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La confianza en los influencers está en riesgo por la ciberdelincuencia

Publicado: noviembre 4, 2025, 10:55 am

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Durante años, la economía digital celebró a los influencers como la encarnación moderna de la confianza . No eran celebridades lejanas, sino figuras familiares, a medio camino entre un amigo y una marca. Sin embargo, esa cercanía es su mayor vulnerabilidad a causa de los deepfakes y el uso de inteligencia artificial por parte de ciberdelincuentes. En abril, la estadounidense Kelly Stranick, una actriz de teatro con poco más de 40,000 seguidores en Instagram, descubrió que su boda había sido clonada mediante imágenes falsas generadas con IA, publicadas en cuentas que imitaban la suya. Los impostores usaron su rostro, su historia y su tono para vender productos inexistentes. El engaño no solo afectó su reputación, sino también erosionó la confianza de sus seguidores y, en consecuencia, su valor como creadora de contenido.

Mara Antonieta, una influencer mexicana con poco más de 552,000 seguidores en TikTok, ha relatado en un par de ocasiones que otras cuentas roban su contenido y lo utilizan para crear nuevas cuentas, lo que deteriora el rendimiento de su cuenta oficial. Este par de casos ilustra un fenómeno que ya no es anecdótico, sino una tendencia global que afecta sobre todo a influencers medianos, es decir, aquellos que tienen miles de seguidores, pero aún están en proceso de crecimiento, de acuerdo con Martina López, investigadora de ciberseguridad en ESET Latam. “Las redes criminales han dejado atrás las suplantaciones burdas. Hoy, replican voces, gestos y movimientos mediante algoritmos entrenados con los propios videos y transmisiones de los creadores”, refirió López. A diferencia de los grandes influencers como Cristiano Ronaldo o Kim Kardashian, que cuentan con equipos legales y personal de verificación de plataformas que buscan este tipo de suplantaciones, los creadores medianos enfrentan estas imitaciones sin los recursos legales ni el respaldo técnico de las grandes figuras. De acuerdo con la especialista en ciberseguridad, su comunidad es lo suficientemente amplia para resultar atractiva, pero no tanto como para justificar una reacción rápida de las plataformas. “Estas compañías hacen esfuerzos por mitigar, pero por el tamaño y la cantidad de denuncias que reciben a diario, muchas veces la respuesta tarda días o semanas”, apuntó la especialista de ESET. Mientras tanto, las cuentas falsas aprovechan ese lapso para vender boletos de conciertos inexistentes, ofrecer productos falsificados o dirigir a sitios de phishing. En algunos casos, incluso imitan campañas publicitarias reales. La confianza, en este ecosistema, es moneda dura, y cuando se devalúa, se contagia, de acuerdo con lo que refieren los mismos influencers. Aziel Medina, una creadora de contenido con más de 583,000 seguidores en Instagram y 3 millones en TikTok, señala que han suplantado su voz con IA para hacer videos falsos y estafar con falsas promociones, por lo que, para contrarrestarlo, debe publicar videos de aclaración de manera constante, pues muchos estafadores han logrado su objetivo.

La industria global del marketing con influencers, que mueve más de 21,000 millones de dólares anuales, según datos de Marketing Hub, depende de la percepción de autenticidad para justificar sus tarifas. Según estimaciones de esta consultora, un 37% de las marcas redujo su inversión en campañas tras detectar deepfakes o suplantaciones. La amenaza no es solo reputacional, pues cada vez que un usuario descubre que ha sido engañado por un rostro que parecía real, se erosiona la credibilidad colectiva del formato. En América Latina, donde el influencer marketing crece a doble dígito, el impacto es particularmente sensible. Los influencers constituyen la base de la pirámide de esta industria, generando microcampañas de bajo costo, pero alto retorno. Sin embargo, el riesgo de clonación de imagen está volviendo más costosa la verificación, desplazando la inversión hacia figuras con mayor respaldo técnico o corporativo. “El problema deja de ser individual y se convierte en un tema de ecosistema”, apunta López. A la par del fraude, emergen plataformas que prometen crear versiones digitales de los creadores para “multiplicar su productividad” o mantener su presencia constante en redes, incluso sin que estén frente a la cámara. El modelo suena eficiente, pero esconde un riesgo contractual. “Lo mejor es leer la letra chica. Dependiendo de los términos y condiciones, la imagen de la persona que publica el contenido pasa a ser propiedad de la compañía, y esta no se hace responsable si surgen perjuicios”, advirtió López. Esto significa que un influencer puede terminar cediendo su rostro y su voz a perpetuidad, sin control sobre su uso. En algunos casos, las empresas que ofrecen este servicio revenden los avatares a terceros o los incorporan a bancos de datos que alimentan futuras simulaciones, por ello la importancia de revisar bien los contratos que se signan. Las plataformas sociales no son ajenas al dilema. La verificación de identidad ha perdido efectividad en un entorno donde lo visual y lo auditivo ya no bastan para distinguir lo real de lo fabricado, y aunque mantienen el recurso de la denuncia, mucho de este contenido, con solo unas horas o días en redes, erosiona la credibilidad de los influencers. La respuesta institucional viene desde Europa, con el AI Act y las normas de transparencia digital que obligarán a incluir marcas de agua como contenido sintético. Empresas como OpenAI y Runway ya incorporan señales invisibles en sus generadores de video. Pero López prevé que pronto aparecerán herramientas capaces de borrarlas, abriendo un nuevo ciclo de persecución tecnológica.

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