Publicado: diciembre 1, 2025, 1:07 am

Extremadura, primera parada del maratón electoral que culminará en unas generales cuando le parezca bien a Pedro Sánchez, se ha convertido en un microcosmos del sanchismo. Es difícil que puedan coincidir en un mismo lugar todos los elementos que confluyen aquí y que serán sometidos a juicio en tres semanas, en urnas de vísperas de lotería.
Según la encuesta de Sigma Dos que publicamos ayer, al PSOE no le va a tocar precisamente el Gordo. Los datos muestran un hundimiento sin precedentes que, sencillamente, significan que Extremadura está camino de dejar de ser socialista. Algo difícil de creer para quienes de jóvenes veíamos la estirpe de Hernán Cortés en aquel Ibarra de barbas mesadas que paseaba con fiereza su título de presidente autonómico más votado de España.
Otros tiempos, sin duda. Ahora el PSOE es Sánchez y Sánchez es el PSOE, salvo en esa aldea gala que es el Toledo de Page. En Extremadura, el sanchismo se llama Miguel Ángel Gallardo, que reúne las características apropiadas para ser de la casa: procesado en un juicio por tráfico de influencias y sentado en el banquillo junto al hermano del líder. También es conocido por haber hecho renunciar a cinco personas para aforarse en la Asamblea regional, en uno de esos gestos con los que ciertos políticos muestran su desprecio por las instituciones parlamentarias. Marca de la casa, también.
Bastante sanchista es por supuesto haber declarado ya la inocencia del hermano y del candidato en un juicio que se celebra en febrero. Y sanchista de pura cepa es haber sometido a los jueces que han investigado el caso a campañas de descrédito por parte de ministros y entusiastas aplaudidores.
No hay que olvidar tampoco que en Extremadura es donde el Gobierno se dispone a cerrar la central nuclear de Almaraz, decisión fruto de la peor versión de las políticas medioambientales del sanchismo. No hace falta que las 4.000 familias que viven de la central o los millones de personas que consumen la energía que produce miren a otros sitios donde la ideología verde ha arrasado industrias locales sin dar alternativas: basta con observar el desprecio con el que el Gobierno despacha el asunto.
Todo esto se vota el 21 de diciembre en Extremadura, pero seguramente no sea todo lo que se vota. En el hundimiento del PSOE en la encuesta, diez puntos por debajo del PP de María Guardiola, se aprecia un hartazgo, un castigo. Puede que un cambio sociopolítico decisivo y un camino parecido al que inició Andalucía, otro feudo de socialistas fornidos que pasó a mejor vida.
Hace apenas un par de años, en las últimas elecciones autonómicas, el fallecido Guillermo Fernández Vara fue uno de los pocos socialistas que ganó, aunque no fuera suficiente para gobernar. Vara había sido de esos barones del PSOE que se habían enfrentado a Pedro Sánchez porque creían que había valores que mantener y líneas rojas que no traspasar. Uno de aquellos a los que Sánchez quería meter en vereda. «El petardo de Vara», decía en sus mensajes con Ábalos que publicamos en EL MUNDO. A su sin par lugarteniente, recién ingresado en la celda socialista de Soto del Real, le encargaba decirle que era «un impresentable». El crimen de Vara había sido decir en público que le producía dolor «ver a Otegi siendo clave para decidir los Presupuestos».
Aquel PSOE es el que demolió Sánchez. Ahora su partido también es sanchista en Extremadura y el resultado, si se materializan los datos de la encuesta, será otro territorio perdido, aunque no uno más, sino aquel que siempre fue suyo. Los socialistas están desmovilizados y ceden votos al PP y también a Vox, quién lo diría. Han pasado a ser minoría social. En 2019, el PSOE todavía sacaba el 46,8% del voto en Extremadura. Aquel PSOE de Vara que se lamentaba de los pactos con Bildu. Hoy, siete años después de Sánchez en La Moncloa, está en el 32%.
El propio líder socialista fue aún capaz de ganar en Extremadura en las generales de 2023, esas que perdió aunque él crea que venció. Fue de los pocos territorios que mantuvo y además no de forma cualquiera: Extremadura fue el lugar donde logró un mejor resultado, con el 39% de los votos.
Si en un sitio así el partido está en caída libre, qué no estará ocurriendo en el resto de España. El PSOE que ganaba elecciones y aspiraba a representar a la mayoría también ha sido destruido en Aragón, la Comunidad Valenciana o Andalucía, además de en Madrid, donde directamente ha decidido no comparecer. El partido es tercera fuerza en Galicia y seguramente lo sea en Murcia; en la Navarra de Cerdán y las Canarias de Torres acecha la corrupción; en el País Vasco son una deprimente muleta del nacionalismo, y hasta en Cataluña Illa retrocede en las encuestas. Y la versión oficial es que todo esto da igual, porque lo importante es que Sánchez siga en La Moncloa. Feliz ciclo electoral.
