Publicado: noviembre 21, 2025, 7:07 pm

Lo que fueron a decir al Congreso de los Diputados las filósofas, los historiadores, el Rey y los curiosos que resistían el frío frente a la Puerta de los Leones es que conviene a los políticos rebajar esa histeria colectiva con la que ensucian la democracia. En la Sala Constitucional del Congreso está el cuadro El Abrazo, del pintor valenciano Juan Genovés. No puedes dejar de mirarlo. Tiene enigma. Te fijas un rato en Feijóo y corriendo vas al cuadro. Otro rato en Bolaños y al cuadro otra vez. Y así uno a uno. Y así con todas y con todos. Alrededor del lienzo de Genovés se ha establecido una moral patrimonial de la Transición que ahora está bajo mínimos. A esa moral la llamaban concordia. Ahora está la pobre en cuidados paliativos.
Estamos en el Congreso de los Diputados y ahí delante se han sentado los Reyes, la princesa Leonor y su hermana Sofía. Como hace 50 años que palmó Franco hace 50 años que comenzó a rehabilitarse esta democracia. Hay un coloquio conducido por Iñaki Gabilondo y Fernando Ónega: 50 años después: la Corona en el tránsito a la democracia. Los convocados echan caramelos por la boca sobre las bondades de la monarquía. Nadie despliega un reparo, por algo será. Hay una sensación civil de entusiasmo ahí dentro. A mí un amable miembro de la seguridad de Casa Real me impide la entrada a la sala porque llegué ocho minutos tarde. Lo entiendo, pues la concordia sí es lo mío. Disfruto la mañana en un pasillo del Congreso y veo la vida pasar mientras dentro de la Sala Constitucional la nostalgia desata la libido. Asisto maravillosamente a todo del otro lado de la puerta con el YouTube del móvil. No me pierdo detalle. El detalle también es base de la democracia.
Se trataba de darle a la monarquía las gracias y agitar los entusiasmos alrededor de la institución. Los ponentes en el coloquio levantaron un canto fogoso a favor de obra. Los historiadores Juan Pablo Fusi y Juan José Laborda, la catedrática de Ética Adela Cortina y la directora del Centro de Estudios Políticos y Constitucionales Rosario García Mahamut desplegaron una tupida trama de méritos reales, desde Juan Carlos de Borbón (no invitado) hasta Felipe VI. Los elogios salían disparados a la atmósfera como el humo de una chimenea de fábrica. Apunté muchos: «La firmeza de Juan Carlos I contra el golpe de Estado le dio una legitimidad plenamente democrática» (Fusi). «Estamos en buenas manos. Esta sensación levanta el ánimo de un país… La monarquía es promete un futuro» (Cortina). «El Rey Juan Carlos sintetizaba democracia y sintetizaba Europa… Señores del Gobierno y señores de la oposición: hagan punto y aparte» (Laborda).
Dice Manuel Vicent (último Premio Varela) que no se sabe a dónde huyen los personajes que pinta Genovés. El artista se lo aclaró un día: «Hacia cualquier espacio donde haya un poco de armonía, donde haya un ideal de justicia». Miro el cuadro por bondad del realizador del circuito cerrado. En este momento creo que se abrazan por puro desconcierto. En este Congreso hace tiempo que caducaron los principios que los ponentes arcádicos evocan de la Transición: templanza, concordia, equilibrio, unión, futuro, diálogo. Los miércoles se lanzan entre estos muros los insultos más bajos mezclados con algunas réplicas ingeniosas. Los ciudadanos soportamos los efluvios de ese muladar político como algo natural. La democracia lo resiste casi todo.
La monarquía es el eje de este viernes. Armengol recuerda que el 21 de noviembre de hace 25 años ETA asesinó al profesor, economista y político socialista Ernest Lluch. Felipe VI es un hombre serio y sentado parece más serio aún. No se dedica, como otros, a ser simpático. Bien está. Cuando su padre perdió los arreos en 2014, Felipe VI se hizo Rey en este lugar. Hasta ahora parece que va bien, pero debe soportar un fango importante del predecesor. Cuando interviene en esta sesión inciensada cita a Borges («Somos nuestra memoria») y a un puñado de párvulos a quienes preguntaron qué era un rey. «Laia dijo: el tronco de un árbol; Emma: un paraguas; Javier: un punto de encuentro». Es formidable. Parece un poema loco de Lautréamont. Algo de eso hay a estas alturas del siglo XXI. Cincuenta años de monarquía es un récord de resistencia en este foso de caimanes por dentro y por fuera de las instituciones. En la calle me parece que estas cosas importan ya poco.
Esto se acaba a las 14.14, pero antes Iñaki Gabilondo deja una frase bien tirada: «La monarquía sólo servirá si sirve». Veo por la pantallita del móvil que alguno hace un mohín. Parece aquello que dijo Fouché cuando Talleyrand entró de golpe en un salón del París de la Revolución Francesa y anunció a gritos: «¡Ha muerto Nicolas de Chamfort!». A lo que Fouché contestó intrigadísimo: «Qué habrá querido decir con eso». Algunos gestos delatan.
