Publicado: noviembre 30, 2025, 3:07 pm

Todo bien hasta que llegaba la pregunta mágica. Que, inevitablemente, era: «Imagínese a Pedro Sánchez viendo por la televisión la manifestación, recostado en el sofá. ¿Qué cree que pensará al ver todo esto?».
Ahí es donde, sin remisión, lo que era una concentración ordenada, se diría que de guante blanco, un poco de gimnasia preelectoral para ejercitar los músculos del partido, una especie de misa de 12 para mantener viva la fe, se convertía en otra cosa.
Por ejemplo Eugenio, de 67 años, no llegaba a más que «pues nada, qué va a pensar este señor, si le da todo igual», mientras su pareja, Erica, colombiana de 50, mascullaba: «Si es un enfermo mental, la gente está aborregada».
¿Sirvió para algo la cosa? «Para nada, estas cosas no sirven para nada, pero hay que venir», se resignaba María, farmacéutica y en la sesentena, que asistió a la liturgia protegiéndose a ratos del frío de la mañana con una capucha, y aplaudiendo quizás con más intención de calentarse las manos que otra cosa.
Otra cosa pensaban Justo, de 76 años, e Isabel, de 64: «La democracia es esto: manifestar tus ideas sin dividir y sin envenenar, que es lo que hace este Gobierno. Respetar, pero pedir un cambio, que es la esencia de la democracia. Y se puede hacer sin insultar. Eso hemos hecho en estos 50 años de democracia y lo vamos a seguir haciendo«.
El PP salió a la calle este domingo en el templo de Debod de Madrid, tan equidistante de la sede del PSOE en Ferraz como de la casa que la trama Koldo le pagó a Jessica, otra de las novias de José Luis Ábalos, y lo hizo bajo el duro lema de «¿Mafia o democracia?».
A la hora de la verdad, sin embargo, la cosa fue mucho más educada, moderada, quizás un tanto protocolaria y hasta cordial. Se diría, siendo un poco malos, que representativa de lo que desde posiciones más duras se le echa en cara a Feijoó: pedir una alternancia sin mucho más argumento que la propia alternancia.
Una manifestación muy poco pintoresca, habrá que decirlo, para una crónica de color como esta: ni carteles alusivos a Sanchinflas, ni marionetas sanchistas colgadas de una soga, ni mucha más memorabilia que las banderas que vendían los paquistaníes a cinco euros -no se vio a muchos más inmigrantes, ni siquiera a los ya clásicos latinos del Barrio de Salamanca-.
Hasta Feijoó llegó a bromear desde el atril con un «¿no decían que los del PP no nos manifestamos?», y sus ordenados y muy educados feligreses, atrincherados en sus Barbour, le dieron parcialmente la razón: se manifestaron en buen número, sí -se despejó de sobra la amenaza de pinchazo por mor del clima, el sol brilló-, pero sin el cabreo y la acritud que la perspectiva sociata desde Soto del Real podría facilitar.
Y, por cierto, altísima edad media. Abrumadora mayoría de jubilados, sobredosis de mediana edad y poquísimos jóvenes, si acaso algún viejoven.
En el principio (y en el final) fue Europe. The final countdown lleva siendo desde hace dos años la sintonía en cuenta atrás que resuena en cada manifa de este tipo, pero el tiempo pasa, la UCO opera y Moncloa permanece. La marabunta fue congregándose en torno al templo egipcio situado en pleno corazón de Madrid y desde megafonía se recitó la alineación pepera: de Aznar y Rajoy hasta el presidente del partido en Melilla. Todos los cuadros respondieron, presentados sobre el People have the power de Patti Smith.
Tras una corta pero bullanguera y muy madreta intervención de José Luis Martínez-Almeida, primero en recordar la cercanía de Ferraz (aunque nadie allí podía imaginar luego un garbeo general por la sede del PSOE, sino más bien romper filas en pos de la sacrosanta comida familiar de cada domingo), le tocó el turno a Isabel Díaz Ayuso.
La masa la pidió, al suave cántico de «Ayuso, Ayuso», pero por lo que fuera la presidenta madrileña también estuvo un poco de domingo, sin excesivas concesiones a la barra del bar, y más en clave de «dignidad contra decencia» y de «somos la mejor nación de este mundo».
Voluntariamente o no, Ayuso pareció no querer quemar naves para que sí lo hiciera Feijoó, al que en algún momento se le quebró un tanto la voz, y que no dejó de construir personaje (moderado), haciendo de la necesidad virtud: «A veces quizás nos equivocamos, pero no somos Vox, somos otro partido», repitió varias veces.
El aplausómetro entre ambos registró pues un amable empate y The final coutdown sonó de nuevo -después del himno nacional- como cierre tras las protocolarias fotos, sin que quedara muy claro cuántos años puede durar una cuenta atrás.
«Yo a Sánchez creo que ver esto le puede poner más violento», decía Francisco, de 80 años, envuelto de los hombros a los pies en una bandera rojigualda, «porque está en Malta y no le gusta nada que en el extranjero se sepa lo que está pasando en España».
«Nada, esto a Sánchez le da completamente igual», aportaba Pedro, de 76, quien tras explicarle a EL MUNDO que él «siempre» ha votado PP, «excepto cuando voté a Felipe González», se quedaba cinco minutos ondeando su bandera con aire melancólico, mirando a ninguna parte.
Francisco ve «bien» a Feijoó, «pero mucho mejor a Ayuso, que tiene carisma de verdad». Discrepaban Justo e Isabel: «Tener carisma es saber gobernar, ser honesto, pensar en todos».
Al festejo acudió también Iván Espinosa de los Monteros, quien terminó haciendo doblete: después se acercó a la convocatoria de las juventudes de Vox y de Hazte Oir directamente en Ferraz, a apenas 300 metros de Debod.
Convocatoria frustrada: la Policía selló la manzana del PSOE por ambas bocacalles y apenas unas 100 personas se quedaron merodeando por el entorno de Argüelles, perseguidas por tenaces lecheras policiales, sin más recurso que la pataleta ante los agentes y alguna pintada eventual.
Imaginando todos, probablemente, a Pedro Sánchez sentado en esos mismos instantes ante el televisor, observándolo todo desde lontananza, escuchando de fondo Radio 3 y saboreando una cerveza y unas Ruffles.
