Publicado: mayo 1, 2025, 10:07 pm

«¿Qué hacen, manga de atorrantes [pícaros]?», les dijo el Papa Francisco desde la puerta de una estancia de la Residencia de Santa Marta, con ese tono de guiño cómplice que se reserva para los amigos. Frente a él, estaban Andrés Castellano y Brian Retamoso, dos pibes humildes que pretendían evangelizar a través del rap y que, sin saberlo, habían sido llevados a Roma por obra del mismísimo Francisco. Ese mismo que dio la mano a Sting, Bono y Bocelli. Aquel que presenció al padre Marcó, al rabino Goldman y al musulmán Abboud cantando temblorosos Solo le pido a Dios, de León Gieco. Quiso oír cómo suena la fe cuando la canta la calle. «No somos famosos, ni futbolistas, ni políticos, ni multimillonarios. Aun así él tuvo la iniciativa de conocernos», dice Castellano a EL MUNDO. Francisco acabaría dándoles su bendición para continuar el proyecto y seguir transmitiendo «alegría, sobre todo, a aquellos que no creen».
Era 16 de agosto, día de San Roque, patrón de los enfermos y los peregrinos. Días antes habían volado de Argentina a Portugal a la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) de 2023. La Santa Sede había pagado lo que les faltaba para aterrizar en Lisboa. La capital portuguesa, sin ellos saberlo, sería una especie de escala. «El sacerdote nos preguntó si teníamos prisa en volver. Yo tocaba en el subte de Buenos Aires por unas monedas, así que no era mi caso», cuenta. «Entonces nos dijo que fuéramos a visitar Roma». El calor era abrasante. Tanto que los dos argentinos rechazaron tomar unas tazas de mate que les ofreció el sacerdote que les guiaba por Santa Marta. «Se fue y pensamos que iría a por agua o algún recuerdo», relata. «Se abrió la puerta y apareció Francisco. Sin protocolos ni besos en el anillo. Fue tremendamente cercano».
Francisco estaba muy interesado en conocer la evangelización a través del rap. Algo que ya habían adoptado los protestantes. Supo del proyecto de Castellano (ExpresarteFlow) a través de uno de los vídeos del concierto que realizó para recaudar fondos con los que volar a la JMJ. No hubo necesidad de petición de audiencia ni de miles de seguidores en redes. Sólo azar y curiosidad papal. «Desconocía que se podía evangelizar de esta manera, le contamos los desafíos y nos alentó mucho», recuerda.
Castellano se había reconciliado con la religión nueve años atrás. Con 21 años, en un campamento católico juvenil sintió dos llamadas. La primera por parte de la reconciliación. «No quería saber más nada de Dios y, cuando me reencuentro con Él allí, le digo que me perdone, que me muestre algo para no descarrilar», cuenta. Como si le hubiese escuchado, recibió la segunda ante una obra de teatro interpretada sobre una base de rap. «Era una historia de una persona dejada de la mano de Dios. Me impactó muchísimo en mi corazón». Tuvo la «certeza», sin haber tenido un contacto musical previo, de que aquel era su camino, aunque admite que «nunca» se lo hubiera imaginado.
Nacido en el campo, en Puerto Argentino, dentro de una demarcación provincial con nombre de viaje con sentido (Misiones), este joven confiesa que al terminar la secundaria no tenía acceso a internet ni había raperos en su zona. Pero, ahora él y Brian van con sus gorras ladeadas por los colegios de toda Argentina -ya han estado en 10 provincias- transmitiendo su testimonio, sin sermones. «Pretendo que entiendan que Dios nos dio muchos dones y talentos para transmitir su palabra», explica sobre las diferentes maneras con las que se puede llevar la palabra, sin púlpito, a otros.
Andrés Castellano se había acercado mucho académicamente a la figura de Jorge Bergoglio mientras estudiaba Ciencias Sagradas. Ya como profesor de Religión, pudo comprobar la madera de la que estaba hecho. Todavía hoy lo recuerda como «muy humano y cercano».
Pero lo que de verdad lo marcó fue otra cosa: «Más allá del gesto, lo que más me impactó de Francisco fue su total coherencia como persona. Podría haber sido una especie intelectual que no supiera transmitir lo que dice en sus libros, pero él era así, como lo que escribía». Esto dice del Papa de Roma. Un argentino universal que les brindó un «gesto» de más de 11.000 kilómetros, más de dos horas de conversación y una bendición. Y, todo ello, con un helado de por medio en su residencia en Santa Marta.