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La doble maldición delganadero Óscar Puente

Publicado: agosto 17, 2025, 4:07 am

Actualizado Sábado,
16
agosto
2025

22:34

Poco importa dónde se pose la mirada o a quién se escuche dentro de la negra cartografía que están dejando los incendios que asolan Castilla y León y Galicia. Siempre aparece el mismo sentimiento -casi idéntico en sus palabras y en sus silencios- de abandono, desarraigo y descontento con la gestión y los medios de extinción. Y quizá por eso, al escuchar a Óscar Puente, ganadero en Tábara, no se tiene la impresión de atender a un solo hombre, sino a muchos. «No podemos seguir así, estamos trabajando en un futuro para nuestros pueblos y nos lo abrasan», dice a EL MUNDO.

Habla con toda la tibieza posible que puede caber en el cuerpo de un hombre que, en 2022, ya vio arder más de 60.000 hectáreas en la Sierra de La Culebra (Zamora) con una violencia que parecía querer borrar su nombre del mapa y que, hace justo una semana, veía cómo el fuego volvía a adueñarse del paisaje. «Hace tres años era un incendio descomunal por la masa forestal que había. Ahí no se podía exigir nada a los medios de extinción porque, lo primero, es la seguridad», explica, «pero lo de este año no, han dejado que nos quememos y hemos sido nosotros mismos los que nos hemos defendido de las llamas».

Óscar también conoce la fragilidad de la memoria colectiva con las tragedias y la secuencia que sigue a éstas: ruido mediático, promesas y propaganda política a favor de la España rural en época electoral. «Prometerán ayudas, vendrán durante tres o cuatro días a hacerse fotos y quince días antes de las elecciones se llenarán la boca con el mundo rural y la España vaciada», confiesa cansado. «Venimos de un país destruido que reconstruyeron nuestros antepasados y a la España actual, tanto unos como otros, parece que quieran dejarla con un corrosco de pan».

Como tantos en la comarca, Óscar se muestra crítico con las directrices en la gestión de los espacios naturales y la fauna. «Quizás, deberían tomar nota de los que llevan toda la vida trabajando el campo y en invierno permitir, por ejemplo, las quemas controladas y el trabajo de alguna maquinaria en las labores de limpieza». Unas normas que ya no sólo vienen desde despachos en Madrid -que cada día pierde más espacios verdes por ganarle un adoquín más a la acera-, sino desde la Unión Europea. «Lo que no puede ser es que lleguen legislaciones desde Bruselas y se apliquen por igual a todas las zonas, cuando en cada una existen unas particularidades a tener en cuenta», prosigue.

Lo que denuncia Óscar no es solo burocracia. Es cómo la legislación cambia su forma de trabajar, mengua sus negocios y rompe la cadena de riqueza en la España rural. «Antes, cuando un hijo decía que quería quedarse en el pueblo era una alegría; ahora es una desgracia». Y a esas trabas se suma lo ocasionado por el fuego: pérdida de terreno, de maquinaria, de infraestructuras -como naves, silos o bodegas- o, incluso, hogares. Solo en Castilla y León, al cierre de esta edición, hay más de 20 incendios activos, que asolan a las comunidades que, durante estos años, han custodiado el campo.

Pero lo que siente Óscar va más allá de lo económico. Es casi una pertenencia familiar. «Cada uno tiene que velar por su seguridad y yo por la de mis vacas. Si me pasa algo, es mi problema», reflexiona. Él y seis amigos salvaron a más de 200 vacas alistano-sanabresas (raza autóctona que ha estado al borde de la extinción) en Tábara. Lo cuenta sin épica, porque para él esto no es heroísmo: es su vida, y la de muchos otros que sostienen a pulso un territorio cada vez más castigado. Y es que, más allá del capricho destructivo que, cada verano, parece tener con ellos la naturaleza, también se sienten desamparados por las autoridades. «Vivimos en un país de protocolo y burocracia, y para cuando todos sus pasos se han completado, ya se ha quemado un pueblo entero», cuenta, «No podemos seguir así, trabajamos en un futuro para nuestros pueblos y nos lo abrasan».

Se entiende mejor cuando cuenta que, al final, fueron ellos mismos quienes se enfrentaron al fuego, mientras los efectivos de extinción solo les pedían que evacuaran. «Antes había menos gente y pocos medios, y aun así se lograba hacer frente», reflexiona al tiempo que recuerda como un «teniente» pidió en la carnicería del pueblo «comida -tres días y tres noches- para 150 personas». Un número de efectivos que, por los montes de Tábara, dice, no han pasado.

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