Los Bubnov ya son seis en España tres años después: "Duele ver cómo el mundo se acostumbra al horror en Ucrania" - España
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Los Bubnov ya son seis en España tres años después: «Duele ver cómo el mundo se acostumbra al horror en Ucrania»

Javi Martinez. 8/3/2022. Villamayor. Salamanca. Reportaje sobre las refugiadas ucranianas Natalia la madre, Hanna la hija y Anastasia la nieta, refugiadas en una casa de de Villamayor en Salamanca.

Publicado: abril 18, 2025, 2:07 am

A los Bubnov Kamlova los conocimos a principios de marzo de 2022, pocos días después de que Rusia comenzara a lanzar bombas sobre Kiev. Las tres mujeres de la familia -entre los primeros refugiados ucranianos que llegaron a España- habían recorrido 3.000 kilómetros en coche desde Irpin hasta Villamayor (Salamanca), donde habían sido acogidas por un matrimonio local. El fotógrafo Javi Martínez las retrató con abrigo y rostro serio, en un margen del río Tormes. Estaban la abuela Natalia (66 años hoy); su hija, Hanna (47), y la nieta Anastasiia (11).

Al cumplirse el tercer aniversario del inicio de la guerra -el 24 de febrero comenzó la invasión rusa-, nos preguntamos qué habrá sido de ellas, si seguirán en Villamayor o habrán regresado a Ucrania; cómo será su vida de continuar aún en España.

La abuela Natalia, su hija Hanna y la nieta Anastasiia en 2022 en Villamayor.

La abuela Natalia, su hija Hanna y la nieta Anastasiia en 2022 en Villamayor.JAVI MARTÍNEZ

Las encontramos bastante lejos de Salamanca, al otro lado del mapa, en Valencia. Y ya no sólo las tres. En el encuadre de la cámara también aparecen ahora los gemelos Tymur y Gleb (16 años) y el marido de Hanna, Ivan (47), padre de los niños. A la estampa familiar sólo le falta Vladislav, de 28 años, el mayor de los cuatro hijos, quien sigue en Kiev, donde trabaja en una empresa extranjera de tecnología.

Ivan, nos cuenta su esposa, Hanna, llegó a Valencia el 26 de octubre pasado. En nuestro primer encuentro, tres años atrás, la mujer nos había explicado que los hombres en edad militar -de 18 a 60 años- tenían prohibido salir de Ucrania.

-¿Por qué ha podido venir Ivan a España ahora entonces? -le preguntamos.

-Él puede venir porque su único hermano muerto en guerra. Si un familiar muere, puede venir -responde aún poco suelta con el idioma-.

No ha podido progresar más con el castellano, explica, porque sólo recibe dos horas de clase semanales, no sabe si proporcionadas por el Ayuntamiento o por la Generalitat valenciana. La mayoría del tiempo nos hace de intérprete la pequeña Anastasiia, que cursa sexto de Primaria en el colegio Sant Isidre y sacó un 5 en Lengua el curso pasado. Suspendió Matemáticas y Lengua Valenciana.

En otras ocasiones, Hanna le habla al traductor de voz del móvil y nos muestra el texto que la App le devuelve. Esto hace cuando le preguntamos cómo murió exactamente en la guerra Alexander, el único hermano que tenía su marido Ivan. «Estaba en una unidad secreta, en un lugar del que no podemos hablar porque es secreto», leemos su respuesta en la pantalla del móvil.

-Pero ¿les entregaron su cuerpo?, ¿pudieron hacerle un funeral?

«Se le da por muerto pero nadie sabe dónde está su cuerpo y es imposible enterarse», nos dice Hanna, de nuevo mediante el traductor de voz.

Sólo nos queda claro que recibieron la noticia de la muerte de Alexander hace un año aproximadamente, que tenía 45 años y que deja viuda y dos hijos de 11 y 4 años. Ellos y el padre de Ivan -también por tanto padre del fallecido- son la única familia que les queda a los Bubnov en Ucrania, ya que Hanna es hija única y su padre falleció antes de la guerra.

