Publicado: febrero 16, 2025, 9:07 am
La mañana del 9 de febrero de 2024 había mala mar en la costa de Cádiz. El oleaje había disuadido incluso al Servicio Marítimo de salir a patrullar. Al amanecer, varias narcolanchas estaban ya refugiadas en el puerto de Barbate ante la imposibilidad de seguir en aguas abiertas. A esa misma hora, el Grupo de Acción Rápida (GAR) de la Guardia Civil -una unidad de élite itinerante con base en Logroño– terminaba un duro operativo en Sevilla contra el crimen organizado que culminó con la detención de varios hombres de nacionalidad rusa. La mitad de la sección iniciaba el regreso a Algeciras, donde se había establecido el centro de operaciones y en cuya Comandancia los esperaba su jefe, que ya ideaba el dispositivo para subir a sus hombres a una zódiac y que echaran del muelle de Barbate a los traficantes. El resto del grupo permanecía en Sevilla para terminar de anudar las detenciones.
La determinación del capitán del GAR -que estaba de paso en Algeciras- era tal, recuerdan testigos presenciales, que movilizó al equipo de drones. Tras sobrevolar Barbate, le llevaron una respuesta clara: «Es impracticable. No se puede entrar». El Levante era indómito. Le pidieron prudencia. Pero el plan no se detuvo, sino que, indican estos testigos, fue a más. El responsable del GAR «implicó» y «presionó» al Grupo de Actividades Subacuáticas (GEAS) de Algeciras. A las ocho de la tarde, Karim El Baqqali, conductor de la narcolancha del clan de los Pus Pus, pasó por encima a la zódiac y mató en el acto a dos de sus seis ocupantes: David Pérez Carracedo, del GAR, y el buceador Miguel Ángel González, del GEAS.
Los agentes que sobrevivieron a la tragedia y formaron parte del dispositivo relatan a EL MUNDO el antes y el después de un día clavado para siempre en la columna vertebral del Cuerpo. Es la primera vez que los miembros que integraron el operativo en mar y en tierra se pronuncian. Profundamente críticos, continúan sin entender los contornos del dispositivo que diseñó el «capitán Andrés Marmolejo» y el «sargento Juan Jesús Crespo» para lanzarlos al mar esa tarde. «Los jefes nos mandaron a la muerte en una zódiac para ponerse una medalla», zanjan. Este periódico recoge su experiencia, sus reproches y el vacío que sienten 12 meses después.
Miguel Ángel González y David Pérez Carracedo.
En este año su narración de los hechos ha permanecido enterrada por silencios y decisiones de despachos porque, tal como denuncian, nadie en la Guardia Civil ha querido escucharlos, a pesar de la importancia de sus testimonios. «No se nos llamó para participar en el informe interno que la Guardia Civil remitió al juzgado que investigaba quién organizó el operativo y, por tanto, el juez tampoco lo hizo. No sabemos si sabe que existimos y que tenemos toda la información», resaltan. El titular del Juzgado de Instrucción número 1 de Barbate archivó la causa contra los mandos del Instituto Armado al considerar que no actuaron de forma negligente. «Está claro que le faltaron elementos», apuntan. El caso se dirigía contra el general jefe de la Zona de Andalucía y el coronel de la Comandancia en Cádiz, por ser los máximos responsables de la Guardia Civil en la provincia. Pero, insisten los supervivientes, «hay matices». «El asunto se cerró sin escucharnos. Obviamente que el coronel es el máximo responsable, pero él no estaba sobre el terreno, él no podía saber el estado del mar. El capitán Marmolejo y el sargento Crespo le informan de lo que iban a hacer. Los responsables son estos jefes», revelan. Todos los agentes, aseguran, habrían declarado contra sus superiores del GAR en sede judicial en caso de que se les hubiera requerido. Cabe recordar que el GAR es una unidad autónoma que se mueve por España para realizar operaciones de alto nivel. Por eso, matiza otro miembro de la unidad, «el teniente coronel Rafael Ferrera es también responsable».
Según la versión de los guardias civiles, ese día, el 9 de febrero de 2024, se contravinieron todas las reglas que rigen la unidad de élite: se presentaron en el puerto de Barbate camuflados en una zódiac «pequeña» y con el cuerpo a cuerpo como principal orden. «Debimos ir con coches oficiales y perfectamente identificados. Nuestra labor debió ser de disuasión». De vuelta a la cronología de la jornada, tras recibir esa mañana la información del equipo de drones de que el mar estaba impracticable y enfrentar «la negativa del Servicio Marítimo de prestarle una embarcación», el capitán Marmolejo -según indican los supervivientes- continuó haciendo gestiones para intervenir en el puerto de Barbate e identificar a los tripulantes de las seis narcolanchas. «Entonces, comenzó a contactar con el grupo de buceadores de Algeciras para que se unieran al operativo y, sobre todo, para que le dejaran una goma para poder intervenir», aclara otro de los agentes entrevistados por este periódico. A las 14.00 horas del 9 de febrero de 2024, lo consigue. El Grupo de Actividades Subacuáticas, los GEAS, se une «al verse forzado». Los supervivientes tienen una explicación: «El responsable de esa unidad es un sargento, un rango inferior al de capitán, no tiene más remedio que acceder a las presiones. Una negativa puede suponer consecuencias graves en el régimen disciplinario». «No se debe ni se puede cargar toda la responsabilidad en el sargento del GEAS. Él siempre se negó y tenía claro que era una temeridad, pero, ante la presión, cedió».
