Publicado: marzo 11, 2025, 1:07 am

Los montes rugen por toda Europa; en España, ahora mismo, solo asoma una cola de ratón. Llevamos semanas preguntándonos por las consecuencias que tendrán para nuestro país el volantazo de EEUU en Ucrania y el refuerzo de Putin. No es solo cuestión de fijar la postura de España ante el nuevo escenario, sino también de averiguar si este influirá en nuestra vida política. La evidencia de que, en el tema de Ucrania y del rearme europeo, el partido mayoritario del Gobierno y el principal partido de la oposición tienen más en común entre sí que con sus respectivos socios auguraba una posible convulsión en la legislatura. Ahora, tras asistir a varias cumbres internacionales, Sánchez al fin se va a reunir con su socio de Gobierno para acordar una postura conjunta; después hablará con los grupos parlamentarios.
La escenificación de esta ronda de contactos refuerza, sin embargo, la sospecha de que Sánchez no piensa cambiar de rumbo solo porque el mundo lo haga. En primer lugar, está claro que el presidente busca reducir el papel del Partido Popular, diluyendo el imprescindible diálogo con Feijóo en una sucesión de apretones de mano con dirigentes de grupos minoritarios. Mala señal para quien albergase esperanzas de que la necesidad de aumentar el gasto en Defensa -compromiso adquirido con nuestros socios, y que responde a una situación verdaderamente grave- llevaría al PSOE a abrir las puertas del Muro.
Más significativa aún resulta la exclusión de Vox de esta ronda de contactos. Es cierto que la postura de los de Abascal en el tema ucraniano se ha vuelto especialmente mezquina, sobre todo desde el regreso de Trump a la Casa Blanca. Ha quedado patente tanto su seguidismo del nuevo gobierno norteamericano como su voluntad de relativizar la amenaza que supone el proyecto imperial-criminal ruso, no solo para una Ucrania a la que se forzará a aceptar una paz muy desfavorable, sino también para el resto del continente europeo. Curiosamente, hay momentos en los que la derecha radical europea en la que se ha insertado Vox recuerda menos a una constelación de patriotas conservadores que a esos partidos comunistas occidentales que excusaban las acciones más indefendibles de la Unión Soviética; por ejemplo, la invasión de Hungría en 1956. Y puede que, como ocurrió entonces, el seguidismo termine acarreando un desgaste: la última encuesta publicada por este diaria ya mostraba una bajada de Vox tras varios meses de buenos resultados.
Sin embargo, nada de esto justifica su exclusión de la ronda de contactos de Sánchez. La invitación debería haberse realizado, con independencia de si luego Vox decidía rechazarla. En primer lugar, porque la postura de esta formación en el tema de Ucrania no es más lamentable que la de otros socios con los que el presidente sí hablará, como Podemos o esa Izquierda Unida que forma parte de la plataforma de Yolanda Díaz. En segundo lugar, porque casi parece una broma que se vaya a hablar sobre un aumento del gasto en nuestras fuerzas armadas con Otegi antes que con Abascal. Y, en tercer lugar, porque se pierde una nueva oportunidad de transmitir a la ciudadanía lo urgente que es el momento que atraviesa Europa. Resulta difícil proponer soluciones extraordinarias si no se está dispuesto a hacer un solo gesto fuera de lo común.