Publicado: diciembre 14, 2025, 5:07 pm
Un hombrito interrumpió, en el punto más álgido de su discurso, a Pedro Sánchez. El presidente del Gobierno era un chamán este domingo en las catacumbas de un complejo cultural de Cáceres. Había encerrado a la militancia en un salón de actos sin ventanas para no sufrir la confluencia de la realidad ni siquiera con la luz del sol. La envejecida y charífica masa de simpatizantes participaba de un ejercicio de adhesión irracional al líder y sus contradicciones. La danza Zulú acabó por provocar un cortocircuito en uno de esos hombritos que defenderían a Pedro Sánchez aunque disparara contra una multitud en la Gran Vía. «¡20 años más!», señaló exaltadísimo al presidente y lo repitió como un mantra mientras a su alrededor la gente aplaudía sus espasmos sanchistas.
Al enfebrecido tuvieron que calmarlo. El adelantado de Ferraz no se tomó muy bien el intento de magnicidio. En siete años, el muñidor de presuntos corruptos lanzado a la regeneración, ídolo feminista con amigos tóxicos y mesías de minorías, ha ido disolviéndose hasta el punto de no poder disfrutar, a pesar de su carisma, de la cercanía de los que ha nombrado como elegidos para acompañarlo los domingos en estos mítines de pega, sin el nervio de la calle: fue eyectado por un pelotón de seguratas sin que los pocos simpatizantes movilizados -solo había un autobús- pudieran hacerse unas fotos. Como para no mirar preocupado a quien le desea otros 20 años en Moncloa.
El presidente desgastado va sostenido por los hombritos. Es la clase de tipo a la que pertenece Miguel Ángel Gallardo, el primer candidato imputado que participa en una campaña electoral como si no lo investigara un juez por tráfico de influencias en el presunto enchufe del hermano listo, David Azagra. Gallardo no puede disimular el pánico que le provoca esta situación. Y como buen ejemplar de hombrito, representante de la guardia pretoriana de Sánchez repartida por las comunidades, gritó mucho. Parecía estar haciéndose una maniobra de reanimación por la cantidad de golpes en el pecho que se daba.
La teoría del hombrito es una explicación a la resurrección de Sánchez en el PSOE. Fue consentido por los tipos como Gallardo, que antes de Sánchez formaban parte del extrarradio del partido y que vieron la oportunidad de agarrarse, como rémoras, a los hombros del guapo para tener, por fin, una oportunidad. Ahora Gallardo está en problemas y Sánchez trata de hacerle un favor al aparecer a su lado, pero el binomio certifica la tendencia. La caída de los hombritos alrededor de Sánchez anticipa el final de este viaje que empezó con una lección de regeneración política al Gobierno de Rajoy y puede culminar hasta con la investigación de Zapatero, el diseñador del sanchismo. En una semana es probable que Gallardo sea solo otro socialista imputado.
Al final de la peor semana de Sánchez, con la UCO marchando sobre el Gobierno y otro reguero de denuncias a los machirulos que guardaba el cascarón violeta de las cuatro letras, Rafael Fontana, un militante de Cáceres, no había llegado con buen ánimo. «Ha sido duro. Venía con intención combatiente, de resistencia. Y el mensaje de Sánchez me ha servido. Que Gallardo esté imputado y sea candidato me parece mal, pero los tiempos de la justicia son también políticos. No te puedes fiar. A ver qué pasa».
Cuando Gallardo tomó la palabra, ya había compartido algunas confidencias con Sánchez. Los dos juntaban sus cabezas en primera fila, la única con una edad media razonable. Habló a la juventud dirigiéndose a una muestra de jubilados y funcionarios, que es una señal elocuente de la vigencia de lo que allí se decía. No hay oyentes más conservadores en todo el panorama demoscópico. El paisaje desde el último escalón era poco ilusionante, como si hubieran sido trasladados los visitantes en una máquina del tiempo. Gallardo tuvo su gran momento al bromear con la imagen de Abascal a caballo. En el aplausómetro compitió con la contestación de Sánchez al presidente de la Conferencia Episcopal: los abuelos querían los grandes éxitos, o sea, Iglesia y fachas, en vez de las canciones nuevas, como los puteros.
Una señora no quiso hablar con este periódico por considerarlo «carne» y «demonio». Y un señor puso cara de disgusto al escuchar el apellido de Gallardo. Otro, el más joven en 45 asientos a la redonda, celebró la duración de poco más de una hora de la concentración. La palabra mitin se queda larga a esta performance sobre el secuestro de un partido por un líder bunkerizado en un edificio público de Cáceres al lado del hombrito a quien parece haber hipotecado a cambio de protagonismo.
Gallardo fue marchitándose y al acabar de hablar tuvo que mirar el móvil para paliar la soledad. Seguía encima del escenario. La única vez que Sánchez tuvo problemas de dicción fue al pronunciar la palabra corrupción con él en frente. La política está en este punto: es una competición de logopedas. Apenas quedaban aplausos cuando abordó, sin pensar en Gallardo, la dificultad de ser socialista.
Sánchez llamó «lugar de recogimiento» a un centro cívico con órgano y en ese uso fraudulento del lenguaje está el síntoma y la causa de todo lo que pasa: nadie tiene ni idea.