El capitán Marmolejo, indican, come en la Comandancia de Algeciras con otros componentes del GAR. Testigos presenciales de ese ágape lo describen pletórico ante la intervención en el puerto de Barbate a la que había dado forma, «que consideraba como algo fácil». Aseguran que en un momento de esa comida exclamó triunfalista: «Nos vamos a coronar». A las 16.30 horas, continúan los guardias que sobrevivieron, el capitán citó a toda la sección en un punto cercano a San Roque (Cádiz) para una reunión. Expuso la organización del plan. «Ahí es cuando entre todos los miembros ya escoge a Boby (David Pérez Carracedo) y a otro guardia» y, rememoran, «los mete en su vehículo oficial camuflado para llevarlos al puerto de Barbate. Allí los esperaban los GEAS, cuyo responsable seleccionó a cuatro agentes de los suyos. Ya estaban los seis guardias civiles que entrarían al mar. En el puerto esperaba la furgoneta oficial del GEAS, que transportaba en el techo la zódiac.
Momento en el que la narcolancha embiste a la pequeña zódiac de la Guardia Civil.
Al mismo tiempo, comenzó a organizarse el operativo en tierra, compuesto por multitud de agentes cuya función, en la teoría, iba a ser la de apoyar a los compañeros del agua en caso de que los narcotraficantes huyeran al alcanzar la costa. «Los jefes tenían el convencimiento de que iba a ser algo sencillo, que se iba a resolver rápido y que esa actuación les valdría reconocimientos». No fue así. La situación era delicada desde el principio. Ya era de noche y en el puerto barbateño apenas había visibilidad. El objetivo del dispositivo era, explican, «sorprender a los narcos y echarlos». Los agentes resaltan que fue un «gravísimo error».
«El equipo de drones alertó al capitán del GAR de que era imposible»
«Si hubiéramos hecho acto de presencia con lo prioritario, los punteros láser de nuestros fusiles, las luces etcétera, no nos habrían atacado. Debió ser una maniobra de disuasión, no el cuerpo a cuerpo en el que nos obligaron a entrar», reivindican. A la llegada a puerto, dos efectivos del GAR y cuatro buceadores de la Guardia Civil se subieron a la zódiac prácticamente a oscuras. El resto de guardias que integraba el dispositivo ocupó sus posiciones con los vehículos del GAR camuflados en distintos puntos de tierra. «Ni siquiera se llevaron los todoterrenos oficiales con los logos. Esos se escondieron». En el puerto de Barbate había seis narcolanchas sin mercancía. La zódiac entró. Ninguno de sus ocupantes tenía puesto el casco reglamentario, tal como rememoran. «Ni el capitán ni el sargento los proporcionó, sólo unos trajes de neopreno no oficiales. Tampoco dieron armamento idóneo», detallan. La pequeña embarcación tampoco disponía de sistema de comunicación para pedir auxilio.
En cuanto los traficantes se percataron de la presencia de la pequeña embarcación de la Guardia Civil, comenzaron a desplazarse con sus gomas. Este movimiento, inusual, ya que la Guardia Civil nunca había enfrentado en la zona a los narcos con tan pocos recursos, consciente de su superioridad, hizo que muchos ciudadanos se agolparan en el muelle. Comenzaron a jalear a las narcolanchas hasta que Karim Gabarde -conocido con el apodo de El Enfadao, por su carácter descontrolado e irreflexivo- pasó por encima a la embarcación de los agentes. David Pérez Carracedo y Miguel Ángel González murieron en el acto. Sus compañeros sobrevivieron.
Funeral celebrado en Pamplona en memoria del guardia civil David Pérez Carracedo.Efe
La herida que este suceso abrió en la Guardia Civil todavía sigue latiendo y, lejos de cicatrizar, no hace más que agravarse ante, dicen los agentes, la «falta de respuestas» y asunción de responsabilidades por parte de los mandos. Con los agentes recién fallecidos, se abrió una investigación interna ante la polémica que rompió al Cuerpo. Pocos entendían lo que había sucedido aquella noche en el puerto de Barbate. «Se corrió un riesgo totalmente innecesario cuando ningún ciudadano estaba en peligro», apuntan los agentes. El Instituto Armado comenzó a confeccionar un informe interno sobre el fatídico operativo. Los agentes que esa noche estaban allí (excepto uno) fueron ignorados, tal como resaltan. «Únicamente se llamó a un compañero y al final no se le tomó manifestación. Al resto, nada. No se llamó a ninguno de los supervivientes, a quienes, curiosamente, han cambiado de grupo. Los han movido, los han dispersado para intentar desinflar lo que sucedió», declaran.
«No sabemos si el juez que ha archivado el caso sabe que existimos»
El Juzgado de Instrucción número 1 de Barbate abrió una investigación para depurar responsabilidades mientras que otro órgano judicial arrancó las pesquisas sobre la muerte de los dos agentes. El instructor del primer procedimiento solicitó el dossier interno de la Guardia Civil y se le remitió.
En él, indican, no estaban las declaraciones de los miembros del operativo. Ni la de los guardias que iban en la zódiac ni las del resto de agentes. A lo largo de la instrucción, la Fiscalía se mostró contraria a investigar y solicitó en varias ocasiones el archivo de las actuaciones.
El instructor sobreseyó el caso y, más tarde, la Sección Cuarta de la Audiencia Provincial de Cádiz lo respaldó. Los magistrados consideraron que los jefes del Instituto Armado denunciados no tuvieron responsabilidad penal alguna en el suceso.
El tribunal hizo suyos los criterios y argumentos expuestos por el Ministerio Público. El dictamen de la Audiencia gaditana es firme y contra él no cabe recurso. Los guardias civiles insisten: «Se cerró sin escucharnos».