Eligieron España para huir de las bombas porque era territorio conocido para los hijos pequeños. Los tres habían pasado aquí las Navidades anteriores a la guerra gracias a un programa de acogida para los menores que viven en zonas afectadas por la central nuclear de Chernobyl. Anastasiia había estado en la localidad salmantina de Villamayor, con Cristina Acebedo, que entonces era portavoz de la ONG Infancia de Nad. Los gemelos Gleb y Tymur, en Valencia, acogidos en dos casas distintas.

Una semana antes del comienzo de la invasión rusa, Hanna y su marido preguntaron a las familias españolas si podían enviarles de nuevo a los niños para ponerlos a salvo. Todas dijeron que sí. Y cuando la madrugada del 24 de febrero de 2022 se oyeron las primeras explosiones en Irpin -la ciudad dormitorio de Kiev de donde provienen-, al éxodo se unieron la madre y la abuela.

Hanna, que hasta entonces no había conducido más lejos de 50 kilómetros, cruzó toda Europa al volante hasta llegar a Villamayor, donde se encontraron con la pequeña Anastasiia. Nueve meses después -enero 2023-, cuentan, se trasladaron a Valencia para reunirse con los gemelos y agrupar así la familia.

Se instalaron en el piso de alquiler en el que nos reciben, ubicado en el barrio de Sant Isidre, al sureste de Valencia capital. Son tres habitaciones: una para los padres, otra para la abuela y la tercera para Gleb. El otro gemelo, Tymur, sigue viviendo con la familia que lo acogió y sólo acude a casa los fines de semana y en vacaciones. La pequeña Anastasiia está instalada en el salón, que también es su habitación. Por eso al entrar encontramos a la abuela Natalia sentada en su cama frente a la mesa de comedor y a un enorme televisor que no encienden. «No nos gusta la televisión española», explica Anastasiia mientras hace girar la silla de ruedas que hay frente a su escritorio, ubicado en un rincón el salón.

De nuevo precisamos su ayuda para poder comunicarnos con la abuela. Hasta que vino a España, la sexagenaria Natalia nunca había salido de Ucrania y nunca imaginó que pasaría tanto tiempo fuera de su país. «Dice que pensó que en una semana o dos regresarían», traduce la nieta. «Todos los días habla por teléfono con sus amigas ucranianas, va al mercado y ya», contesta cuando queremos saber cómo es el día a día de la abuela en Valencia.

-Pregúntale si ve posibilidad de volver pronto, si cree que puede estar próximo el fin de la guerra.

No hace falta que Anastasiia traduzca. Natalia mira al suelo y sacude repetidamente la cabeza: «Ni, ni, ni…».

Una respuesta similar nos dará su hija Hanna, que llega media hora después y sin su marido, quien ha ido a clases de castellano. Habrá que repetir la fotografía unos días después de nuestro encuentro para que aparezca la familia al completo. «Nadie sabe cuándo va a acabar la guerra», dice Hanna. El presidente Zelenski dice que acabará este año, pero no sé…».

La última noticia que tiene Hanna del horror de la guerra es lo sucedido el Domingo de Ramos en la ciudad de Sumy, donde dos misiles se cobraron 34 muertos, dos de ellos niños. Unos días antes -4 de abril- otro misil balístico cayó en un parque infantil de la ciudad de Kryvyi Rih: 20 muertos, 9 eran niños. «Esto no son solo crímenes. Es un exterminio impune. Y el mundo guarda silencio», recoge la convocatoria al acto de homenaje a las víctimas que se celebró el 15 de abril en Valencia y al que Hanna asistió. «Ser ucraniano, en cualquier rincón del mundo, duele. Pero aún más duele ver cómo el mundo se acostumbra al horror».

Llegados a este punto, nos preguntamos con qué recursos cuenta la familia Bubnov, cómo se están manteniendo en España.

Hanna, que en Ucrania trabajaba en una empresa pública de suministros de gas y electricidad, comienza explicando que en tres años no ha encontrado empleo por culpa del idioma. «Labora [el Servicio Público de Empleo y Formación de la Comunitat Valenciana] me ayuda a buscar trabajo. Hay muchos carteles de trabajo y yo envío currículos pero todos dicen que hablo poco español. Aprender español y trabajo», dice mostrándonos uno de los últimos mensajes de Labora. Le ofrecen un curso para formarse en competencias digitales. «Si finaliza el programa con éxito, recibirá una ayuda de 515 euros y puede lograr un contrato», le prometen.

Tres o cuatro días al mes acude a limpiar la casa de una familia ucraniana. El taxista que nos ha llevado hasta la dirección de Hanna nos ha contado que además de los refugiados que, como los Bubnov, disponen de recursos limitados, se ven en Valencia también otros ucranianos más pudientes, que abundan los coches de alta gama en el nuevo barrio construido en torno al Hospital de la Fe.

Éxodo de 10,6 millones de personas

A finales de 2021, Ucrania tenía 44 millones de habitantes. Según Acnur 10,6 millones de ellos han abandonado el país tras el estallido de la guerra. A España han llegado 236.570, según el balance de ucranianos que han obtenido permiso de protección temporal realizado por el Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones. De ellos, el 11,91% está dado de alta en la Seguridad Social, trabajando en la hostelería, construcción o el comercio. Y el número de estudiantes ucranianos escolarizados en España asciende a 39.741.

Hanna explica que la familia cuenta con una prestación -el Ingreso Mínimo Vital se lee en el recibo que nos muestra- por la que reciben 625 euros al mes. Enseña también un WhatsApp del Banco de Alimentos de Valencia. «El próximo jueves tendrá que acudir al campo de Mestalla de 10.00 a 12.30 para recoger los alimentos», le informan. Una vez al mes, la asociación entrega víveres a las familias necesitadas y los Bubnov están siempre en la cola: «Nos dan comida, gel, champú, atún, arroz, azúcar…». La organización Amigos de la Calle les proporciona ropa y los niños, por su condición de refugiados ucranianos, tienen colegio, libros y comedor gratis.

-¿Y el alquiler del piso?

-Lo paga un chico español, un voluntario-, dice sin dar más detalles del benefactor, al que no conocen.

Desde que huyeron de Ucrania, nadie de la familia ha vuelto, salvo Hanna. Lo ha hecho dos veces. La primera como monitora en un viaje en el que acompañaba a un grupo de niños ucranianos acogidos en España que volvían con sus padres. La segunda, el pasado septiembre, para dejar en Irpin su viejo Volkswagen Jetta con matrícula ucraniana. Encontró su casa en buen estado. En tres años de guerra, las bombas sólo le han estallado los cristales de las ventanas. También estaba bien su marido, Ivan, ex militar, quien pasó los primeros seis meses de guerra armado, con las milicias civiles, y luego regresó a su trabajo como chapista.

-Tienen intención de volver a Ucrania o se plantean quedarse aquí?

«Yo estoy bien aquí», nos había dicho Anastasiia en el rato que pasamos a solas con ella y la abuela. «Estoy acostumbrada y no estoy segura de que en Ucrania pueda estudiar tan bien como aquí. Allí no entendería tantas cosas, porque el colegio es en otro idioma que no se parece».

«Anastasiia y mi hijo Tymur quieren quedarse; Gleb, no, y yo fifty fifty», dice Hanna. «Me gusta España pero echo muchísimo de menos mi casa y a mis amigos de allí».

236.570. Son los ucranianos que han obtenido permiso de protección temporal en los últimos tres años.

28.197. Son los refugiados (el 11,91%) que están dados de alta en la Seguridad Social. Trabajan en la hostelería, la construcción o el comercio. También hay 39.741 estudiantes.

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