a elegir fuentes más seguras de productos marinos. Asimismo, apoyar la prohibición de plásticos de un solo uso y fomentar el uso de materiales reciclados provenientes de desechos oceánicos puede contribuir a reducir la cantidad de microplásticos en los ecosistemas y, en última instancia, en nuestros cuerpos. Porque, en definitiva, los hallazgos recientes sobre la presencia de microplásticos en órganos humanos refuerzan una realidad innegable: estas partículas están en todas partes y pueden infiltrarse en los sistemas biológicos con consecuencias aún desconocidas. Es fundamental un esfuerzo conjunto entre la comunidad científica, los responsables políticos y el público en general. Sin embargo, medidas como la promulgada en Estados Unidos parecen ir en dirección contraria. La pregunta ya no es si los microplásticos están en nuestros cuerpos, sino qué estamos dispuestos a hacer al respecto. Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation .